Cada persona libra su propia batalla interna. A medida que
vamos creciendo y acumulando conocimientos, de manera instintiva creamos un
pequeño universo personal desde el cual definimos nuestro modo de comunicarnos
con los demás. Este núcleo íntimo, desde el cual se consolida una amplia gama
de formas de relacionarnos con el mundo que nos rodea, ya ha sido marcado por
las experiencias vividas desde que nos arrojaron al mundo y algo también influyen los genes.
Platón dijo alguna vez: “Se amable, pues cada persona con
la que te cruzas, está librando su ardua batalla”.
La frase de Platón me recuerda la prudencia con la que
tenemos que manejarnos ante la vida ajena. Desde una mirada ego-centrada
tendemos a mirar primero cómo nos afecta lo que los demás hacen o dejan de
hacer, sin detenernos siquiera a dudar o a pensar en la posibilidad de que
quien tenemos enfrente puede estar “librando su propia batalla interior”.
Lo que vemos o juzgamos puede ser apenas la punta de un iceberg de todo lo que está debajo y no conocemos. Y con apenas unos pocos indicios ya opinamos, concluimos, sentenciamos o decretamos. Suelo decir que a veces las personas entramos con los pies embarrados a la vida ajena, sin siquiera golpear la puerta. Opinamos sin pedir permiso, damos consejos de expertos sin el más mínimo reparo, sin cuidar los modos y sin siquiera detenernos a pensar si el otro quiere escuchar o no lo que no nos podemos callar.
Las tradiciones de sabiduría oriental nos regalan una enseñanza extraordinaria que podemos aplicar a esta mirada que les estoy compartiendo. Este conocimiento milenario nos dice que debemos descalzarnos antes de entrar a un lugar sagrado. Yo les invito a que se pregunten: ¿No es acaso un lugar sagrado la vida propia tanto como la vida ajena? Entonces ¿por qué entrar con tanto descaro? Siempre que uno tenga algo que decir debe preguntarse dónde va a ir eso. Teniendo siempre en cuenta que cada ser humano hace lo mejor que puede con los recursos que tiene en un momento dado.
Tendemos a ‘cortar bastante ancho’ al momento de opinar de
los demás, por eso yo los invito a “pausar” antes de ingresar en tierra sacra.
Del mismo modo que les sugiero cuidarse de la rápida tendencia a
auto-referenciar y tomar todo lo que los demás dicen, hacen o dejan de hacer,
de manera personal. Recuerden que cada uno es un mundo en sí mismo que
desconocemos, cada uno tiene sus heridas, sus aflicciones, sus corazas y sus
defensas de acuerdo a las experiencias que haya atravesado en su vida. Debemos
ser prudentes, humildes, discretos, compasivos y pacientes cuando atravesamos
el umbral de la vida ajena, no ingresar sin antes llamar a la puerta, pedir
permiso y descalzarse.
Por otro lado, la frase de Platón lleva a pensar en el propio
trabajo de evolución que cada ser humano viene realizar a esta vida. Cada ser
humano está destinado a atravesar aquellas experiencias, dificultades,
obstáculos y adversidades que al ser superados nos traen la recompensa de
sentirnos personas más fuertes, más confiadas, más empoderadas y con más
destrezas para transitar la vida. Sumado a ello, más ligereza y más criterio
para discernir por dónde ir y por dónde no.
Lo que no puede ser, es que alguien que cargue envidias y enojos, descargue su rabia contra una hermana para perjudicar su prestigio, creyendo que 'matando' a su hermana, ella se queda con lo que envidiaba en su hermana. Si cada quién está librando su propia batalla, eso significa, que es uno mismo quien ha de convertirse en un guerrero pacífico ante sus temores, sus ansiedades y sus sombras, para que sus luces y virtudes salgan victoriosas. Esta labor es indelegable y requiere de un protagonismo comprometido para ser autor y guionista de su propia vida, sin dañar a nadie.
Cuando uno intenta “ayudar” a los demás ha de cuidarse de la
tendencia a ser demasiado invasivo. No debemos irrumpir en el delicado proceso
de crecimiento y evolución personal que cada persona está llamada a transitar.
