Cuentan que la curiosidad hizo que un niño descubriese la vital importancia de ayudar a crear entornos de paz, amor, luz y consciencia, tejiendo sabiamente con los colores del alma.
—Abuelo, ¿puedo preguntarle por qué cada tarde lo veo sentado en este banco de la plaza sonriendo en dirección al Sol?— preguntó tímidamente el niño mientras miraba al abuelo esperando respuesta.
El abuelo inclinó lentamente su cabeza, hizo una breve pausa, lo miró con gran ternura y con mucha paz le respondió:
—Estoy tejiendo.
El niño sonrió.
—¿Cómo que está tejiendo abuelo — le dijo —, si no veo que tenga lanas de colores ni tampoco grandes agujas?
—Tejo realidades —, mencionó el anciano.
— Puede que parezca que aquí sentado no hago nada — continuó —, sin embargo, permaneciendo en calma hago que mi corazón cree un entorno armónico. También bendigo con mis pensamientos e intenciones a todos los que pasan por esta plaza para que tengan el mejor de sus días. Así es como voy tejiendo. Siempre los saludo con amor, les sonrío con franqueza y si los veo medio caídos levanto mi bastón y les digo: “vamos que se puede”. También le pido a los pájaros que me ayuden a darles fuerzas cantando, porque sus maravillosos sonidos revitalizan y sanan.
El niño estaba absolutamente asombrado. No podía creer lo que escuchaba, estaba acostumbrado a oír insistentemente que cuando uno se vuelve viejo ya no sirve para nada.
—En esta luminosa tarea de ayudar a crear entornos armónicos no estoy sólo—, remarcó el abuelo. Y extendiendo de par en par sus brazos exclamó— ¡Mira la belleza que irradian los árboles, huele el maravilloso perfume que sin pedirnos nada a cambio nos comparten las flores. Contempla el incansable trabajo de esas abejas, observa con cuánta libertad juegan los perros. Siente cómo te acaricia el viento! La existencia, a su modo también está tejiendo. En mi caso disfruto tejiendo con hebras de luz, por eso cada tarde abro mi corazón para que los rayos del Sol entren, me acaricien y se anclen en el suelo junto con mis sentimientos más puros, de manera que la Madre Tierra sienta cuánto la amo.
Por último, el anciano destacó:
—Sin importar la edad que se tenga, todos podemos ayudar a tejer el entramado de un mundo más consciente, sensible, solidario y humano haciendo que nuestras mejores intenciones viajen más allá de las fronteras. También podemos irradiar mucho amor para que las heridas se cierren, los corazones se abran y que cada uno alcance su máximo potencial descubriendo el poder transformador de las cosas simples.
Los ojos del niño comenzaron a brillar. El abuelo se acercó a su nieto y con una sonrisa le dio un cálido abrazo.
Cuentan que el sol alumbró aún más fuerte para sumarse al encuentro. Y en ese instante a modo de agradecimiento, el niño le susurró:
—Me voy a casa abuelo. Tengo que ir a contarle todo esto a mi mamá, porque ella que es de las personas a quién más quiero en este mundo, todavía teje usando lana y aguja.
Julio Andrés Pagano
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