La ira es un término de origen latino que se refiere a la furia y la violencia. Se trata de una conjunción de sentimientos negativos que genera enojo e indignación. La ira es una emoción primaria y puede acarrear muchas consecuencias físicas y mentales, y eso conlleva a crear conflictos de relaciones familiares y sociales. La ira, cólera, rabia, enojo o furia es una emoción que se expresa a través del resentimiento o de la irritabilidad. Los efectos físicos de la ira incluyen aumento del ritmo cardíaco, de la presión sanguínea y de los niveles de adrenalina y noradrenalina. Algunos ven la ira como parte de la respuesta cerebral de atacar o huir de una amenaza o daño percibido, real o irreal.
La ira se vuelve el sentimiento predominante en el comportamiento cognitivamente y fisiológico cuando una persona hace la decisión consciente de tomar acción para detener inmediatamente el comportamiento amenazante de otra fuerza externa. Incluso puede ser que a través de la envidia veas al otro como rival y eso desata la ira y por venganza sientes la necesidad de difamar su prestigio.
En su tratado Séneca introduce muchas definiciones de la ira, pues al tratarse no de una idea sino de un sentimiento (una pasión, en la terminología de los estoicos) se presenta de muchas formas. La ira puede ser, por ejemplo, provocada por la impotencia que le produce a la gente común observar las malas acciones de sus gobernantes, pues “los más débiles, en muchas ocasiones, contra los más poderosos se irritan y no anhelan un castigo que no esperan”, es decir, la ira está motivada por lo que en nuestros días llamaríamos impotencia, pues en muchos casos el ansia de castigo se torna en deseo de venganza, lo que alienta más aquel sentimiento, cuenta Raquel Aldana, Psicóloga General Sanitaria.
Séneca problematiza la definición de ira de Aristóteles, quien afirmaba que ésta “es el deseo de devolver un sufrimiento”, pues los seres humanos no siempre somos conscientes del sufrimiento que causamos, ni somos buenos jueces cuando los agraviados somos nosotros mismos. A diferencia de los animales que se irritan y atacan a otros pero que acto seguido pueden comer o volver a sus ocupaciones normales, en los humanos la ira persiste, incluso mucho después de que la supuesta afrenta se cometiera.
La psicología recomienda exteriorizar la ira de alguna manera, para evitar que ésta devenga en enfermedad. Es importante señalar que existen diversas formas no violentas de canalizar un sentimiento negativo; actividades tan sanas como la práctica de algún deporte o tan enriquecedoras como el estudio de música y la ejecución de un instrumento representan algunas de las decisiones más adecuadas para convertir la ira en algo positivo.
Dado que se trata de una cuestión interna, la visión que cada persona tiene de la ira es potencialmente diferente, independientemente de la definición oficial que le haya dado la psicología. Del mismo modo, los disparadores de esta sensación y las formas en la que reaccionan ante su aparición varían de individuo a individuo. En general, la ira se encuentra íntimamente ligada a la frustración, dado que surge como una combustión ante la imposibilidad de resolver algo.
Podemos distinguir a grandes rasgos, entre un tipo de ira que persiste a lo largo del tiempo, que aparece como respuesta a un suceso negativo del pasado que aún no haya sido resuelto y otro pasajero, puntual, provocado por un conflicto bien definido y que tenga lugar en el presente. En el primer caso, se conoce que quienes han sufrido abusos, ya sea sexuales o psicológicos durante la infancia y no hayan tenido la oportunidad de enfrentar a sus agresores suelen presentar brotes de ira a lo largo de toda su vida.
Aquí entra de nuevo la frustración, dado que la víctima siente una gran angustia ante la injusticia que vivió y el hecho de no poder cambiar su pasado, y esto se convierte en un cúmulo de violencia que jamás logrará desatar contra la o las personas responsables de su dolor, por lo cual la explosión tendrá lugar de forma casi cíclica año tras año. Esto no significa que esta ira acumulada no pueda encausarse y canalizarse de una forma no dañina para el sujeto.
Uno de los aspectos más desconcertantes de la ira es que pretende dañar al otro, pero se termina haciéndose daño a sí mismo de diversas maneras. Así nos lo recuerda Florence Scovel en una de sus frases: “La ira altera la visión, envenena la sangre: es la causa de enfermedades y de decisiones que conducen al desastre”.
Una persona bajo los efectos de la ira se obsesiona por llevar a cabo la venganza. Utiliza las artimañas necesarios para convencer a otros y le secunden. La ira anula la capacidad de pensar y de dar solución a los problemas que la originan. Al ser la ira una emoción negativa y al darse el enfrentamiento de dos emociones negativas, no se puede conseguir ni paz ni comprensión. En ese estado, una discusión calurosa es tan sólo una excitación carente de convicción.
La ira fomenta la ira y destruye la razón y empuja a la persona a hacer cosas inimaginables. Una persona colérica se bloquea y puede llegar incluso a matar y denigrar al más justo con frases inapropiadas y falsedades. Un individuo en estado incontrolado no puede decidir entre lo que debe decir y lo que nunca debería manifestar. Acciones estimuladas y controladas por la ira causan el daño de destruir relaciones personales, y principalmente familiares. La ira anula la capacidad de pensar y de dar solución a los problemas que la originan. No hay maldad que no pueda cometer. El fin de la ira conduce a todo tipo de violencia, a la verbal y al daño mortal.
En ocasiones se produce una descarga emocional que nos quita la razón delante de los demás y nos aleja de nuestros objetivos y además nos deja mal. Acciones con ira nos suele dirigir en sentido diferente a los objetivos que pretendemos. Con frecuencia esos sentimientos de ira también están basados en simples creencias o pareceres lejos de lo real.
Algunos especialistas aseguran que la ira puede surgir por una predisposición de tipo genético, biológico o maquiavélico. Si hay una emoción sobre la que debemos trabajar esa es la ira. El objetivo es impedir que nos invada, induciéndonos a decir o hacer algo por impulso. Las consecuencias suelen ser muy dañinas. Y si adoptamos la costumbre de reaccionar agresivamente, con el tiempo el odio se apodera también de nosotros. Una vida así se torna solitaria y amarga.
Para el catolicismo, la ira es uno de los siete pecados capitales. Reflexión y paciencia para no actuar con ira que lleve a una serie de consecuencias dañinas y que destrozan las relaciones que por naturaleza tendrían que ser eternamente fraternas...
¡Ay, si se dispusiera de un adecuado control sobre la ira! En definitiva, hemos de ser conscientes que tenemos la opción de elegir sobre casi todos los estados emocionales, para así, más que reaccionar ante estímulos de forma no adecuada, actuar de forma responsable, en bien para nosotros y para los demás.
Esto se ratifica en una de las frases del Dalai Lama sobre la ira. Señala lo siguiente: “El éxito y el fracaso dependen de la sabiduría y la inteligencia, que nunca pueden funcionar apropiadamente bajo la influencia de la ira”.
Fotografía: Internet
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