Cada uno a su ritmo, tropezando las veces que sean necesarias para aprender a
ver la piedra antes de tiempo y pasar lo suficientemente lejos de ella. Un
proverbio africano muy sabio dice: “Puedes llevar el buey al río, más no puedes
obligarlo a beber…”. Así es que, reconocer nuestros límites en el afán de
ayudar y de facilitar, es también amar y respetar los procesos y tiempos de los
demás para llegar a ser la mejor versión de sí, que puede llegar a ser cada uno
en este tramo de su existencia.
Así como una madre que hace 'todo' por facilitarle la vida a su hijo, priva a su hijo de la habilidad de reconocer sus propias habilidades y talentos. De la misma manera, privamos a nuestros seres queridos de hacer sus aprendizajes evolutivos cuando 'hacemos' lo que tiene que ser hecho por su protagonista, desde ganarse la vida para lograr autonomía y autosuficiencia, a darse de frente contra la realidad para darse cuenta que por ese camino no llega a ninguna parte.
Podemos ser compasivos y hacer lo que esté a nuestro alcance para aliviar el sufrimiento ajeno, pero no podemos evitar el dolor inevitable que ayuda a tomar consciencia de los ajustes necesarios que cada uno tiene que hacer para sintonizar su personalidad con su verdadera esencia. Ser héroes de nuestra vida y dejar que otros lo sean es bregar a diario por conquistar nuestras batallas internas. Cada vez que ponemos luz en nuestra oscuridad y sabiduría en nuestra ignorancia, avanzamos entre todos como humanidad. Cada uno trabajando sobre sí ayudamos a los demás.
Saber discernir cuándo nuestra ayuda es beneficiosa y cuando
solo alimenta la dependencia y la desidia de los demás, es una pericia que
requiere de entrenamiento, de frustración y a veces, hasta de enojo e impotencia, al darnos cuenta que no podemos hacer nosotros lo que
involucra sólo a su principal actor.
No podemos ofrecernos de más desde el deseo egoísta de
sentirnos queridos y necesitados, o desde el apego y el no poder lidiar con
nuestras preocupaciones y la intranquilidad que nos genera que un ser querido
no haga lo que “creemos” que es mejor para su vida. A veces ser generosos no es
dar más y más…, sino saber diferenciar cuándo dar un paso hacia adelante y
cuándo es mejor darlo hacia atrás y dejar que cada uno obre a su manera para
que pueda darse cuenta cuando ajustar y cuando aflojar la cuerda.
Que tus batallas internas no te lleven a entrar en batallas internas con la familia. No dejemos de ver a nuestra familia como nuestro lugar de refugio y seguridad. Si comenzamos batallas internas con nuestra familia, nos sentiremos invadidos y debilitaremos los lazos que nos conforman como unidad sólida e invencible aglutinados por el amor. Cuando fallo el amor en la familia, se debilita el pilar que la sostiene.
¿Qué es lo que causa las disputas y las peleas entre ustedes? ¿Acaso no surgen de los malos deseos que combaten en su interior? Santiago 4:1.
Recordemos que a nuestro Padre Dios le gusta que expresemos
amor los unos para con los otros. Por tanto, si surgiera algún conflicto, es
mejor buscar soluciones amistosas, incluso si tus conflictos internos te
empujan a crear conflictos, sé sincero y cuenta lo que te pasa, siempre será
mejor que enredar con mentiras. Hay que buscar la razones por las que se
batalla y tomar acciones para resolver esa angustiosa batalla interior.
Libres la batalla que libres, busca la presencia de Dios. Pídele
que su amor y su paz sea la fuerza que te ayude a librarte de tus tormentos para vivir en armonía con las personas que te rodean.
Recuerda que el amor aumenta a medida que el juicio decrece.
Estamos aquí para querer no para juzgar, para razonar y poder sentir emociones.
Así, que si alguien dibuja un círculo para excluirte, dibuja tu uno más grande para
incluirle.
No olvides que el amor aumenta a medida que el juicio se hace
flexible, compasivo y piadoso. El amor nos da felicidad, el juicio estricto nos
aporta sufrimiento. No entiendas el amor como algo que se puede quitar como un
refuerzo o un castigo: el amor incondicional está por encima de todo eso. El amor lo puede todo.
Fotografía: Internet
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