La historia cuenta que, en el siglo IV, el pagano Constantino
tenía que enfrentar una terrible batalla contra el perseguidor Majencio. La
noche anterior al suceso tuvo un sueño en la que vio una cruz luminosa en los
aires y escuchó una voz que le dijo: “Con este signo vencerás”. Al empezar la
batalla mandó colocar la cruz en varias banderas de los batallones y exclamó:
“Confío en Cristo en quien cree mi madre Elena”.
De igual forma, la historia cuenta que Santa Elena, madre del
emperador, pidió permiso a su hijo y fue a Jerusalén a buscar la Santa Cruz en
la que Cristo murió. Después de muchas excavaciones encontró tres cruces y no
sabían cómo distinguir cuál era la de Jesús.
Es así que llevaron a una mujer agonizante, quien al tocar la
primera cruz se agravó más con su enfermedad. En la segunda cruz, la enferma se
mantuvo igual, pero al tocar el tercer madero, recuperó la salud.
Entonces Santa Elena con el Obispo y los fieles llevaron la Cruz milagrosa en
procesión por las calles de Jerusalén. En el camino encontraron a una mujer viuda que
llevaba a enterrar a su hijo; por lo que acercaron la cruz al fallecido y éste
resucitó.
Esta tradición se celebra el 3 de mayo porque la historia, que tiene sus orígenes antiguos en Jerusalén, cuenta que en esta fecha, pero en el año 326, se encontró la cruz en la que
Cristo murió. El Día de la Santa Cruz es una fiesta de tradición popular, se conmemora y se sigue festejando en muchos países del mundo, principalmente en los pueblos de habla hispana.
Aunque últimamente, al hacer la reforma del calendario litúrgico, ha desaparecido como fiesta; pero, el pueblo sencillo y cristiano la sigue celebrando.
De igual forma, esta celebración se lleva a cabo de múltiples maneras. Una de ellas es con el Rezo de los Mil Jesús, “que es cuando se repite mil veces el nombre de Jesús mientras el alma hace un ejercicio meditativo”.
La Cruz es un símbolo elocuente. Generalmente no nos damos
cuenta porque ya estamos acostumbrados a ver la Cruz en las Iglesias o en
nuestras casas. Pero la Cruz es una verdadera cátedra desde la cual Cristo nos
predica siempre la gran lección sobre Dios, sobre el misterio de la salvación
en Cristo y sobre la vida cristiana.
La Cruz nos presenta a un Dios trascendente, pero al mismo
tiempo cercano. Un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor. Un
Cristo que es Juez y Señor, pero a la vez Siervo, y que ha querido llegar a la
total entrega de sí mismo como imagen del amor y de condescendencia de Dios. Un
Cristo que en su muerte y resurrección ha dado al mundo la reconciliación entre
Dios y la humanidad. Esta es la Cruz que ilumina nuestra vida, que nos da
esperanza y que nos muestra el camino.
Vivir según la Cruz. Todo gesto simbólico, todo signo, pueden
ayudarnos a entrar en comunión con lo que simboliza y significa, pero también
puede ser un signo vacío cuando queda en la pura exterioridad. Entonces el
signo se convierte en gesto ritual y rutinario, el cual no significa nada ni
nos conduce a nada. Por tanto, cuando hacemos la señal de la cruz, si no lo
hacemos con la fe debida, puede convertirse en un gesto mecánico sin
significado cristiano.
Cuando hacemos la señal de la cruz al rezar, al empezar la
Eucaristía o al recibir la bendición final, deberíamos dar a nuestro gesto su
auténtico sentido. Debería ser un signo de nuestra alegría por sentirnos
salvados por Cristo, dejándonos abarcar, consagrar y bendecir por ella: “Gloriándonos
en la Cruz de Nuestro Señor Jesús”. (Gálatas 6:14). Más aún, la señal de la
cruz debe ser un compromiso, porque la Cruz es el mejor símbolo del estilo de
vida que Cristo nos enseñó y que nos invita a recorrer: “Si alguien quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue su cruz y sígame”. (Mateo
16:24).
Debemos reconocer a la Cruz todo su contenido para que no sea
un símbolo vacío, y entonces sí será un signo que continuamente alimenta
nuestra fe y el estilo de vida que Jesús nos enseñó.
La señal de la Cruz. Es un gesto sencillo, pero lleno de
significado porque, si se hace con la debida devoción, es una verdadera
confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo
de pertenencia ya que al hacerlo sobre nuestra persona queremos decir que
estamos bautizados y, por lo tanto, pertenecemos a Cristo, quién es nuestro
Salvador y el origen y razón de nuestra existencia cristiana.
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