La cultura del esfuerzo hace referencia a que las cosas, objetivos o metas se consiguen esforzándose y trabajando. La cultura del esfuerzo nos enseña a ser adaptativos, a asumir responsabilidades, a tomar los tropiezos o fallos de forma positiva y realista, y por supuesto favorece el desarrollo de la constancia.
El “esfuerzo” se define como la acción de emplear gran fuerza
física y/o moral con algún fin determinado, cuando hablamos de la cultura del
esfuerzo haciendo referencia a nuestros niños queremos crear una
visión global del esfuerzo más allá del contexto académico.
La vida es un recorrido en el que nos encontraremos con
situaciones más o menos difíciles, tendremos retos que superar si queremos
alcanzar metas personales y profesionales y para todo ello, el esfuerzo será la
principal herramienta con la que contar como aliada indiscutible.
Comprobamos que en nuestras sociedades occidentales con el norte
orientado hacia el bienestar, hay una creciente infravaloración del esfuerzo.
Vivimos instalados en la cultura del placer y el concepto de esfuerzo como
valor a la baja. Invertir tiempo y esfuerzo en conseguir algo valioso o que
merece la pena, mostrando resistencia o venciendo obstáculos si fuese preciso,
ha llegado a resultarnos incómodo y a veces absurdo e innecesario, porque estamos convencidos que nos merecemos todo, por la cara bonita.
El esfuerzo, en cuanto a sacrificio o renuncia posee exclusivamente connotaciones negativas, un término emparentado con el sufrimiento y por tanto, incompatible con las gratificaciones positivas de la vida, como son el bienestar, el placer o la felicidad. Sin embargo, es deber y obligación darle valor al esfuerzo. Hay que recuperar la satisfacción que proporciona conseguir con nuestro propio esfuerzo, nuestros objetivos y metas, que no es más que poner interés y dedicación a una formación que nos prepara para ser autosuficiente y ganarse la vida en colaboración con la cadena social, porque la sociedad para progresar se nutre del engranaje colaborativo, cada cual con su aprendizaje profesional, aporta sus conocimientos que pone en funcionamiento todos los esfuerzo para cubrir las necesidades del tejido social. Sin esfuerzo no hay progreso.
La ética del esfuerzo mínimo ha creado un ambiente, una
cultura, un estilo, en menoscabo de valores básicos como el esfuerzo, la
responsabilidad o el sentido del deber. En la cultura de que se puede sacar una carrera por los apuntes de un compañero, aprender
un idioma con dedicarle solo 10 minutos al día, o que sin esfuerzo y comiendo
lo que nos complazca podemos bajar de peso con una dieta milagro, mensajes
todos enfocados al logro de algún propósito a través de un esfuerzo casi nulo y
que se nos proyectan incesantemente a través de los medios de comunicación, las
redes sociales o la publicidad. Mala cosa la mala publicidad.
El valor del esfuerzo personal nos habla de la determinación
por llegar a donde se desea. Esforzarse implica llevar a cabo diversas
conductas, en muchas ocasiones con una elevada frecuencia o intensidad, y con
unos estándares muy concretos para conseguir un determinado fin. Uno de los
efectos más importantes del esfuerzo es que se mejora la percepción de
autoeficacia, es decir, la sensación o creencia de que se puede conseguir lo
que alguien se propone a través de su esfuerzo. Los niños que aprenden pronto
el valor del esfuerzo serán adolescentes motivados y adultos responsables y
autorrealizados y agradecidos a su esfuerzo.
Vivimos en una sociedad en la que vamos a un ritmo vertiginoso, todo es aquí y ahora, queremos todo a nuestro alcance de forma fácil, rápida y sin mucho esfuerzo. Los niños, a menudo están también acostumbrados a esa exigencia, queriendo una vida cómoda en donde las cosas se consiguen rápidamente y donde no se fomenta la cultura del esfuerzo. Es por ello, que hoy en día es tan importante educar en la cultura del esfuerzo, porque la mayoría de las cosas se consiguen así, esforzándose. No obstante, es importante también hablarles sobre que no siempre todo lo que queremos se puede conseguir, que a veces pese al esfuerzo se fracasa, pero que nunca deben dejar de luchar y esforzarse por aprender, que el saber no ocupa lugar.
La cultura del esfuerzo nos enseña a ser adaptativos, a asumir responsabilidades, a tomar los tropiezos o fallos de forma positiva y realista, y por supuesto, favorecer el desarrollo de la constancia. No obstante, la palabra esfuerzo tiene diferentes significados según distintas personas: Para algunas, es sinónimo de conseguir resultados y cumplir objetivos, pero, para otras, significa cansancio y agotamiento.
Educar a los niños en la cultura del esfuerzo va a resultar fundamental para su posterior desarrollo personal y para mejorar la forma en la que afronten la vida adulta. Es importante, dejar que los niños adquieran responsabilidades, siempre adaptadas a su edad, esto facilitará la adquisición de hábitos que mejora su autoestima y comprobarán que son capaces de realizar tareas por sí mismo sin ayuda de nadie. Así se reforzará y se premiarán las responsabilidades cumplidas.
Hay que enseñarles a marcarse objetivos y esforzarse por conseguirlos, pero haciéndolos conscientes de que a veces no se pueden conseguir todo, y no pasa nada. Siempre se nos presentan nuevas oportunidades. La etapa infantil es ideal para incluir y construir todas las bases de la cultura del esfuerzo, para así evitar adultos dependientes, impaciente, exigentes y déspotas. Si solucionamos todos los problemas de nuestros hijos, pretendiendo allanarles el camino para que consigan todo lo que quieren de forma rápida y fácil, estaremos contribuyendo a crear adultos con las características que acabamos de mencionar.
Algunas de las consecuencias de no educar en la cultura del esfuerzo, pueden afectar a la vida adulta y a la manera de afrontar el aprendizaje y las experiencias. Hay que saber gestionar las frustraciones para no estar continuamente experimentando sentimientos de insatisfacción. Saber controlar nuestras emociones nos hará ser más empáticos, más tolerantes y más respetuosos con los demás.
Realmente estamos viendo cómo hoy en la sociedad está mal vista
la cultura del esfuerzo. Nadie quiere esforzarse por nada y hay que reconocer que todo lo quieren por
su cara bonita. Así tenemos a los jóvenes que lo del esfuerzo no les va y reclaman
que todo les sea dado, porque sí: Quieren
ser aprobados, sin estudiar. Quieren tener una vida fácil sin que le falte de
nada. Exigen a sus padres ropas de marcas, móviles última generación, todo
porque sí y no les puedes pedir responsabilidad ni colaboración, porque te
pueden denunciar por abusos. Y todo fomentado por gobiernos populistas, que pretende aborregar a sus súbditos. Por eso, es muy importante educar en la cultura de
esfuerzo, para que el ahora niño, cuando se convierta en adulto, sea una
persona independiente, que se valga por sí misma y que no necesite en todo momento de la ayuda y el apoyo de los demás, para realizar sus
tareas y llevar a cabo sus proyectos con autosuficiencia.
Como podemos ver, educar en la cultura del esfuerzo, conlleva una serie de beneficios para los niños, haciéndolos mucho más independientes, seguros de sí mismos, menos frustrados, con mejor autoestima, más empáticos con sus semejantes, entre otras... Esto se traducirá, en adultos que afrontarán los problemas de manera más realista y positiva, se valdrán por sí mismos, no tendrán miedo y aceptaran los fracasos de forma menos dolorosa, se plantearan retos y verán los errores como medio de aprendizaje.
Fotografía: Internet
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