Epifanía quiere decir «manifestación». Jesús se da a conocer. La fiesta de la manifestación de Cristo en la carne.
Los cristianos celebramos como Epifanía tres eventos: La Epifanía a los Magos de Oriente, la Epifanía a San Juan Bautista en el Jordán y la Epifanía a sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro de las bodas de Caná de Galilea, pero hoy, la Epifanía que nos ocupa es la de los Magos de Oriente, la fiesta de los Reyes Magos que preguntaron «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo».
La Biblia no habla de número de Magos, ni da nombres, sí dice que son hombres sabios de ciencia y sacerdotes de una religión pagana: La Revelación de Jesús al mundo pagano de que Cristo es el Salvador de toda la humanidad, por eso, Dios lo participa a todos los pueblos.
La llegada de los Magos, que no pertenecen al pueblo elegido, nos revela la vocación universal de la fe. Todos los pueblos son llamados a reconocer al Señor para vivir conforme a su mensaje y alcanzar la salvación.
Aquellos hombres que buscaban ansiosamente simbolizan la sed que tienen los pueblos que todavía no conocen a Jesús. Vienen de lejanos lugares a adorarlo, y los judíos cierran su corazón y sus oídos y no quieren esterarse. Estos Magos sintieron la llamada y siguieron con fe a una estrella que les condujo junto al niño Dios, se postraron para adorarlo y, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
A partir del relato del evangelio de San Mateo «Los Magos de Oriente», se han ido elaborando numerosas leyendas: que eran tres y que eran reyes y que se llamaban; Melchor, Gaspar y Baltasar, y que pudieran ser originarios de África, Europa y Asia…
Lo de los tres Reyes quizás surge, porque los regalos ofrecidos al niño Jesús fueron tres, y parece impensable que alguien venga a hacer una visita sin un presente, un regalo que ofrecer.
También a los regalos se le da diferente significado. Regalos ofrecidos al niño Jesús: el oro, que significa que reconocían a Jesús como verdadero Rey; incienso, que reconocían a Jesús como verdadero Dios; y mirra, que significaba el futuro (oro ‑ oración, incienso ‑ amor, mirra ‑ sacrificio).
Cada seis de enero, seguimos esperando con la ilusión e inocencia de un niño, los regalos de los Reyes Magos pero, no nos olvidemos que en el pesebre hay un niño que también espera su regalo de Reyes y, nosotros emulando a los Reyes Magos, podemos ofrecerle: oración, amor y sacrificio. Yo le ofrezco el oro de mi adoración, el incienso de mis buenas obras y la mirra de mi amistad.
Hoy en día, los cristianos debemos y tenemos que interrogarnos, y reflexionar sobre nuestra actitud y compromiso con la Iglesia universal. No podemos decir que formo parte y vivir de espaldas: sí, pero no. Soy pero no practico. Creo que conviene que haya coherencia entre lo que siento y lo que vivo. Los testimonios de vida nos delatan y para clarificar, frente a debates internos lo mejor para obtener alguna repuesta sería hacernos algunas preguntas…
¿Somos como aquella Jerusalén, «conocedora de las Escrituras», pero incapaz de reconocer y menos de seguir el camino de la Luz de Cristo?
¿O somos como los magos de oriente, en búsqueda siempre de la verdad y dispuestos a ponerse en camino hacia Jesús, Rey y Señor de la historia?
Fotografía: Juan Fernández, cc.
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