La sabiduría de los libros la podemos encontrar en «El libro de la sabiduría» que nos habla de la meditación. El hombre sin meditación no tiene energía para el amor, ni para la compasión, ni para el agradecimiento. La persona sin meditación está desconectada de su fuente de energía y no puede entrar en contacto con el universo que le rodea. La energía nace en un momento determinado del tiempo y muere en otro momento del tiempo. La energía física existe entre el nacimiento y la muerte. Es como una lámpara que arde por el aceite que contiene, una vez que el aceite se acaba la llama se apaga.
Pero, sin dudarlo, la sabiduría más sapiente la encontramos en el libro de los Proverbios del Antigua Testamento, aunque algo de sabiduría hay en todas las acciones y actitudes de la gente de valores y buenos principios. En verdad el sabio libro trasciende en el tiempo, y en toda época sigue teniendo vigencia.
Los libros curan, enseñan, instruyen, acompañan; es el compañero más fiel y más íntimo al que te entregas y te lleva por mundos de sueños y fantasías, mundos de realidades y ciencias que te adentran en los paisajes más diversos e imaginables.
El libro es una marca prestigiosa. Aun siendo tantos, aun siendo tan dispares, la categoría libro conserva su reputación: pensamos libro y pensamos en un objeto respetable portador de los saberes que el mundo necesita. Pensamos libro y le prestamos a todos el prestigio que merecen unos pocos, pero verdaderamente el prestigio viene dado por la sabiduría del autor, la historia que desentraña y la editorial que lo respalda.
Si tenemos en cuenta que en el mundo publica un nuevo libro, o sea, un título nuevo de miles de ejemplares cada 15 segundos. Son más de dos millones de títulos por año; si suponemos una tirada media de 2.000 ejemplares de prestigio, sin contar los millones de títulos locales, terminan siendo unos 5.000 millones de volúmenes que inundan todos los años el planeta: árboles cayendo en catarata, una lluvia de libros peor que el peor de los diluvios, un tsunami de libros y viéndolo desde ese punto, es motivo más que suficiente para convencerme de no escribir nunca más, pero todos creemos tener algo que decir.
Sin reivindican la importancia cultural de las elucubraciones, tenemos que reconocer que hay libros que te cambian la vida. Hay quién dice que la vida es demasiado corta para leer libros malos, pero el problema es que, con tantos miles de libros publicados es difícil saber por dónde empezar. Quizás muchos lectores no sabrían decir el por qué lee y muchos escritores el por qué escribe, solo a algunos puede que ya se le haya revelado sus por qué.
No todo el mundo es lector y a algunos le puede parecer la lectura una pérdida de tiempo, pero en realidad es un enorme ahorro, porque te presenta un arco de hechos y emociones que tardarías años o siglos en vivir. Leer es entrar en un simulador de vida que te lleva a testear sin peligro todo tipo de situaciones sin riesgo alguno. Leer produce la magia de mostrarte cómo ven las cosas los demás y entonces te hace ver las consecuencias que tienen ciertas acciones y eso te ayuda a ser mejor persona. Leer te prepara para eso que la crueldad del mundo moderno llama «fracasar», mostrándote la falsedad y la banalidad de eso que este mundo llama «éxito», pero lo más importante es, que leer te hace sentir menos solo porque te muestra que esas cosas raras que piensas las han pensado otros y te ofrece el manual práctico para conocer vidas interesantes, historias alucinantes e incluso, puedes interrelacionarte hasta con los personajes. Bien dicen que la lectura no se debe tratar como un entretenimiento o un pasatiempo playero, sino como un instrumento para vivir y morir con más sentido y más sabiduría. O sea, una terapia.
El libro, aparte de todo el bien que nos reporta sabemos que es un negocio y el negocio es siempre para la editorial. Bien es sabido que, una cosa es comprar libros y otra leerlos. Podemos conocer los libros que se venden de cada autor y de cada título, pero no sabremos nunca cuántos de esos libros son leídos. La industria editorial puede intentar vender más, pero poco puede hacer para que se lea más. Esta es una de las diferencias del libro con otros productos culturales: es poco probable que el número de entradas vendidas en un cine no coincida con la cantidad de espectadores, en cambio el libro es portátil, se lleva a casa, ya la lectura es un acto privado más que colectivo o presencial. Hay que contar con que existe mucho comprador del libro ocasional que se transforma en un fenómeno de consumo por cuestión de moda, y el comprarlo es el modo de quedar bien ante los demás.
Un pueblo culto es un pueblo que lee. Por eso, las campañas de promoción de la lectura se debieran de hacer durante todo el año porque la lectura nos hace más cultos, y pienso que es el Estado el que tiene la capacidad y la obligación de fomentar la lectura porque leer tiene que ver con una política educativa, pero el problema es que a los políticos les importa poco la cultura y les preocupa bien poco que se lea. Los libros y la lectura son opciones individuales y se mantiene con mucha fuerza de voluntad por parte de escritores y lectores.
Vender libros no significa crear lectores, pero los buenos lectores seguirán siendo fieles a la sabiduría de los libros y su sabiduría irá creciendo a nivel de la del sabio Salomón…
Piensa que el conocimiento habla, la sabiduría escucha, ya que no hay que confundir nunca el conocimiento con la sabiduría. El primero nos sirve para ganarnos la vida; la sabiduría nos ayuda a vivir.
Fotografía: Stiller Beobachter, cc.
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