Ángel - demonio: los caminos del bien y del mal, entre ser
buenos o malos. Ángeles y demonios antes las dudas; esos seres ficticios de las
series animadas son más reales de lo que creemos.
Fernando Savater —filósofo especializado en ética— afirma que,
el bien es todo lo que está de acuerdo con lo que somos y lo que conviene al
ser humano, y el mal es lo contrario: lo que significa la negación de lo que
somos y lo que no nos conviene como seres humanos.
Cuántas veces vemos en la pantalla demonios y ángeles
apareciendo de repente sobre el hombro de cualquier personaje animado que se
encuentra ante un dilema para el que tiene que decidir si actuar bien o mal, o
no tan bien, o simplemente según la consideración humana establecida sobre lo
que está bien y lo que está mal. Muchas veces no tomamos la mejor decisión a
pesar de saber qué es lo más adecuado, y puede ser difícil juzgar si se ha
tomado una decisión buena o mala basándose sólo en el resultado.
Nietzsche escribió, aquello que se hace por amor esta más
allá del bien y del mal, y tomó está frase para exponer los conceptos Bien y
Mal tan presentes en la vida cotidiana, "todo se refuta entre lo que está bien y
lo que está mal, creando una confusión en el interior, porque aquello que está
bien para unos está mal para otros, y entonces estos conceptos se convierten en
el desencuentro de la justicia, la cual a partir de esta percepción se revela
tiránica y el mundo se reduce en dos posturas reducidas a concepto de moral más
no de ética".
El bien y el mal desde la moral marcan lo que debe hacerse
sin dar una explicación lógica del porqué, el bien y el mal desde la ética no
tienen un significado de separación sino de unión que hace consciente al ser
humano de sus actos y de sus responsabilidades. Si adán y Eva hubiesen aceptado
su responsabilidad ante su equivocación Dios los hubiese perdonado, pero al
culparse uno al otro mostraron la incapacidad de hacerse responsables de su
libertad, por ello, les costará más trabajo caminar, porque la humanidad no se
acompaña con libertad sino para obtener beneficios y evadir sus actos.
El bien y el mal alejan al ser humano de su semejantes al
convertirse en conceptos abstractos, ¿qué es el bien, qué es mal?, y en estos
cuestionamientos el ser humano se diluye, se culpa, se distrae, trata de
entender y desde ahí se conoce a sí mismo, al otro y a Dios, se divide, y
tergiversa, camina con miedo porque todo lo que haga sólo tendrá un resultado,
se comporte como quiera su caminar se irá hacia un camino bueno o hacia uno
malo, entonces el ser humano no tiene muchas opciones de vida, todo lo que haga
será para bien y/o para mal, pero, ¿esto realmente debe ser así?
En la sabiduría antigua el ser humano es un ser infinito, un
ser eterno creado de la unidad que se une con la dualidad, por ello en el libro
del Génesis está escrito, Dios creó el cielo y la tierra, marcando lo divino y
lo humano, e hizo el firmamento e hizo las aguas del cielo, hizo las estrellas
e hizo los continentes, hizo las aves del cielo y los animales terrestres, si
ponemos atención se percibe que un elemento corresponde al cielo y otro a la
tierra, así hasta llegar a la creación del ser humano, donde toma la tierra
para crearlo y el aliento como soplo de vida, un aire, que corresponde al
cielo, esto nos muestra que el ser humano fue creado de lo celeste y lo
terrenal, que todo en él lleva en sí misma está dualidad que lo hace único.
Fernando Sabater —filósofo especializado en ética— dice que, "el bien y el mal son conceptos o nociones relativos al sentido, al valor, a las
consecuencias de la actuación humana, y también son entendidos como lo que
afirma —el bien— o lo que niega —el mal—ciertas exigencias o valoraciones. Así
entendidos ambos, el bien es lo que se ajusta a lo exigido o satisface
valoraciones como la verdad, la justicia, el orden, la armonía, el equilibrio,
la paz o la libertad, o todo lo que favorece el bienestar, ya sea en el ámbito
individual o comunitario. El mal, por su parte, es todo lo contrario a lo
anterior y el bien es todo lo que está de acuerdo con lo que somos y lo que
conviene al ser humano, y el mal es lo contrario: lo que significa la negación
de lo que somos y lo que no nos conviene como seres humanos".
Al hablar sobre el bien y el mal, tres aspectos importantes
llaman nuestra atención: primero, al calificar algo como bueno o malo lo
hacemos desde nuestra propia conciencia personal, y lo hacemos —actuando como
jueces veritativos— aún desde que somos niños; segundo, los integrantes de un
grupo o comunidad humana —generalmente—llegamos con relativa facilidad a un
punto de acuerdo o coincidencia acerca de lo que es bueno o malo con respecto a
algo que conocemos o nos afecta a todos, y rara vez sucede lo contrario; y
tercero, el mal relacionado de manera específica con una valoración ética o
estética —como amor, orden, justicia, armonía, equilibrio, bienestar, paz o
libertad— no se define o describe en función de sí mismo sino que se hace
—directa o indirectamente— por ser lo opuesto a algo otro que constituye la
valoración positiva; por ejemplo: el desorden es la carencia de orden, el odio
es lo opuesto al amor; el malestar es la ciencia o lo opuesto al bienestar.
