Piense que hablamos de España, un país que cuenta con leyes de protección del trabajo donde se recogen los derechos de los trabajadores. Cuando alguien dice «estoy trabajando», nos alegramos y le felicitamos, y deseamos que lo conserve porque también sabemos lo que supone no tener trabajo. Nadie trabaja por amor al arte, trabajamos a cambio de un salario digno, cosa que tampoco se cumple porque al empresario le duele abrir la mano para dar al trabajador lo que le pertenece. Los empresarios, si pudieran, se cargaban todos los derechos del trabajador y los explotaba trabajando por un bocadillo. El obrero saca a flote a las empresas y, ¿quién se pone rico? El jefe…
Con la falta de trabajo que hay hoy en día se cometen muchos más abusos y nadie denuncia ni protesta porque necesitan llevar algo de dinero a su casa para dar de comer a sus hijos… Pero cuando hablamos de ‘víctimas del trabajo forzoso’ nos suena a esclavitud y la esclavitud parece cosa del pasado, pero nada más lejos: la Organización Internacional del Trabajo (OIT) denuncia que en el mundo casi 21 millones de personas son víctimas del trabajo forzoso ya que se ven obligadas a ejercer tareas que no pueden abandonar por sus deudas, porque se les explota sexualmente o porque incluso nacieron en esclavitud. Muchas de las víctimas permanecen en lugares poco visibles y escasamente controlados, como barcos pesqueros, obras, fábricas, explotaciones agrícolas o mineras, lo cual dificulta las investigaciones que podrían acabar con estos delitos.
Según la noticia, la mayoría de los abusos se cometen en África, Asia y América, pero no hay ningún continente que esté exento. Además, según los datos que maneja la OIT, los estados o rebeldes armados todavía son los responsables del 10% de los casos, lo que equivale a dos millones de perjudicados. Los 19 millones restantes son culpa de empresas privadas o sujetos particulares. Dentro de este conjunto, 4,5 millones son obligados a prostituirse, víctimas del trabajo forzoso.
Los analistas admiten que en los últimos años se ha avanzado considerablemente a la hora de garantizar que se cumpla la legislación en esta área. Sin embargo, el camino que queda por recorrer sigue siendo largo. Las más desfavorecidas en este aspecto son las mujeres y niñas con 11,4 millones de afectadas, frente a los 9 millones y medio de adultos y menores de sexo masculino que están en la misma situación. Los emigrantes y los pueblos indígenas son los colectivos más vulnerables a la explotación.
Los 21 millones a los que se refiere la OIT no son una cifra exacta, puesto que no existe ningún registro oficial sobre esta actividad clandestina que mueve miles de millones. De hecho, diversas instituciones religiosas y organizaciones no gubernamentales manejan cantidades más elevadas. España forma parte del grupo de países cuyos gobiernos respetan plenamente las normas mínimas, pero en muchos casos hace la vista gorda para beneficiar a los empresarios y aprueban leyes donde el trabajador sale perjudicado.
Aunque en España no podemos hablar de esclavitud vemos cómo empresas españolas contribuyen a la esclavitud, o algo que se le asemeja. Días atrás murieron en India más de mil personas aplastadas en fábricas textiles. Edificios ruinosos donde miles de personas trabajan confeccionando ropa que luego compramos en Sara, Ikea, el Corte Inglés, etc. Según cuentan, estas personas trabajan dándole a los pedales de la máquina, desde el amanecer hasta el anochecer, por unos veinte y tantos euros al mes, sin otro derecho… Eso es esclavitud y la esclavitud no está erradicada porque existen tiranos y explotadores, y en los países que se protege tibiamente al trabajador los empresarios se van a los llamados ‘países del tercer mundo’ donde las leyes de protección a los más débiles brillan por su ausencia, avasallando y esclavizando a los pobres.
Entre los que ‘contribuyen’ a la esclavitud, está uno de los hombres más ricos del mundo, el español, dueño de Sara.
No más víctimas del trabajo forzado. No más negocios para robar sin ser pillados. Dignidad: el que trabaja tienen derecho a su paga.
Según la misma fuente, hablando de la pobreza mundial, los 240.000 millones de dólares (180.000 millones de euros) que ingresaron durante 2012 las cien personas más ricas del mundo equivalen a cuatro veces la cantidad necesaria para poner fin a la pobreza en el planeta, según reveló Intermón Oxfam. La organización humanitaria hizo público el informe «El coste de la desigualdad: cómo la riqueza y los ingresos extremos nos dañan a todos».
En el documento, Oxfam denuncia que el 1% de la población más rica del planeta ha incrementado sus ingresos en un 60 % durante las últimas dos décadas pese a la crisis, que «no ha hecho más que acelerar esta tendencia». La organización hizo un llamamiento a los líderes mundiales para que se comprometan a la reducción de la desigualdad, «al menos hasta los niveles existentes en 1990», ya que considera que «los ingresos extremos no son éticos, sino económicamente ineficientes y políticamente corrosivos, además de dividir a la sociedad».
El director general de Intermon Oxfam, José María Vera, considera que «necesitamos un New Deal global» que implante un sistema que funcione «en el interés de toda la humanidad en lugar de hacerlo para una elite mundial», y propone acabar con los paraísos fiscales que, según el comunicado, albergan cerca de 32 billones de dólares (24 billones de euros), el equivalente a la tercera parte de la riqueza global. Esta medida «podría generar 189.000 millones de dólares (142.000 millones de euros) adicionales en recaudación impositiva», según la organización. Asimismo, propone «revertir la tendencia hacia sistemas fiscales regresivos, aplicar un tipo mínimo global a las empresas o incrementar las inversiones en los servicios públicos, así subir los salarios en relación con los rendimientos crecientes de capital».
«No podemos seguir fingiendo que la generación de riqueza por unos pocos beneficiará al resto. No podemos permitirnos concentrar activos en las manos de unos pocos y dejar a la mayoría pelear por lo que queda», señaló Vera.
Muy bien dicho…
Fotografía: Henri Ismail, cc.
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