John Dixon la define así: “La humildad es la noble elección de renunciar a su estatus, desplegar sus recursos o su influencia para bien de otros antes que para su propio bien”. Pero Andrew Murray llega al corazón del asunto: “La humildad no es ya una actitud o una virtud como las otras, es la raíz de todas. Porque solo ella asume la postura correcta ante Dios y le permite a Él como Dios hacerlo todo”. D. A. Carson dice que, “pobreza de espíritu no es carecer de valor sino reconocer su bancarrota espiritual”. ¡Todo comienza ahí! Entramos en la justificación admitiendo nuestra bancarrota, pero crecemos en la santificación con la misma postura. Como el mendigo que estira la mano vacía.
La humildad es un valor opuesto a la soberbia. Según la
doctrina cristiana, la humildad es la actitud virtuosa que se debe observar
ante Dios, ante su superioridad y perfección, y en plena conciencia de que ha
sido Él quien ha concedido la gracia de la existencia.
En el cristianismo la humildad implica reconocer la propia
pequeñez ante el misterio de la vida, aceptar la igual dignidad de todos los
seres humanos y someterse a la voluntad de Dios, apreciada como buena,
agradable y perfecta. En este sentido, la Biblia aconseja:
“Revestíos de humildad hacia los demás, porque Dios resiste a
los soberbios y da gracia a los humildes”. I Pedro 5,5.
La humildad, pues, llama a la conciencia de entender que los
seres humanos somos todos iguales ante los ojos de Dios. De hecho, el mayor
ejemplo de humildad en la doctrina cristiana lo constituye la figura de
Jesucristo. A este respecto dice la Biblia:
“Haya, pues, en vosotros, este sentir que hubo también en
Jesucristo, quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como
cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y
se hizo semejante a los hombres. Más aún, hallándose en la condición de hombre,
se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
Filipenses 2, 5-8.
La humildad es una virtud que consiste en reconocer las
propias limitaciones y debilidades y actuar de acuerdo a ese conocimiento. La
humildad la poseen las personas sin soberbia y es una característica presente
en aquellos que realizan acciones sin interés posterior.
La humildad no se predica, se practica. Tal vez lo que te hace grande, no sea difícil de ver. Todo
aquello que somos está ahí, porque a la sencillez no le hace falta hacerse
notar para ser única. De hecho, cuando hablamos de una persona o actitud
sencilla nos referimos a alguien que es fiel a su esencia y no se esfuerza por
mostrar algo diferente, explica la psicóloga Raquel Aldana.
“Hay situaciones en la vida en que la verdad y la sencillez
forman la mejor pareja”. Jean de la Bruyere.
Antes de continuar, dice la psicóloga que es necesario dejar
claro que, en este caso, sencillo no es sinónimo de una personalidad fácil o
llana, es ser de verdad, con naturalidad. La humildad va unida a la sencillez; en ser sencillo está la grandeza de ser humilde. Es decir, que alguien que se mueva con la
cualidad de lo sencillo significa que lo hace con un comportamiento
transparente, noble y puro.
A veces se predica la importancia de reconocer las propias limitaciones, pero sin embargo se creen más que los demás. Son la misma cara de la moneda de esa humildad falsa y afectada. Aquella que solo existe en apariencia y que se contonea con aires de superioridad por donde pasa, y eso provoca rechazo.
Si te crees demasiado grande para las cosas pequeñas, quizás
seas demasiado pequeño para las cosas grandes.
Una persona humilde actúa con naturalidad, la humildad está en su forma de ser, en su personalidad, pero, ser humilde tampoco es sentirse inferior
a los demás, ni someterse ni rendirse. Las personas humildes no son vulnerables
a las mofas o a los desprecios, simplemente conocen sus limitaciones, las
aceptan y conviven con ellas. A su vez, permiten que sus virtudes se conozcan
por sus actos, no por sus palabras…
Sin embargo, una persona arrogante está siempre inquieta y no puede dormir por las
noches porque sus pensamientos oscuros corrompen su descanso. Viven de manera
constante en el enfado, en el resentimiento y en el control de lo que hacen los demás.
Hay personas humildes que son atacadas por ser admiradas; atacadas por ser como son y por como actúan, y para menospreciar su forma de ser, les afean su comportamiento achacando que quieren colgarse medallas... Sé humilde aunque te ataquen, pero no te dejes golpear; si te equivocas admite el error y sé inteligente para aprender de ellos y tener la suficiente madurez
para corregirlos. La prepotencia, sin embargo te hace tropezar y no avanzar.
“Lo que la humildad no puede exigir de mí es mi sumisión a la
arrogancia y a la rudeza de quien me falta al respeto. Lo que la humildad exige
de mí cuando no puede reaccionar como debería a la afrenta, es enfrentarla con
dignidad”. Paulo
Freire.
La falta de humildad es característica de las personas que no piensan más que en sí mismas y se creen superiores o mejores a los demás, o que les molesta que alguien brille por su humildad. Esto no les permite apreciar las virtudes ajenas, y en ocasiones la envidia les corroe y los empujan a hacer daño. La falta de humildad genera cierto rechazo social.
Que alguien se vanaglorie o se priorice de manera exagerada resulta agotador y eso es un atropello hacia las autoestimas ajenas. No creernos más que los demás es un don. Es fácil caer en la falsa creencia de que somos más hábiles o capaces que los demás para hacer algo, así como también lo es pensar que nuestros valores son mejores o más válidos. Eso no quiere decir que no reconozcamos nuestra valía, pero nuestras habilidades y capacidades están para servir no para competir.
Cuando la falsa humildad es un defecto leve nos cuesta
reconocernos a nosotros mismos que hemos caído en ese abismo. Esto hace que nos
cueste darnos cuenta del alcance que tiene y de alguna manera, hay algo en
nosotros que nos hace creernos superior.
La humildad frustra la envidia y eleva la bondad. Se trata de
creer en lo sencillo y de admirar lo simple. Tiene que perdurar lo amable, la
dignidad, la calidad de una persona. Ser humildes nos hace justos y grandes,
pues nos ayuda a comprender cuáles son nuestros límites y tomar conciencia de
lo que nos queda por aprender.
Ser humilde no quiere decir que pasen por encima de ti, pero
la práctica de la humildad debe ser un ejercicio diario, ya que nos ayuda a
saber escuchar y a compartir silencios y a ser cercanos y sinceros con la gente
que nos rodea. Así nos transformamos en personas de calidad a la vez que
logramos tocar a los demás con nuestras sonrisas y nuestros gestos de bondad.
Como hemos dicho, la humildad es la base de toda grandeza,
pues para crecer primero tenemos que aprender que somos pequeños. Ser humildes
es ser sinceros y desterrar la superficialidad, lo que garantizará nuestro
bienestar emocional…
La humildad es un valor que puede extenderse a todas aquellos varones y mujeres dispuestos a reconocer que, aunque tienen una dignidad y una cualidad que nadie puede quitarles, y tal vez algunos atributos propios (como la
belleza, la inteligencia o determinadas habilidades), no se encuentran por encima
de nadie.
La sencillez nos hace grandes porque nos muestra sin maquillaje ante los demás. Por eso, la humildad se considera como un valor fundamental para la convivencia en la sociedad. Ya desde tiempos antiguos filósofos y pensadores han reflexionado sobre la importancia de esta condición, siendo en algunas religiones, un valor religioso.
La humildad es un valor esencial para lograr vínculos santos en todos los planos de la vida.
La humildad es el valor más hermoso del ser humano, pero también el más escaso.
La humildad es una fuerza que expresa lo que eres para aceptar lo que otros son...
Fotografía: Internet
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