Los escritores narran, relatan, cuentan crónicas e historias, unas reales y otras ficticias. Algunas, salpicadas de vivencias y experiencias, otras, imaginadas o idealizadas, pero cuando escribimos, si lo que contamos se da por cierto y real, significa que las vibraciones sensibles entre el escritor y el lector se encuentran en el mismo nivel empático y conectan emocionalmente.
Hoy quiero recoger los ecos para ser altavoz de la voz de una mujer que lucha por erradicar la barbarie. Mujer, que aún bajo amenaza de muerte no se amedranta y alza la voz para denunciar las injusticias, enfrentándose a la maquinaria represiva de los opresores. Es increíble que en el mundo, a día de hoy, las mujeres sigan sufriendo los mayores abusos y maltratos de los ‘machos gallitos’, aunque hay lugares donde la violación y la violencia contra las mujeres es más cruel y sangrante.
¿Quién parió a los hombres? Este es el grito de una mujer firme e inmutable en un lugar inhóspito, donde las mujeres son anuladas y amordazadas, y se mercadea cual pertenencia devaluada. Esta es una historia real como la vida misma. La semblanza de una mujer paquistaní que conocí hace poco a través de elpais.com. Vidas interesantes, vidas ejemplares de mujeres que luchan por erradicar la peste inhumana producida por ‘el todopoderoso hombre, el gran varón’. La vida de Maryam es real como la vida misma pero muy dura por culpa de los grilletes del machismo encubierto en una religión intolerante que coarta los derechos y las libertades de las mujeres.
¿Quién parió a los hombres? ¡No se ven mujeres en la calle! Este es el reclamo de esta mujer valiente y valerosa y quiero, a través de este medio, hacer llegar su historia a todo el que no la conoce y unir a ella toda nuestra energía positiva para que no desfallezca hasta lograr que las mujeres sean respetadas y valoradas, porque ellas han parido a sus hijos, esos ‘hombres’ que hoy las oprimen y maltratan. Este es el relato biográfico de Maryam, contado por Ángeles Espinosa en elpais.com:
Maryam Bibi nació en 1950 en Waziristán del Norte, es decir, en una de las zonas más atrasadas de Pakistán, una región tribal pastún fronteriza con Afganistán donde aún imperan caducos códigos de honor y un opresivo sistema patriarcal que considera a las mujeres otra propiedad familiar más. Una tierra dura, y endurecida, donde el 65% de la población vive en la miseria y que se ha convertido en un reducto talibán. «Incluso hoy uno se pregunta quién ha parido a los hombres porque no se ve una sola mujer en las calles», comenta con retranca Maryam. Bibi no es apellido sino un tratamiento de cortesía.Maryam estaba condenada como el resto de las mujeres de su tribu, los Wazir, a vivir encerrada en casa a partir de la primera regla, a un matrimonio temprano, a muchos hijos y, quién sabe si a una muerte antes de tiempo por falta de atención médica. Sin embargo, esta orgullosa madre de cuatro hijos dirige una ONG de ayuda a la mujer y, ya abuela, se ha sacado un máster en Política Social. «Mi padre era hijo de la cuarta esposa de mi abuelo y, al quedar huérfano muy joven, tuvo que buscarse la vida. Así empezó a trabajar para los británicos, se formó y, tras la independencia, entró en la Administración pública», cuenta Maryam para explicar cómo en una época en la que ninguna mujer de su tribu iba a la escuela, ella y sus hermanas fueron educadas.La decisión no fue fácil. Al conflicto con los parientes le siguieron las tensiones familiares. En Peshawar, donde el padre trabajaba, las niñas querían ir de picnic con sus compañeras de clase y el asunto desbordaba al progenitor. «Quiero daros una educación, no que os convirtáis en unas cualquiera», nos decía. «¿Cómo podía separar la educación de la cultura y la vida? Aun así, con el tiempo he comprendido que, a pesar de las restricciones, fui muy afortunada». La paquistaní se negó a vivir encerrada y trabaja para ayudar a las mujeres pastunes. Lo que no pudo evitar Maryam fue que la casaran a los 20 años con un primo 17 años mayor.