"Allá arriba, en el cielo, tengo a alguien que extraño con
toda mi alma, aunque pasen los días, los meses y los años, nunca te olvidaré,
mamá".
Ay, cómo superar la muerte de una madre... Aunque el tiempo pase... Una madre es una figura de referencia vital. Por esta razón, el fallecimiento de este ser querido produce una sensación de vacío. El amor de una madre es único. El amor incondicional, el acompañamiento y la generosidad son cualidades que definen a la mayoría de las madres. La historia de un ser humano está muy ligada a la de su propia madre. Por este motivo, cuando se produce el fallecimiento, esta fecha queda grabada en la propia biografía como un acontecimiento que rompe con todo lo establecido. Aunque la vida es así, puede resultar, antinatura, que una madre se vaya y deje solos a sus hijos.
Ha sucedido y no puedes hacer nada por cambiar lo que ha ocurrido, sin embargo, sí puedes hacer algo por ocuparte de tu realidad. Hacer esta diferenciación entre aquello que depende de ti ahora y aquello que ya no puedes resolver, puede marcar la diferencia en la aceptación de tan triste momento. Puedo aceptar, pero nunca olvidar.
A veces, después de la muerte de un ser querido, quedan sensaciones contradictorias en torno a lo que fue o pudo ser, en lo que hiciste o pudiste hacer. Hay personas que se cuestionan si podrían haber hecho algo que no hicieron para demostrarle su amor. Este tipo de sensaciones son muy humanas, sin embargo, quedas en paz contigo misma sabiendo que estuviste al lado de tu madre y de tu padre, ayudando, acompañando, consolando y le demostraste cuánto les querías y esto es lo más importante al recordarlos.
La muerte de una madre tiene un impacto en la propia
estructura familiar, ya que esta figura une a los hijos en torno a ella. Puede
ocurrir que cuando ella fallece, y ocurre, que el contacto se reduce o desaparece. Sin embargo, es
importante intentar mantener el contacto con los seres queridos de forma
regular porque la familia es, frente al individualismo, una medicina que cura
el dolor de la pérdida y la mantiene presente. De hecho, es muy probable que esta sea la voluntad de toda
madre.
Es cierto que el tiempo suaviza de alguna manera el dolor. Ahora ya puedo hablar de mi madre y de mi padre, compartir con otros las sensaciones que experimenté entonces. Pero esto me ha llevado mucho tiempo. Puedo hablar de sus recuerdos sin notar esa angustia que envolvía su ausencia, pero mi corazón ha perdido la alegría, ya no tiene la energía que poseía cuando ella vivía.
Aquellas personas que tienen fe en la trascendencia de la la vida después de la muerte, pueden encontrar en esos valores un abrigo de esperanza para vivir ese desgarrador momento de dolor. Nunca es fácil hablar de la muerte de nuestros padres, nunca
es el momento, bien porque el dolor no te deja, o porque andamos tan ocupados con cosas insignificantes que no nos
atrevemos a analizar las importantes, las que motivan y endulzan nuestra vida.
David Kessler, uno de los mayores expertos en duelo, asegura
que cada dolor es único, compartir el dolor puede ayudar a superarlo. Tenemos
la necesidad de que nuestro dolor sea presenciado. Nuestra mente no quiere que
seamos una isla de dolor. Nos necesitamos unos a otros, y el dolor es un
conector universal”, asegura.
Yo tengo que confesar, que dado que mi madre llevaba años
enferma, alguna vez pensé en su muerte, ya que el médico se encargaba
de martirizarme con sus pronósticos, pero yo no soportaba pensar en ello. Ella
estaba en fase terminal y yo sola con mi dolor, temía ese momento... Pero
cuando llegó el final, supe que nadie puede prepararse por mucho que lo
intente. El dolor, cuando amas a una persona, es tan fuerte, que deja en nada
cualquier mentalización.
