Madre es la palabra más hermosa en boca de un hijo. Hablar sobre las madres… de la mía, no pararía de contar. Siempre he dicho que Dios me dio la mejor madre, todo lo que soy lo recibí de ella y a ella todo se lo debo: es mi espejo, mi fuerza y mi guía. De mi madre les he hablado y estaría hablando todo una vida, pero hoy permitidme que cuente la historia de una mujer que admiro. Una mujer con un corazón grande, generoso y valiente. La llaman ‘Madre’ por sus cálidos abrazos y es conocida en el mundo entero por entregarse a los pobres, labor que dignifica a la humanidad.
De ella se han escrito lo más bellos textos. Ella decía: «De sangre soy albanesa, de ciudadanía, India. En lo referente a la fe, soy una monja Católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús». De pequeña estatura, firme como una roca en su fe, a Madre Teresa de Calcuta le fue confiada la misión de proclamar la sed de amor de Dios por la humanidad, especialmente por los más pobres entre los pobres. «Dios ama todavía al mundo y nos envía a ti y a mí para que seamos su amor y su compasión por los pobres». Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo con un único deseo: «saciar su sed de amor y de almas».
Esta mensajera luminosa del amor de Dios nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, una ciudad situada en el cruce de la historia de los Balcanes. Era la menor de los hijos de Nikola y Drane Bojaxhiu, recibió en el bautismo el nombre de Agnes Gonxha, hizo su Primera Comunión a la edad de cinco años y medio y recibió la Confirmación en noviembre de 1916. Desde el día de su Primera Comunión, llevaba en su interior el amor por las almas. La repentina muerte de su padre, cuando Agnes tenía unos ocho años de edad, dejó a la familia en una gran estrechez financiera. Su madre crió a sus hijos con firmeza y amor, influyendo grandemente en el carácter y la vocación de su hija, que además era asistida por la vibrante Parroquia Jesuita del Sagrado Corazón.
Cuando tenía dieciocho años, animada por el deseo de hacerse misionera, Agnes dejó su casa en septiembre de 1928 para ingresar en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María, conocido como Hermanas de Loreto, en Irlanda. Allí recibió el nombre de Hermana María Teresa (por Santa Teresa de Lisieux). En el mes de diciembre inició su viaje hacia India, llegando a Calcuta el 6 de enero de 1929. Después de profesar sus primeros votos en mayo de 1931, la Hermana Teresa fue destinada a la comunidad de Loreto Entally en Calcuta, donde enseñó en la Escuela para chicas St. Mary. El 24 de mayo de 1937, la Hermana Teresa hizo su profesión perpetua convirtiéndose entonces, como ella misma dijo, en «esposa de Jesús» para «toda la eternidad». Desde ese momento se la llamó Madre Teresa. Continuó enseñando en St. Mary convirtiéndose en directora del centro en 1944. Al ser una persona de profunda oración y de arraigado amor por sus hermanas religiosas y por sus estudiantes, los veinte años que Madre Teresa transcurrió en Loreto estuvieron impregnados de profunda alegría. Caracterizada por su caridad, altruismo y coraje, por su capacidad para el trabajo duro y por un talento natural de organización, vivió su consagración a Jesús entre sus compañeras con fidelidad y alegría.
Durante un viaje a Calcuta para realizar su retiro anual, Madre Teresa recibió su «inspiración», su «llamada dentro de la llamada». Ese día, de una manera que nunca explicaría, una sed de amor y de almas se apoderó de su corazón y el deseo de saciar la sed de Jesús se convirtió en la fuerza motriz de toda su vida. En las sucesivas semanas ardía en su corazón el amor de Jesús que le reveló el deseo de encontrar almas que «irradiasen a las almas su amor». Jesús le suplicó: «Ven y sé mi luz». Le reveló su dolor por el olvido de los pobres y le pidió a Madre Teresa que fundase una congregación religiosa, Misioneras de la Caridad, dedicadas al servicio de los más pobres entre los pobres. Pasaron casi dos años de pruebas para recibir el permiso, y el 17 de agosto de 1948 se vistió por primera vez con el sari blanco orlado de azul y atravesó las puertas de su amado convento de Loreto para entrar en el mundo de los pobres.
Comienza su misión. Visita los barrios y se ocupa personalmente de lavar heridas, cuidar enfermos y moribundos que se encontraban abandonados en las callejuelas. Su obra no ha hecho más que empezar. Iniciaba el día entrando en comunión con Jesús en la Eucaristía y salía con el rosario en la mano, para encontrar y servir a Jesús en «los no deseados, los no amados, aquellos de los que nadie se ocupaba».
A su proyecto se han unido muchísimas almas caritativas y sus Congregaciones se han extendido por el mundo. Las Hermanas Misioneras de la Caridad están allí donde más se necesitan. Madre Teresa no sólo se ocupó de las necesidades físicas, también de las espirituales. Fundó congregaciones contemplativas para aquellos que sentían vocación religiosa, y creó grupos de Colaboradores con personas de distintas creencias y nacionalidades con los cuales compartió su espíritu de oración, sencillez, sacrificio y su apostolado basado en humildes obras de amor.
Con su trabajo silencioso, poco a poco el mundo comenzó a fijarse en Madre Teresa y en la obra que ella había iniciado. Recibió numerosos premios, siendo el más notorio el Premio Nobel de la Paz en 1979. Ella recibía tanto los premios como la creciente atención «para gloria de Dios y en nombre de los pobres». Fue admirada por el papa Juan Pablo II y se retrataron cogidos de la mano y con el rostro iluminado por una sonrisa.
Toda la vida y el trabajo de Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del valor incomparable de la amistad con Dios. Otra de las cosas que han trascendido son sus frases: «El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz… La paz comienza con una sonrisa… No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz… Yo amo todas las religiones, pero estoy enamorada de la mía…»
Indudablemente esta mujer se sentía feliz. Dijo Henry Van Dyke: «La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos».
Con motivo de su muerte escribí este poema, publicado en el 2003:
ADIÓS MADRE DE CALCUTA (1997)
A Calcuta la llaman
la Ciudad de la Alegría.
Porque allí, Madre Teresa,
sonríe y da compañía.
Nadie pensaría al verla
que tuviera tantas fuerzas.
Para trabajar incansable
por los más pobres de una raza.
Aparentaba ser seria
pero, con sentido del humor.
Piadosa y voluntariosa.
Siempre repartiendo amor.
Desde su condición de pobre
le sobraba caridad…
Y con gestos de ternura
cuidó al pobre de verdad.
Por profesión era del mundo.
Por corazón, de Jesús.
Con el poder de la fe,
al mundo llenó de luz.
«Soy una gota de alivio
en un mar de sufrimiento»…
para el enfermo y con hambre
y para el que se está muriendo.
Fotografía: Marquette University, cc.
No hay comentarios :
Publicar un comentario