Pocas palabras contienen tanto amor como la palabra madre.
Una madre es mucho más que la persona que nos da la vida. Una madre nos alberga en sus brazos cuando nos sentimos tristes o cansados. Nos cuida. Nos protege de todo mal. Nos alienta cuanto pensamos que ya nada vale la pena. Nos aconseja, aunque muchas veces no podamos hacer caso a lo que dice. Nos escucha cuando somos víctimas de nuestra primera desilusión amorosa. Nos llena el estómago con comidas que jamás nadie volverá a preparar de la misma manera y nos llena el corazón con exceso de amor incondicional.
Una madre sufre a escondidas cuando hemos sido defraudados, pero sin embargo, se muestra fuerte y entera ante nuestros ojos, para ayudarnos a salir adelante.
Una madre se llena de orgullo cuando conseguimos triunfar en la vida y se enfurece cuando alguien intenta lastimarnos. Es capaz de secarnos las lágrimas esbozando una sonrisa tranquilizante, mientras por dentro su alma llora desconsoladamente.
Una madre es severa en ocasiones, pero con el tiempo descubrimos que cada corrección que recibimos, fue un empujón para convertirnos en personas íntegras. Una madre es capaz de sanar todas las heridas. Las heridas externas y las heridas del corazón como nadie más es capaz de sanar.
Una madre es aquella persona, que desde el momento que nos tiene en sus brazos nunca más nos suelta la mano y si alguna vez lo hace, es sólo para ayudarnos a conseguir nuestra felicidad. Una madre es amor en estado puro. Es una persona que pasa noches enteras sin dormir esperando nuestro regreso.
Es la que por miedo a que algo nos suceda, no nos deja ir a determinados lugares o nos obliga a regresar temprano. Es quien nos aconseja sobre cómo comportarnos y quien nos escucha cuando le confiamos nuestras dudas y preocupaciones, y siempre tiene las respuestas apropiadas para ayudarnos.
Nunca le grites ni la insultes ni la ignores ni le faltes al respeto, porque serás maldito mientras no te arrepientas de tu despreciable acción.
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