«Era la costumbre y yo quería tener un vestido bonito», recuerda. Pero pronto descubriría que el hombre sufría de esquizofrenia. Empezó a golpearla, no trabajaba y había cuatro bocas que alimentar. Fue así como, tras vencer la resistencia de su familia política, con la que, siguiendo la tradición, se habían ido a vivir tras la boda, empezó a pensar cómo ganar algún dinero. Tras varios proyectos fallidos, logró su primer empleo con la agencia alemana de cooperación GTZ como consejera de planificación familiar.«Había recibido educación, pero me faltaba confianza en mí misma. En ese trabajo la adquirí y vi la diferencia con las mujeres a las que visitaba», señala. Así que cuando terminó el proyecto, en 1993, se lanzó a la aventura de crear Kwendo Kor, la Casa de las Hermanas en pastún, para capacitar a las mujeres de las zonas rurales con escuelas, centros de formación profesional y atención sanitaria. Desde entonces, recibe amenazas de muerte casi diarias, a pesar de lo cual no tiene protección oficial. Pero no se amilana, como no se amilanó cuando, en 2001, tuvo la posibilidad de cursar su máster en Reino Unido. O cuando, en 2009, estuvo entre quienes se reunieron con Hillary Clinton durante su visita a Pakistán.
Personas como Maryam son las que van cambiando el mundo. Admirable mujer: sabia, valiente, inteligente y necesaria. Gente como ella dan sentido al sinsentido. El debate existente sobre el machismo o el feminismo es demagogia, lo que realmente hay que defender es la dignidad de la persona, al ser humano. Todo ser humano es hombre («mujer y varón los creó»), tiene derecho a ser respetado y convivir en igualdad de oportunidad y en libertad.
Pongamos el altavoz para que los gritos que claman justicia no se ahoguen… Es incomprensible lo que está sucediendo en el mundo con las mujeres. Aquí en España todavía queda por hacer pero lo que sucede en los países musulmanes nos resulta espeluznante y horrible, inimaginable en pleno siglo XXI. Estos países viven anclados en el más absoluto primitivismo a pesar de que disponen de tecnología moderna, como móviles o la televisión.
Podría pensarse que son las creencias religiosas las que imponen ese comportamiento contrario al devenir de la historia humana, sin embargo, se puede comprobar en niños que crecen en otros ambientes cómo se alejan, no tanto de las creencias como de las costumbres impuestas por las mismas. La fuerza que retiene a toda esta gente en el pasado es, precisamente, la dinámica educativa de la familia, basada en la fuerza del hombre y en sus códigos ancestrales que no son más que formas primitivas de relacionarse. La mujer, efectivamente, es vista como una propiedad a la que hay que vigilar puesto que se puede mover, tiene voluntad propia y hay que mantenerla presa para que no nos la quite nadie. Verdaderamente, esto es tan digno de estudio como todo lo relacionado con lo perverso, pero gracias a mujeres como Maryam van inculcando a las mujeres esos cambios para recuperar la dignidad de ser persona con voz y voluntad propia.
«La crueldad es la fuerza de los cobardes». Otro de los horrendos abusos contra las mujeres es la violencia sexual. Las víctimas sufren a manos de sus violadores, no sólo por estar bajo el dominio del ‘super macho’, sino también porque están indefensas frente a la cultura de la impunidad. Estos crímenes se agudizan en los países en guerra con el mutismo de los organismos mundiales que lo permiten y no hay voluntad política para minimizar una situación vergonzosa que produce mucho dolor y sufrimiento a millones de mujeres en el mundo.
«El mundo es de los valientes pero también de aquellos que les hace frente». Valiente es el que ama y Maryam tiene estas dos cualidades y por eso la admiro, y deseo que no se rinda ni desfallezca. El miedo es natural en el prudente y el vencerlo es de valiente, y esta mujer, con su labor amorosa, está abriendo la puerta de la esperanza a las mujeres de su país para que puedan ser respetadas y vivir en libertad.
«El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es», y Maryam está ayudando a las mujeres a ser dignas mujeres… Para ellas mi aplauso.
Fotografía: World Bank Photo Collection, cc.
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