Con la enfermedad de mi madre, me enfrentaba a una de las situaciones más difíciles que me
podían ocurrir en mi vida, y no sabía cómo hacerlo, porque a mi madre la
lloraba en vida pensando que se me iba. Con mis padres fueron dos situaciones
muy diferentes, pero el desgarro es igual de doloroso: mi padre salió un día de casa lleno de vida
y no regresó... Y mi madre fueron cinco años, tres años de suplicio escuchando
decir a su oncólogo, que no sabía cómo mi madre podía estar viva dada la
gravedad. La experiencia me llevó a comprobar que es cierto lo que muchos
expertos dicen sobre cómo las personas afrontan ese dolor: no existe una
fórmula, en compañía se soporta mejor, pero cuando tienes que llevarlo sola, cada uno lo hace como puede.
Sin embargo, es conveniente conocer lo que dicen los profesionales. La psiquiatra suiza Elisabeth Kubler-Ross fue la primera que observó que había un patrón que se repetía en las emociones que sentían los pacientes terminales cuando conocían que iban a morir. Ese modelo fue presentado por primera vez en su libro “On Death and Dying”, publicado en 1969. Posteriormente, David Kessler, trabajó con ella para adaptar este modelo al duelo. Este trabajo quedó recogido en el libro “On Grief and Grieving”. Ellos establecieron cinco etapas en este proceso: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Estas etapas son respuestas que muchas personas tienen cuando experimentan una pérdida, pero, como no se cansa de repetir Kessler, no hay una respuesta típica a la pérdida, porque cada dolor es único. Con este modelo, ellos desarrollaron unas herramientas que pueden ayudar a identificar las emociones que una persona siente cuando se enfrenta a la muerte de un ser querido.
No se trata de introducir las emociones en cajitas y poner un
orden. Cada una de estas etapas puede encerrar otros muchos sentimientos. No
hay una forma lineal de moverse a través de ellas. Una persona puede llegar a
una etapa y luego retroceder y situarse en una anterior. Habrá casos en los que
se experimenten esos sentimientos y otros no. En otros, una persona se puede
quedar atrapada en una etapa y no ser capaz de avanzar.
Cuando una madre muere, las imágenes acuden en tropel a tu mente, tantas vivencias inolvidables que hacen aflorar las lágrimas. Aunque se puede dar el caso que recuerdas con remordimiento, todo aquello que te hubiera gustado decirle, pero no se lo dijiste. Las alegrías que pudiste darle y no le diste. Las veces que no la atendiste como se merecía... Pero si el cariño, el respeto, la admiración y los besos fueron compartidos, incluso, te puedes
llegar a sentir culpable por seguir viviendo, mientras ese Ser querido se ha
ido. Nadie puede tener la muerte bajo control. Es preciso aprender a
aceptarla como parte de la vida, pero el amor y los recuerdos se mantienen vivos y sigue alimentando esa presencia ausente.
David Kessler asegura que el duelo es un proceso hacia la curación. Comienza la tristeza, el retiro y el silencio. En cualquier momento pueden surgir manifestaciones de dolor. Situaciones desencadenadas por personas, lugares, objetos que reavivan los recuerdos. Incapaz de controlar las emociones, muchas personas se sienten tentadas de mantenerse alejadas de esos entorno, cuando no entienden su dolor ni lo comparten. Sin embargo, los expertos recomiendan hablar de los seres queridos, de los sentimientos de tristeza y amargura para aliviar la sensación de orfandad y soledad.
Tengo que decir que yo no terminaba de entender que mi madre se había ido para
siempre. Esperaba encontrármela por la casa. Sentía ganas de meterme en su cama en busca de su calor como si las sábanas pudieran abrazarme. La buscaba por cada rincón y solo encontraba ausencia y vacío, un hueco que no llenaba nadie. Llorar
a solas es lo que más me aliviaba. No tenía que justificarme ni explicar nada,
solo llorar. Ese llanto me hacía compañía, aunque no conseguía consolarme.
Yo sentí un enorme vacío, un pozo al que me daba miedo
asomarme. Estaba perdida, como si me hubieran cortado las raíces. Tenía miedo
de no ser lo suficiente fuerte como para afrontar las dificultades. Toda esa
fuerza que mi madre me proporcionaba, había desaparecido. Ya me había sucedido con mi padre.
Tras la muerte de mi madre, era incapaz de comer, perdí peso.
