En cierta región vivía un padre con sus dos hijos, siempre en armonía. Cultivaban sus tierras con esmero y obtenían buenas cosechas. Ambos hermanos estaban muy unidos.
Un mal día, fallece su padre y el amor de hermanos se fortaleció mucho más. Pasó el tiempo y uno de los hermanos se casó y tuvo varios hijos, mientras el otro permaneció soltero.
Como se necesitaba privacidad, la casa fue dividida tocándole la parte más pequeña al hermano soltero. Al comienzo no hubo problemas, pero los amigos malmetían y le decían al soltero que era un tonto, ya que la casa debía ser dividida en partes iguales.
Los meses iban transcurriendo y los hermanos cada vez se distanciaban más y más, hasta que terminaron dividiendo toda la propiedad. Cada cual tomó su parte y vivieron en casas separadas. Inclusive dejaron de hablarse.
Pero, vinieron tiempos de mucha sequía y las cosechas mermaron considerablemente.
El hermano soltero, quien era a la vez el hermano mayor, se puso a pensar en su hermano pequeño, con familia e hijos. Reflexionando que con su carga familiar pudiera estar en problemas, compadecido, decidió llevarle un saco de arroz semanalmente y lo dejaría en su almacén sin que su hermano lo supiera, esto lo haría los lunes en la madrugada. Así le ayudaría a sobrellevar los malos tiempos.
Por otra parte, el hermano casado pensaba:
—Pobre, mi hermano debe estar pasando hambre y como es mayor que yo, puede estar cansado.
Entonces, también decidió llevarle semanalmente un saco de arroz, lo dejaría los viernes por la noche en su almacén. Así pasaron varios meses, ayudándose uno al otro a escondidas.
Un viernes fue el cumpleaños del hermano casado y se olvidó de llevar el saco de arroz, por lo que fue a dejarlo el lunes de madrugada, cruzándose en el camino con su hermano. Aunque se vieron en la distancia, como aun estaba oscuro no pudieron reconocerse hasta que no estuvieron uno frente al otro. El hermano soltero, le dijo:
—¡Feliz cumpleaños! ¿Qué tal lo pasaste?
El casado por su parte, le preguntó:
—¿Qué haces con ese saco de arroz?
Ambos guardaron silencio. En ese silencio había cierta ira, pero al mirarse fijamente a los ojos afloró el amor. Cargado cada uno con un saco de arroz, descubrieron que en lo que hacían a escondidas el uno por el otro, había mucho cariño. En ese momento desaparecieron los rencores y emocionados se fundieron en un abrazo como cuando eran niños.
Se reanudaron las relaciones fraternales. El casado lo invitó a su casa y fue muy bien recibido por toda la familia. Finalmente, volvieron a vivir juntos. Sus terrenos volvieron a unirse y todo volvió a ser hermoso como antes. El hermano soltero se casó y fueron muy felices.
Esta historia de hermanos fue pasando de padres a hijos, para que los hermanos comprendan que no merece la pena romper lazos fraternales por culpa de malos entendidos ni por culpa de reprimir los sentimientos.
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