Mansedumbre es la virtud que modera la ira y sus efectos
desordenados. Es una forma de templanza que evita todo movimiento desordenado
de resentimiento por el comportamiento del otro.
Gálatas (5:22-23) dice, que el Espíritu Santo obra en nosotros
para que nos parezcamos más a Cristo (Efesios 4:14-16) y parte del fruto, o
resultado, de esa obra es la mansedumbre. La mansedumbre no significa
debilidad, más bien, implica humildad y agradecimiento hacia Dios, y un
comportamiento educado y comedido hacia los demás. Lo contrario de la
mansedumbre es la ira, el deseo de venganza y la prepotencia culpando siempre a los demás.
La mansedumbre ayuda a evitar la cólera y las reacciones
violentas. Se opone a la ira y al rencor, evita que el cristiano caiga en
sentimientos de venganza. La mansedumbre hace al cristiano suave en sus
palabras y en el trato frente a la prepotencia de alguien. Es el fruto que nos
asemeja a Jesús manso y humilde de corazón.
“Los frutos del Espíritu son perfecciones en la vida cristiana que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: 'caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’. El cristiano es como los árboles: cuando está maduro dará sus frutos; por sus frutos os conocerán (Mt 12, 33).
Dios quiere que le demos el control de nuestras vidas. No podemos confiar en nuestra propia lógica, no tenemos ímpetu para someternos al
liderazgo de Dios. Sin embargo, con la sabiduría que nos da el Espíritu Santo,
empezamos a ver el por qué debemos ponernos en manos de Dios como Señor de
nuestras vidas. El poder humano bajo control humano es un arma medio rota en
manos de un niño. Pero la mansedumbre pone nuestra fuerza bajo la guía de Dios;
es una herramienta poderosa para para vivir en la tierra y poder alcanzar el reino de Dios.
Toda persona es poderosa, podemos decir palabras que influyan
en los demás; podemos actuar de forma que ayudemos o perjudiquemos; y podemos
elegir qué influencias determinarán nuestras palabras y acciones. La
mansedumbre limita y canaliza ese poder. Ser manso es reconocer que los caminos
y los pensamientos de Dios están por encima de los nuestros (Isaías 55:9). Es
darse cuenta humildemente de que nuestra visión del mundo está moldeada por la
exposición al pecado y la mala interpretación de la experiencia. Es aceptar la
cosmovisión de Dios, que refleja la verdad sobre los mundos espiritual y
material.
Nos conviene tener una actitud amable hacia Dios porque Él es
omnisciente y nosotros no. "¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
Házmelo saber, si tienes inteligencia" (Job 38:4). Dios lo sabe todo
del pasado, del presente y del futuro (1 Juan 3:20); nosotros ni siquiera
acertamos con la previsión meteorológica. Como un adolescente petulante a sus padres,
podemos gritar: "¡No lo entiendes!", pero Dios sí lo entiende, más de
lo que nosotros podríamos saber (Salmo 44:21).
Cuando estemos llenos del fruto de la mansedumbre del
Espíritu, corregiremos a los demás con facilidad en lugar de discutir con resentimiento
e ira, sabiendo que su salvación es mucho más importante que nuestro orgullo (2
Timoteo 2:24-25). Perdonaremos fácilmente, porque cualquier ofensa hacia
nosotros no es nada comparada con nuestras ofensas contra Dios, ofensas que Él
ya ha perdonado (Mateo 18:23-35). La competencia y el sectarismo desaparecerán,
ya que el objetivo se centrará menos en nosotros mismos y más en predicar el
Evangelio (Filipenses 1:15-18). Juan el Bautista era un ardiente predicador,
pero demostró verdadera mansedumbre cuando dijo: "Es necesario que él [Jesús]
crezca, pero que yo mengüe". (Juan 3:30).
La mansedumbre significa también renunciar al derecho a
juzgar lo que es mejor para nosotros y para los demás. A Dios no le preocupa
tanto nuestra comodidad como nuestro crecimiento espiritual, y Él sabe cómo
hacernos crecer mucho mejor que nosotros. La mansedumbre significa que
aceptamos que la lluvia cae sobre malos y justos y que Dios puede utilizar
métodos que no alcanzamos a percibir, para llegar a nuestros corazones y a los de los
demás, con el fin de que podamos darnos cuenta de nuestro errores y rectifiquemos.
Vivir con un espíritu de mansedumbre hacia Dios significa aceptar Su juicio sobre las personas y los problemas. Tendemos a pensar que ser amable es tratar a la gente con indulgencia y justificar acciones que Dios ha calificado de pecado. O dejar que alguien continúe en pecado sin decir la verdad. Pero Pablo dice: "si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre" (Gálatas 6:1). Esto no significa que hay que ser tan blando como para que el pecador no se dé cuenta de que ha pecado. Significa confrontar al hermano de una manera que esté de acuerdo con las Escrituras: ser suave, cariñoso, alentador y claro acerca de la santidad a la que Dios nos llama. Como hermanos estamos llamados a corregir al otro, aunque el otro por su prepotencia, no acierta a ver sus malas acciones, porque cree que echándote la culpa, él queda impune.
Jesús nos dio la imagen perfecta de la mansedumbre: "He
aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna" (Mateo
21:5), y ahora nos ofrece Su mansedumbre como un regalo. Si dejamos que el
Espíritu Santo nos guíe, nos llenaremos del fruto de la mansedumbre.
“No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición”. (I Pedro 3:9).
Fotografía: Internet

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