Erase un pueblo en el que todos sus habitantes, desde los niños hasta los más ancianos, llevaban muletas para moverse de un lado a otro. Pero un día un joven se planteó prescindir de ellas para caminar sin necesidad de ayuda. Al plantear su idea a los más viejos del lugar, todos se echaron las manos a la cabeza y lo trataron de insensato y loco. El muchacho no estaba dispuesto a tirar la toalla así como así, ni siquiera cuando el consejo de sabios le envió un emisario que se dirigió a él en estos términos:
—Durante generaciones y generaciones, todos hemos aprendido a utilizar las muletas. Con ellas nos sentimos seguros y cómodos. Además, ¿cómo vas a ignorar el conocimiento acumulado durante siglos; los libros escritos sobre su uso, las piezas de nuestros antepasados atesoradas en los museos?
Pero nada le hacía desistir, ni siquiera las súplicas de su padre:
—Tu bisabuelo, tu abuelo y yo las hemos usado pero, ¡tú quieres romper con la tradición!
Al joven no le convenció los argumentos tradicionales y puso en práctica su convencimiento, aunque sabía que al principio le iba a costar ya que acostumbraba a depender del apoyo de las muletas. Fueron muchas las caídas pero era tanta su insistencia, que pronto consiguió mantenerse en pie y corrió libre sin necesidad de ayuda.
Lo mismo ocurre en nuestra vida, nos cuesta romper con los hábitos adquiridos, pero si nos lo proponemos, lograremos desafiar las convenciones para dejar de apoyarnos en las «muletas» de las costumbres y las manías, así lograremos ser nosotros mismos y encontraremos el camino hacia la liberación de ataduras impuestas por imposiciones sin fundamento.
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