lunes, 9 de julio de 2012

La mala salud

Paseo por la playa.

En la antigua Grecia nada se sabía de virus y bacterias, pero ya reconocían que la personalidad y sus características, desempeñan un rol fundamental en los orígenes de la enfermedad, y Platón remarcaba que la buena educación es la que tendía con fuerza a mejorar la mente juntamente con el cuerpo. Reconocía, de alguna manera, que la salud corporal conduce a la higiene mental, pero, al mismo tiempo, que el buen estado mental predispone al buen estado corporal. Así, establecía, específicamente que el alma «buena», por su propia excelencia, mejora al cuerpo en todo sentido.

La salud y la enfermedad son parte integral de la vida, del proceso biológico y de las interacciones medioambientales y sociales. Generalmente, se entiende a la enfermedad como una entidad opuesta a la salud, cuyo efecto negativo es consecuencia de una alteración o desarmonización de un sistema a cualquier nivel. La forma en que un individuo percibe la salud y la enfermedad es un fenómeno complejo y particular de como éste reacciona en conjunto y enfrenta la situación en diferentes dimensiones de su personalidad (emocional, racional, físico y espiritual por ejemplo). Así, cada persona vivirá la experiencia de salud-enfermedad de manera diferente y esto condicionará el significado que dé a tales experiencias. Cuando la persona enferma, lo hace de forma integral. Todos los componentes del ser humano quedan alterados y cada uno de ellos demanda sus propias necesidades. De tal forma que la enfermedad genera síntomas físicos como el dolor y la disnea —dificultad para respirar—; síntomas psicoemocionales como miedo, ansiedad, depresión; necesidades espirituales de perdón, de paz interior; y demandas sociales como consideración y no abandono.

Cuando se está enfermo se está más sensible y necesitados de tener al lado a las personas que quieres, porque su apoyo nos transmite fuerzas para poder superar ese momento difícil de debilidad y sufrimiento, pero con una buena dosis de positividad, esperanza y alegría, todo se supera.

La enfermedad nos produce mucho miedo y nos acobarda, de hecho, solemos decir que le tenemos más miedo a la enfermedad que a la muerte. Quizás lo que nos da miedo sea el dolor y el sufrimiento de las enfermedades, de ahí que haya algunas enfermedades que sólo oír su nombre nos horroriza y nos hacen temblar.

En verdad, la mala salud nos resta calidad de vida y nos condiciona en nuestro día a día, pero tengo que reconocer que admiro a aquellas personas que arrastran enfermedades y lo llevan con total normalidad, y con qué naturalidad te dicen que gozan de una «mala salud de hierro». Otros sin embargo, parece que atraen todo tipo de enfermedades y se pasan la vida lamentándose de su desgracia, y esa misma negatividad baja las defensas y una cosa desencadena otra y se va descomponiendo y descompensando el ritmo y orden del sistema inmunológico y se altera el sistema nervioso y el estado de ansiedad nos lleva a la depresión y entre más débil estamos más fácil es enfermar.

Lo que está claro es que hay que estar fuertes, fuertes por la buena alimentación y fuertes de ánimo para que todo aquello que se cuele poder echarlo lo más rápido posible.

De todas las enfermedades graves, hay una que es la innombrable, el cáncer. Cuando se dice «grave enfermedad» ahí está oculto el cáncer. Dicen que todos tenemos células cancerígenas, al multiplicarse es cuando se detecta en los análisis, pero cuando el sistema inmune de una persona es suficientemente fuerte, las células cancerígenas son destruidas y al no multiplicarse no se forman tumores.

Cuando se detecta el cáncer, indica que la persona tiene deficiencias nutricionales múltiples. Estos podrían ser genética, ambientales, por alimentos o por factores de estilo de vida. También la soledad, las preocupaciones y la tristeza provocan estrés y la melancolía es cultivo del cáncer. Pues, vivamos alegres, positivos e ilusionados, y alimentémonos de forma sana y equilibrada: frutas, verduras, hortalizas, legumbres, aceite de oliva —nada de margarina—, miel, zumo natural, agua, etc. Sin olvidarnos del rico gofio canario.

Lo que más sorprende de esta enfermedad es que, para matar las células cancerígenas, han descubierto y comprobado que unos productos naturales son milagrosos. Destruye las células malas sin dañar las sanas y sin los efectos tan horribles y devastadores como con la quimioterapia, un producto sintético que lo destruye todo, bueno y malo. También la radioterapia lo quema todo, bueno y malo.

Milagrosa en una fruta originaria de Brasil llamada guanábana, el limón, también parece ser que los espárragos tienen un alto poder curativo, la clave está en los componentes que aportan las sustancia que destruye las células malignas a la vez que fortalece y no como la quimioterapia… Si es así, que con estos y otros productos naturales se puede combatir esta grave enfermedad, ¿por qué no se trata a los enfermos? ¡Ah! Intereses comerciales…

Un factor importante para el enfermo es la relación de confianza con su médico. Un médico que no te mira a la cara que no muestra interés por tu problema se convierte en un mal añadido. El médico que te da un trato humano, atento e interesado por lo que te pasa, esa es la primera medicina que recibes y alivia todas las dolencias. Otra cosa es la forma que tienen de dar las malas noticias, hay algunos que necesitan una buena lección.

El presidente de la Organización Médica Colegial (OMC), Juan José Rodríguez Sendín, ha presentado en Madrid un listado de recomendaciones para que los profesionales de la sanidad aprendan a comunicar las malas noticias a pacientes. Está preocupado porque muchos médicos entienden que el derecho de los pacientes a conocer la verdad es «un derecho bruto, que se da como el que compra un kilo de lentejas»
A su juicio, esta forma de actuar con el paciente «se acerca a la mala praxis». «No se puede dar el diagnóstico del cáncer como se da en algunos casos, hay que conocer qué paciente tenemos delante, qué historia de valores tiene, cómo puede reaccionar y darle tiempo pero, sobre todo, hay que respetar su posible deseo a no conocer la verdad».
Aconseja que el responsable de comunicar las malas noticias, sobre todo cuando se trata de muertes o de enfermedades sin cura, sea «un médico que conozca bien al paciente, como su médico de cabecera», ya que valorará mejor la personalidad del enfermo y sus circunstancias. Hay que informar «cuando el enfermo lo solicite», siempre que se estime que el momento es «oportuno», y «nunca mentir». También se debe evitar ser «demasiado taxativos» en los pronósticos sobre su esperanza de vida y dejar siempre «una puerta abierta a la esperanza, incluso en personas que tienen un pronóstico de vida muy limitado…» 

Muy bien dicho, yo sufrí sola, durante tres años lo insufrible por culpa de un médico. Nunca lo podré olvidar por el daño que me hizo… Valoro la salud, sobre todo, porque la mala salud se contagia. Lo mejor y más sano: Cada mañana dar gracias a Dios por el nuevo día, abrir la ventana y llenar los pulmones de aire fresco, sonreír a la vida y llenar el estómago de alimento natural, agua y mucha alegría.

Fotografía: jenny downing, cc.

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