Un intento de teorizar sobre el bien y el mal —entre otras
opciones metodológicas—consiste en un esquema representado por un continuo con
dos polos o extremos, en cada uno de los cuales existe un concepto límite
(relativo a lo bueno o a lo malo). En este continuo, toda acción humana se
ubica en un punto, más cercano al bien o más cercano al mal. Ejemplos de polos:
amor/odio; orden/desorden; paz/guerra; equilibrio/desequilibrio.
Ahora bien, nos damos cuenta que además de las
especificidades de significación de cada uno de estos pares dicotómicos
—amor/odio, orden/desorden—, cada elemento del par nos impacta en un sentido o
en otro sentido opuesto. El cómo nos impacta se traduce en el valor, no sólo
del concepto, sino de su concreción en nuestra vida, lo cual nos lleva a
preferir el orden sobre el desorden, el amor sobre el odio. Esto parece
sugerirnos la noción de “supra orden subyacente” o de “estructura superior
invisible” del universo, “orientada con un sentido positivo”. Esta noción es
reforzada por nuestra (¿innata?) capacidad valorativa, presente en todas las
culturas, vinculada con las nociones positivas mencionadas, por lo cual no
resulta nada difícil lograr consenso o conseguir el respaldo de la gente en
cuanto a favorecer condiciones asociadas a los conceptos de orden, equilibrio,
justicia y amor, a menos que algunos se sitúen —febrilmente o a ciegas— en
posiciones fundamentalistas, que pongan lo doctrinario o ideológico por encima
del bien común.
Entre los animales no es pertinente hablar del bien y del
mal, sino sólo de lo adecuado y lo inadecuado, lo que les conviene y lo que no
les conviene, pues ellos están programados genéticamente para hacer lo que
corresponde a su especie, y así lo hacen, dentro de lo programado. Además, los
conceptos bien y mal surgen de nuestra conciencia, y los animales no tienen
conciencia de sí mismos ni conciencia valorativa más allá de lo meramente
objetivo (valorar la comida, por ejemplo). Por otra parte, los humanos podemos
actuar —y de hecho actuamos— en un sentido o en otro, hacia lo bueno o lo malo,
hacia lo que conviene o lo que no conviene, aún en contra del criterio de
conservación de la vida o de lo simplemente biológico. O sea, los humanos
hacemos el bien o el mal según nuestra elección, preferencia o capricho, es lo
que se ha llamado libre albedrío. Los animales han demostrado moverse o
reaccionar según preferencias —aunque sólo de carácter fisiológico— cuando hay
a la vista opciones para escoger, tales como estar expuestos al sol o buscar la
sombra, o comer ciertas cosas en lugar de otras.
Esta separación del Bien y del Mal ha provocado una falta de
responsabilidad ética y ha creado un caminar moral invadido de juicios y
críticas, de posturas e ideologías que se quedan en lo subjetivo y que no
ayudan en lo absoluto al mejoramiento del mundo y sobre todo, no fundamenta la
paz, pero si se retornará a la conciencia primigenia se sabría que desde la
ética objetiva con la cual el ser humano fue creado, hacer daño y asesinar está
mal, pero, como se percibe desde la moral, estos actos están bien porque se
tiene una causa.
El Bien y el Mal desde la ética de la sabiduría de la
creación no deben separarse y deben de ser objetivos no subjetivos porque se
pierde el valor humano, separar estos conceptos conlleva fragmentar al ser
humano, volverlo interesado e individualista porque todo tiene algo de bueno y
de malo desvaneciendo la responsabilidad. El Bien y el Mal existen en la
libertad y ésta en la ética de cada ser humano.
Las valoraciones éticas nos sirven de guía para evitar que
nos abrumen, nos derrumben o nos aniquilen los resultados de acciones
contrarias a lo que somos y a lo que nos conviene por ser lo que somos. Y hacer
el bien o hacer el mal tiene no sólo una significación diferenciada en términos
de valor sino también sus propias implicaciones. No es algo neutral el hacer el
bien o hacer el mal, o el proceder de una manera o de otra contraria a
valoraciones y expectativas. Ciertamente, las valoraciones —y con ellas las
expectativas—cambian culturalmente y han cambiado con los siglos, pero los
criterios acerca de lo que somos, cómo somos y cómo nos conviene ser y vivir,
siguen siendo las luces que guían nuestra razón en la dilucidación entre lo bueno
y lo malo.
Las personas somos conscientes del bien y del mal y por eso actuamos a conciencia: puede haber alguna excepción, pero tanto cuando hacemos el bien o el mal sabemos qué estamos haciendo...
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