Siempre he admirado a las personas por su capacidad de entrega en pro de sus semejantes y, gracias a Dios, hay gente generosa que dedica su vida a la inconmensurable labor de ayudar a quienes más lo necesitan. Son muchos los que han sido olvidados por los que, se supone, tendrían que atender sus necesidades y preocuparse por el bienestar: los poderosos gobernantes.
Hace poco recordé la admirable labor de Madre Teresa de Calcuta, y hoy quiero recordar a otra persona admirable por igual labor en el mismo país. La India, por su filosofía de vida, atrae a mucha gente pero para mí es un país controvertido e inquietante, donde se dan las mayores desigualdades por la maldición de las castas… Pues gracias a gente admirable que, al llegar al país y ver la situación dramática de miles de personas que viven en la pobreza más lacerante, renuncian a comodidades y se quedan entre la miseria para paliar el abandono, dando carácter de dignidad a los pobres. Vicente Ferrer no pudo dar la espalda a lo que vieron sus ojos en India…
Vicente Ferrer nació en Barcelona el 9 de abril de 1920. Con 17 años vivió la experiencia implacable de la Guerra Civil Española. Fue llamado a filas republicanas en la Batalla del Ebro, una de las contiendas más sangrientas del conflicto, descubriendo entonces la verdadera crueldad del ser humano. Después de la guerra, Ferrer comenzó sus estudios de Derecho con un ideal fijo en la cabeza, y que le acompañaría durante toda su vida: poder ayudar a los demás. Pero en el camino del estudiante se cruzó la Compañía de Jesús, orden que defendía todo por lo que Vicente Ferrer quería luchar en su vida: construir un mundo mejor. Dejó los estudios y se hizo misionero.
Fue el 13 de febrero de 1952 cuando la vida del misionero jesuita se unió para siempre a las gentes de la India. Llegó al país asiático con el objetivo de completar su formación espiritual y, rápidamente, en Manmad, entró en contacto con los más pobres, volcándose en iniciar su propia guerra: la guerra contra la pobreza y el dolor.
Su labor constante con los campesinos despertó la ira de la clase dirigente, que en 1968 le expulsa del país. Ferrer fue testigo de cómo su apoyo a los más desfavorecidos era recíproco, de cómo se había ganado con su trabajo diario el respeto de miles de personas. A sólo dos días de tener que abandonar el país, más de 30.000 campesinos recorrieron 250 kilómetros entre Manmad y Mumbai para exigir justicia. En su marcha forzada, el misionero se despidió de la muchedumbre que decidió acompañarle al aeropuerto con una única frase: «Ya vuelvo… esperadme». Promesa que terminaría cumpliendo con la ayuda de Indira Gandhi. A su vuelta, sólo un estado indio estuvo dispuesto a acogerle: Andhra Pradesh. Se instaló en una tierra inhóspita y paupérrima, Anantapur, donde algunos políticos siguieron obstaculizándole el camino.
Lejos de rendirse, en 1970 Vicente Ferrer fundó Rural Development Trust (RDT), una organización para contribuir al desarrollo de Anantapur. Ese mismo año, el misionero abandonó la Compañía de Jesús y se casó con una periodista inglesa, Anne Perry. Fue en 1996 cuando creó su propia fundación, la Fundación Vicente Ferrer, con la intención de dar una continuidad económica a su importante labor humanitaria en la India. En 1998, sus esfuerzos fueron reconocidos con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
Decía, Vicente Ferrer: «La acción es una oración sin palabras… La acción buena contiene todas las filosofías, todas las ideologías, todas las religiones…» También hacía esta reflexión: «Se puede decir que el amor es una llama que siempre arde y siempre estás respondiendo lo más que puedes. Estás respondiendo a esa llamada del corazón que tiene luz y fuerza».
Vicente Ferrer, la bendición de los pobres, murió el 19 de junio de 2009. Su función en la vida no fue entender, sino remediar. Declaró la guerra a la pobreza y al sufrimiento y a ello entregó su vida, pero su proyecto está muy vivo y en buenas manos: su mujer y su hijo Moncho (que estos días está en Gran Canaria) a la cabeza de un batallón comprometido con el ‘santo’ de Anantapur.
«La revolución silenciosa» se ha producido con la colaboración de millones de españoles, que han contribuido para el Proyecto de la Fundación Vicente Ferrer, a través de apadrinamientos.
Se hace realidad la frase de Vicente Ferrer: «Ninguna acción buena se pierde en este mundo. En algún lugar quedará para siempre…» Aunque su labor está en India, España está orgullosa.
VICENTE FERRER
El santo de Anantapur…
El hombre del paraguas.
Cansino, parece frágil
y pausado en sus palabras.
Erradicador de un pasado
marcado por las castas…
Nacidos con estigmas,
cual castigo de una raza.
Forjador de un mañana.
Un mañana de esperanza.
Luchador por principio.
Revelador de confianza.
Su revolución es silenciosa,
se apoya en la Providencia.
Su compromiso, es acción.
Es una lucha sin tregua.
Desterrar el sufrimiento:
venciendo la pobreza,
el hambre, la enfermedad,
el dolor y la tristeza.
Que Dios bendiga la Obra
de ‘San’ Vicente Ferrer.
Ese Padre todo amor…
se ha dejado querer.
Anantapur tenía un sueño
y se ha hecho realidad.
Fotografía: Rubio-Rodés vía colaboracionsinanimodelucro.
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