sábado, 14 de mayo de 2022

La prudencia

 


El valor de la prudencia, es el que nos permite saber cuándo es momento de actuar, de hablar, de caminar o de parar.

La prudencia es la virtud que dispone el espíritu a discernir en toda circunstancia, por nuestro verdadero bien nos ayuda a elegir los medios para realizarlo. Son, por tanto, actos de la prudencia, el juicio sobre cuál es la acción más adecuada para alcanzar el bien y el mandato para llevarla a cabo.

El prudente necesita sentirse seguro, tener certezas, saber que va a ocurrir. Cuando busca esa seguridad es prudente, tiene relaciones muy seleccionadas, busca personas en las que confiar y que piense bien las cosas antes de decidir. 

La prudencia es la cualidad y la virtud que posee algunas personas que les lleva a actuar y conducirse en la vida con precaución y reflexión, pensando bien los pros y los contras sobre una determinada decisión para evitar causar daños con consecuencias negativas a cualquier otra persona.

La prudencia enseña a ser ponderados y reflexivos. Eso nos libra de cometer errores propios del ímpetu y de la precipitación de las pasiones, excedidas por la ignorancia o por el odio que suele obnubilarle la mente al ser humano y lo empuja a cometer errores que luego son difíciles de enmendar. Actuar con justicia es una virtud divina que engrandece a quien la ejerce.

La prudencia es la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con cautela, respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas, pero también es la cualidad de comunicarse con un lenguaje claro, cuidadoso y acertado; con sensatez, con moderación y reflexión.

La prudencia se encuentra asociada con la sabiduría, como la comprensión de los eventos adversos de los cuales nadie está exento de padecer en el transcurrir de la existencia humana y que requiere de la sensibilidad y acompañamiento de sus congéneres antes que justificar posibles causas que nada resuelven ni ayudan.

El valor de la prudencia no se forja a través de una apariencia, sino por la manera en que nos conducimos ordinariamente, supone siempre la detención para analizar lo que sucede, las alternativas disponibles frente a una elección importante, y por tanto, permitirse tranquilamente evaluar los efectos antes de tomar una decisión.

La prudencia abarca todos los aspectos de la vida, desde nuestra propia seguridad y la de las personas que nos rodean, hasta nuestras relaciones con los otros, por eso, es fundamental tenerla presente como medio de alcanzar la estabilidad y el bienestar propio y de los otros. Por ejemplo, en los enfrentamientos verbales el acaloramiento no conducen a una solución, más bien lo recrudece, en estos casos el más reflexivo por prudencia guardará silencio, porque el silencio evita heridas y con el tiempo siempre afloran las verdades. 

La prudencia es considerada por la teología como una virtud cardinal, junto con la fortaleza, la templanza y la justicia. Pero qué más se puede decir de la prudencia, ya la definimos como el obrar con moderación y sensatez, esto significa que debemos de ser cautelosos respecto a nuestros actos.

La prudencia es la virtud que dispone el espíritu a discernir en toda circunstancia, por nuestro verdadero bien y a elegir los medios para realizarlo. Son, por tanto, actos de la prudencia, el juicio sobre cuál es la acción más adecuada para alcanzar el bien y el mandato para llevarla a cabo. La prudencia se basa en la memoria del pasado, el conocimiento del presente, y hasta donde al hombre le es posible, en la previsión de las consecuencias de las decisiones.

La prudencia está relacionada con la inteligencia; más aún, radica, según enseña la tradición filosófica, en la razón práctica, es decir, en la razón en cuanto que se orienta y vuelca hacia la praxis, hacia la acción. Pero presupone el deseo y el amor del bien. Es esto lo que distingue la prudencia de la astucia, y también de esa prudencia de la carne de la que habla san Pablo (cfr. Rm 8, 6): «la de aquellos que tienen inteligencia, pero procuran no utilizarla para descubrir y amar al Señor».

En la Sagrada Escritura, la prudencia aparece, en primer lugar, como una propiedad de Dios: «Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia, yo he inventado la ciencia de la reflexión. Míos son el consejo y la habilidad, mía la inteligencia, mía la fuerza» (Prov. 8, 12-14). Job exclama: «Con Él sabiduría y poder, de Él la inteligencia y el consejo» (Job, 12, 13). En consecuencia, es Dios el que concede la prudencia al hombre. Esta es, ante todo, un don de Dios, una gracia.

Ser prudente es saber si actuar o no, cómo y cuándo; esto puede parecer que nos veremos en situaciones complicadas en las que debemos decidir sobre una situación difícil de tomar, y la prudencia pareciera una virtud difícil de poseer, pero no es así, pues he descubierto que la clave está en seguir el sabio consejo de nuestros mayores: “primero piensa y luego habla, primero piensa y luego actúa”. Realmente, seguir este consejo nos puede librar de gran cantidad de conflictos, y eso se ha convertido para mí en una regla que intento cumplir fielmente... Debemos reflexionar antes de actuar o hablar.

La falta de prudencia siempre tendrá consecuencias a todos los niveles, personales y colectivos. Es importante tomar en cuenta que todas nuestras acciones estén encaminadas a cuidar la integridad de los demás en primera instancia, como símbolo del respeto que debemos a todos los seres humanos.

Vivir la vida como si fuera el ultimo día, pero deseando siempre otro día más, ahí radica la misma. La prudencia no es negarse la posibilidad de vivir experiencias, de conocer nuevas facetas de uno mismo, no es anegarle el crecimiento o creación de otra habilidad a las personas. La prudencia es saber que hay límites que no se pueden cruzar, que se presentan situaciones en donde se deberá de considerar muchos factores para saber si se da el paso o no. La prudencia no es tener miedo, es reconocer que hay cosas valiosas que hay que cuidar y respetar por lo que hay que seguir luchando para el bien personal y de todos.

Seamos prudentes con lo que hacemos, seamos prudentes con lo que decimos, seamos prudentes con nuestra vida y nuestros actos, para que esto nos sirva para ayudar, para apoyar, para servir, para honrar, para perdonar, para vivir una vida de honor y de paz, de armonía y de libertad. Libertad para ser prudentes y sensatos a pesar de las circunstancias, a pesar de que esto me exija tener fortaleza, templanza o justicia, o quizá las cuatro virtudes cardinales. 

Mantengamos el equilibrio en nuestra vida siendo prudentes para vivir, amar y gozar. El camino no es fácil, pero nadie dijo que lo fuera, nadie dijo que ser prudente y hombre de gran virtud sería cosa fácil, pero hay que intentarlo, es deseable, es real, es alcanzable y posible, aunque requiere como todo, de práctica y solo es cuestión de proponérselo.

«El silencio no es siempre cobardía; a veces es prudencia y otras veces es inteligencia».


Fotografía: Internet

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