Un buen día una mujer preocupada fue a visitar al Bien Supremo para plantearle la idea que tenía para mejorar la vida en la tierra. Dios escuchó con atención el argumento de la mujer…
—Mi idea es que se siembre mayor cantidad de semillas de amistad y de amor entre los humanos para que haya menos odio y diferencias entres ellos.
El Bien cumplió el deseo de la mujer y sembró muchas semillas de amistad entre los hombres. Al poco tiempo las naciones dejaron de estar en guerra y la vida en el planeta mejoró.
Pero, pasado un tiempo el mal volvió a sembrar semillas de discriminación y odio, y todo volvió a ser como antes.
Al ver esto la mujer decidió visitar nuevamente al Bien, pero ya no le quiso recibir porque lo que había hecho había sido en vano. Tanto insistió que volvió a hablar con Dios:
—Haz que los hombres puedan decidir libremente entre el bien y el mal y así cada uno actuará según sus instintos.
—¡Pero mujer! —contestó Dios—, el hombre desde siempre pudo decidir por sí mismo.
—Entonces —respondió la mujer—, dales la sabiduría para que puedan elegir lo mejor.
Así fue, y sucedió que a la vez que el Bien le daba sabiduría a los hombres el mal ponía la ignorancia. La mujer al ver que había fracasado se desanimó, pero el Bien le visitó y le dijo:
—Mujer, el mal puso delante de ti el desánimo y optaste elegirlo pudiendo rechazarlo.
Dándose cuenta de su error la mujer recapacitó…
—Creo, que lo mejor será que la buena gente que elige hacer el bien ayude a otras personas a elegirlo también.
Dios le contestó:
—Buena reflexión. La buena gente siempre existirá como también las contrarias. Lo importante es lo que cada uno elija, y el que elija el mal cargará con sus consecuencias…
Desde ese momento la mujer se propuso a ayudar a la gente a darse cuenta que el mal destruye al que lo produce y que el bien hace más fácil la vida, y muchos se lo agradecieron.
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