Las fiestas religiosas y paganas se pisan unas a otras. Nos encantan las fiestas. No se han apagado los ecos de los villancicos y llegan los carnavales.
En nuestra cultura, el carnaval es una celebración que tiene lugar inmediatamente antes del inicio de la Cuaresma cristiana, que se inicia a su vez con el Miércoles de Ceniza, que tiene fecha variable —entre febrero y marzo según el año—. Como sabemos, el carnaval combina algunos elementos como disfraces, bailes y desfiles por las calles, aunque se llaman así algunas fiestas similares en cualquier época del año.
A pesar de las grandes diferencias que su celebración presenta por todo el mundo, su característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol. Decir que en sus inicios, probablemente con un cierto sentido del pudor propio de la religión, el carnaval era un desfile en que los participantes vestían disfraces y usaban máscaras. Sin embargo, la costumbre fue transformando la celebración hasta su forma actual.
No está de más conocer de dónde viene esta costumbre y cuáles fueron sus orígenes, el significado que tiene y porqué se realiza en estas fechas. Pero, averiguar los verdaderos orígenes del carnaval todavía es una incógnita, porque no existen datos fiables de dónde y cuándo nació el carnaval.
Los estudios estiman que las primeras celebraciones que más tarde tomarían el nombre de Carnaval, se realizaron muchos años antes del nacimiento de Cristo y tienen su origen en las fiestas relacionadas con la agricultura. Parece ser que los campesinos se reunían en verano con los rostros enmascarados y los cuerpos totalmente pintados alrededor de una hoguera para celebrar la fertilidad y la productividad de la tierra, o bien para alejar los malos espíritus de las cosechas.
Sin embargo, la primera fiesta de carnaval reconocida como tal tuvo lugar en Egipto. Se trataba de una fiesta pagana, donde por unos días los egipcios ocultaban la clase social a la que pertenecían con una máscara en la cara y se reunían entremezclados en las calles para cantar y bailar.
Después la tradición se extendió a Grecia. Allá por el siglo VI a. C., existía la costumbre de pasear por las calles a Baco, el dios del vino, en un barco con ruedas (carrus navalis) donde la gente bailaba y se divertía alrededor suyo.
También los romanos empezaron a celebrar estas fiestas al comienzo de la primavera y lo hacían en honor a Baco, dios del vino, en la mitología griega y romana, y en honor a Momo, el dios de la diversión y la burla.
Ambas ceremonias tenían un punto en común: estaban asociadas a fenómenos espirituales, astronómicos y a ciclos naturales. Asimismo, se manifestaban a través de expresiones como la danza, los cánticos, la sátira, las máscaras y el desorden. En una sociedad con tantas diferencias sociales, las fiestas suplían la necesidad de libertad para todos. Ricos y pobres se mezclaban durante el carnaval sin reconocerse bajo el ropaje y las máscaras del disfraz.
Más tarde, en la Edad Media, era costumbre llamar al carnaval «fiesta de la locura» porque la gente gustaba de gastar bromas en los lugares públicos ocultos tras un disfraz. La Iglesia Católica trató de evitarlo pero como no tuvo éxito incorporó la fiesta a su calendario considerándola un periodo de alegría y jolgorio antes de comenzar la Cuaresma —tiempo de oración y abstinencia—. Las fiestas duraban tres días antes del Miércoles de Ceniza. La costumbre se extendió por toda Europa y llegó hasta América de la mano de los conquistadores.
En España, durante el reinado de los Reyes Católicos la gente se disfrazaba para gastar bromas a los amigos y familiares…, pero cuando llegó Carlos I prohibió la fiesta porque atentaba contra las medidas de seguridad. Su hijo Felipe II y su nieto Felipe III, continuaron con la prohibición, hasta que Felipe IV volvió a dar permiso para que se celebrara esta antigua costumbre.
Hoy en día los carnavales se celebran por todos los rincones del planeta y todos creen tener el mejor carnaval del mundo y, a pesar de las diferencias culturales todos llevan el mismo programa de actos: la diversión, el descontrol y la permisividad. Aunque el descontrol carnal existe todo el año, en carnaval se hace invitación explícita al desenfreno más bestial y si te dejas arrastrar ya se sabe: «A bestia comedora, piedra en la cebada». El carnaval no tiene porqué ser sinónimo de desenfreno carnal. El carnaval como todas las fiestas lleva parejo el entretenimiento, la alegría y la diversión, y eso es sano y necesario. De lo contrario, decía William Shaskespeare: «¡Oh amor poderoso! Que a veces hace de una bestia un hombre, y otras, de un hombre una bestia».
Si vamos a ver, estas fiestas vienen a ser un respiro para mucha gente que en realidad no están a gusto con su piel y se sienten disfrazadas todo el año, y en la libertad de esta época pueden dar rienda suelta a su verdadera personalidad.
Decir que, todo el año ya es carnaval y en estos tiempos mucho más y cada cual se disfraza de aquello que es por dentro, sin darse cuenta que el amor de carnaval muere en la Cuaresma.
Fotografía: Georges Ménager, cc.
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