sábado, 19 de agosto de 2017

Mentes distorsionadas

Unos árboles sin hojas bajo un atardecer rojo.


En una mente distorsionada no cabe el raciocinio, ni la lealtad, ni la honestidad, ni la solidaridad, ni la empatía… Ya dijo Nietzsche: «La irracionalidad de una cosa no es un argumento en contra de su existencia, sino más bien una condición de la misma».

Tras los atentados terroristas de hace dos días en Cataluña uno se pregunta ¿qué pasará por la cabeza de esa gente para sembrar tanto terror? Los expertos dicen que los terroristas no son psicópatas, pero sí sufren una disociación de la personalidad que les permite atentar. Este tipo de terroristas consiguen desconectar de sus emociones, lo que le permite realizar ese tipo de atrocidades sin compasión alguna.

Según explica Miguel Perlado, coordinador del Grupo de Trabajo sobre Derivas Sectarias del Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña: «Los terroristas que cometen atrocidades como atropellar o acuchillar a sus víctimas, como en los atentados de Cataluña, sufren una disociación de la personalidad que les permite desconectar de sus emociones, aunque no llegan a ser psicópatas. Este es uno de los rasgos psicológicos. Además, en muchas ocasiones viven aislados y a los que la organización les insufla constantemente sentimientos de odio, resentimiento y venganza para que actúen de forma contundente». El psicólogo explica que no se puede establecer un perfil único del terrorista, pero insiste, que en todos ellos se observa «una deshumanización del individuo» al disociarse la personalidad, «la mente se fragmenta y funciona en compartimentos estancos. Una parte puede estar tramando una acción, mientras la otra desarrolla su rutina con aparente normalidad».

Disfrutar con el dolor ajeno. Este comportamiento puede asemejarse al de una personalidad psicopática «dado que llegan a disfrutar del dolor ajeno y consiguen desconectar totalmente de las emociones propias». Sin embargo, esto no significa que este tipo de terrorista sea psicópata en sí, sino que el proceso de radicalización «tiende a psicopatizar a la persona que finalmente cometerá la acción», ya que, conforme avanza la radicalización van desapareciendo los signos de humanidad y reforzándose el odio. «Esos sentimientos se van comiendo la otra parte de la personalidad disociada que tiene que ver con las emociones, con el respeto a la vida ajena o con los límites».

En Europa estamos sufriendo la crueldad extrema de unos individuos sin piedad. Antes de llegar a esta fanatización, estos monstruos llamados yihadistas que viven y actúan en los países europeos, se sienten atrapados entre dos mundos. «No solo están desarraigados culturalmente, sino también en tensión o contradicción entre lo que quieren hacer y no pueden o entre lo que la familia plantea y lo que piensan las nuevas generaciones». Esa deriva les lleva «al fanatismo absoluto» contra los pueblos que los acogen.

Según Miguel Perlado, «la mente humana funciona atendiendo a los sentimientos de los demás y reaccionando al dolor ajeno mediante la empatía. Todos estos mecanismos son los que dejan de funcionar en el individuo radicalizado» que comete atrocidades «sintiendo que está realizando lo correcto o que se trata de un mal necesario». Y por eso no es habitual que sientan arrepentimiento, porque, «la deshumanización despoja al individuo de sus sentimientos».

Realmente, los sentimientos nos hacen persona. Cuando los sentimientos son bloqueados por la envidia, los celos, rencores y odios, la mentira lo envuelve todo. La mentira es su verdad y todo lo tergiversan a conveniencia para hacer el mayor daño posible. Sus mentiras sirven como soporte que justifica todas sus malas acciones, que ya no serán malas, son justificadas.

Un difícil carácter, un complot, una obsesión o fijación pueden dar al traste con la sana convivencia. Ya lo dicen los psicólogos que el resentimiento, el odio y la sed de venganza deshumaniza al disociarse la personalidad; «la mente se fragmenta y funciona en compartimentos estancos. Una parte puede estar tramando una acción, mientras la otra desarrolla su rutina con aparente normalidad». Los problemas de las mentes distorsionadas por enajenaciones fabulosas acaban creando una realidad inexistente y terminan originando conflictos entre las relaciones de todo tipo.

Por desgracia, en la sociedad actual se va inoculando una pérdida de valores que van adormeciendo la empatía. En cualquier comunidad ya sea de vecinos, de amigos o de hermanos todo puede cambiar de un momento para otro. Basta con que uno de ellos se sienta inseguro o en peligro frente a una situación que no sabe cómo gestionar para que afloren resentimientos, celos o envidias que adormecidas parecían no existir y arremeten sin piedad contra quién cree que le va mejor o que es más admirado. Su capacidad manipuladora será su mejor arma, porque desde su fijación la persona deja de ser hermana o amiga y la obsesión por ella le quitará el sueño y hasta que no la destruya, no parará.

Es una pena que hermanos educados en el amor, el respeto, la solidaridad, la tolerancia, el perdón se dejen llevar de sobornos y mentiras y se llenen de prejuicios, dividido en grupo sectario que rompe con la tradición, las costumbres y la voluntad de sus padres. La dureza de unos corazones lleva al grupo a la ruptura del cordón umbilical, pero entre ellos se ven inocentes…

Decía Bernardo Stamateas que: «Muchas veces permitimos entrar en nuestro círculo más íntimo a los chismosos, a los envidiosos, a gente autoritaria, a los psicópatas, a los orgullosos, a los mediocres, en fin, a gente tóxica, a personas equivocadas que permanentemente evalúan lo que decimos y lo que hacemos, o lo que no decimos y no hacemos. El descalificador tiene como objetivo controlar nuestra autoestima, hacernos sentir nada ante los demás, para que de esta forma él pueda brillar y ser el centro del universo. La culpa es uno de los sentimientos más negativos que puede tener el ser humano y, al mismo tiempo, una de las maneras más utilizadas para manipular a los otros. Porque, el neurótico invade, controla, aglutina y asfixia permanentemente al otro. El mensaje es: Sin mí no vives».

Fotografía: Jeremy Brooks, cc.

No hay comentarios :

Publicar un comentario