Y por las noches me era difícil conciliar el sueño. Como explica Kessler, la
aceptación no significa que hemos llegado al final del camino. “Estoy
encontrando un poco de aceptación. Se acabó el dolor, pero el dolor no ha
terminado”.
David Kessler también ha vivido el dolor extremo en primera persona: “No se trata de encontrar un significado en la muerte, porque no hay un significado allí. De lo que se trata es de encontrar un sentido a la vida de la persona que ha fallecido, de cómo conocerla nos influyó”, explica.
Encontrar un significado trata sobre averiguar qué pueden
hacer las personas que sufren la pérdida de un ser querido, sobre cómo pueden
permitir que la vida de la persona que se ha ido cambie su propia vida. “Su
muerte”, dice Kessler, “es algo que no podemos cambiar, pero sí podemos cambiar
cómo vivimos el ahora sin ellos”. “El significado no quita el dolor, pero nos
permite saber que hay más que solo dolor”, asegura.
Todos renunciaríamos a parte de nuestra vida, si con ello pudiéramos traer a nuestros seres queridos de vuelta. Pero es lo único que no podemos hacer. Tenemos que recordar que la persona que se ha ido hubiera querido que encontráramos un sentido a nuestra vida gracias a ella. A medida que pasa el tiempo, se aprende a vivir con el dolor de la ausencia. Es posible pensar en otras cosas e, incluso, mirar hacia el futuro. Sin embargo, esa sensación de haber perdido una parte de uno mismo nunca desaparecerá del todo.
Se trata de aceptar la realidad de que nuestro ser querido se ha ido físicamente y que se ha ido para siempre. Esta aceptación no quiere decir que nos parezca bien lo que ha ocurrido, pero lo aceptamos. Aprendemos a vivir sin lo que más queremos. Aprendemos a vivir con el dolor de la ausencia y el vacío de su presencia. Los años pasan y los recuerdos son el consuelo que nos queda. Cuando mi madre se fue, sentí dolor e impotencia de saber que ya no estaría conmigo… Pero me dejó tantos recuerdos, vivencias y enseñanzas en mi vida, que me doy cuenta que no se fue del todo de mi vida, parte de ella quedó en mí.
Son tantos los recuerdos, pero los últimos momentos reavivan el dolor de una despedida y la impotencia de no poder parar el tiempo. Se repasan los buenos momentos, vivencias inolvidables y te embargan las emociones. Cierro los ojos y ahí está presente, pero nuestra vida ya no será igual… Mi madre supo cuánto la quise y eso es lo más importante. Por esta razón, siempre rindo sincero homenaje a la memoria de mi madre y también a la de mi padre a través de la vida cotidiana. Ellos que conocen a cada uno de sus hijos y saben de sus acciones e intenciones se puede suponer cómo se sentirán... Yo pienso que se sienten orgullosos de ver que no les he olvidado y que les sigo honrando y amando con toda mi alma.
Mamá, hoy hace treinta y tres años que te marchaste a la Casa del Padre, y cuando tienes a alguien que amas en el cielo, un pedacito de cielo está en tu casa. ¡Ay! dolorosa ausencia. Duele no tenerte cerca. Duele no escuchar tu voz. Duele añorar tu presencia, pero el recuerdo de las vivencias compartidas me siguen sosteniendo y dando fuerzas para seguir haciendo el camino que me queda por recorrer.
Mamá, te fuiste muy pronto de mi vida y me cuesta resignarme, pero siempre te tengo presente. Siempre miro al cielo y me imagino que me estás mirando... Cuando una madre se va, algo de ti se va también con ella, porque no hay nada comparable con una madre...
Para un hijo, un hijo bueno, que ha valorado a sus padres por lo que son y lo que representan y por lo que han hecho por él, la muerte no se supera nunca; la orfandad es desoladora. Mamá, papá, rueguen por sus hijos, que aunque estando cerca se encuentran lejos...
Queridos mamá y papá: siempre en mi corazón, siempre en mi recuerdo, siempre en mi pensamiento... ¡Hasta siempre!
Fotografía: Internet
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