Se cumplen cuarenta años del cambio del régimen totalitario a la democracia… Cada época tiene su tiempo, sus luces y sombras y cada cual juzga los tiempos según le fue. España estuvo cuarenta años bajo una dictadura, muchos inocentes pasaron miedo y sufrieron hambre y miserias por culpa de la contienda. Penas y privaciones en la que muchísima gente lo pasó verdaderamente mal, pero también muchos no tuvieron de qué quejarse. La mayor queja venía por tanta pobreza y por la falta de libertades, pero paradójicamente se vivía libre con las puertas abiertas, porque el respeto era uno de los pilares de la convivencia.
Decir que en España, miedo hubo ayer y miedo hay hoy… Ahora, en democracia, hay libertades pero hay miedo del libertinaje. Las puertas de tu casa no sólo debes tenerlas trancadas, blindadas y con alarma, sino con rejas.
Miseria hubo ayer y miseria hay hoy… Ayer hubo mucha hambre y gracias a familiares y vecinos subsistieron muchas familias… También hoy hay mucha hambre y gracias a las ONGes viven miles de personas.
En cuarenta años de dictadura la sociedad vivió como si el tiempo se hubiera parado, todo permaneció inalterable. Sin embargo, en cuarenta años de democracia, España se ha convulsionado y no la reconoce los que vivieron en la etapa anterior. Aunque los cambios no llegaron de inmediato, ya que los primeros diez años pasaron sin grandes sobresaltos. El cambio del cambio se ha dado en los últimos veinte años; todo se ha precipitado y vamos a un ritmo desorbitado en una espiral imparable que se lleva todo por delante arrasando hasta con los principios y valores fundamentales, tan necesarios para que la sociedad pueda vivir en libertad, en paz y armonía; el respeto se ha dilapidado y el fracaso de la sociedad se nota en la familia, en la escuela y en la calle.
Para dar un repaso a la sociedad actual, lo hacemos de la mano de un artículo ‘ilustrativo’ de Manuel Trillo, publicado en abc.es el veintidós de junio pasado con el título: «Los españoles, cada vez más asilvestrados», el cual transcribo:
«El sistema educativo, el deterioro de la vida familiar y las nuevas tecnologías ponen en riesgo los buenos modales».
«Sin el conocimiento y la práctica de las leyes que la moral prescribe, no puede haber entre los hombres ni paz, ni orden ni felicidad». Así comenzaba el célebre «Manual de Urbanidad y Buenas Maneras», escrito a mediados del siglo XIX por el venezolano Manuel Carreño, algo así como la biblia del comportamiento cívico. Puede que las costumbres hayan cambiado, pero el espíritu de aquel decimonónico catecismo de los buenos modales tal vez siga siendo necesario en la España de 2015.
La buena o la mala educación no aparecen reflejadas en las estadísticas del INE ni en los barómetros del CIS. Tampoco las valoran las pruebas PISA con que la OCDE evalúa a los estudiantes adolescentes. Y, sin embargo, es algo que nos afecta a todos de forma directa en nuestro día a día.
Palabras malsonantes forman parte del lenguaje habitual en los medios de comunicación; el tuteo ha arrinconado a la palabra usted hasta convertirla en un arcaísmo; que alguien acuda en camiseta a un acto solemne ya no sorprende a nadie, y ceder el paso o el sitio en el autobús, sea a un hombre o a una mujer y tenga la edad que tenga, lleva camino de convertirse en una extravagancia. A todo ello se suma ese universo paralelo que es el mundo de las redes sociales, donde bajo la máscara de un avatar se vuelcan los improperios más soeces.
Sobre el sistema educativo, El sociólogo de la Universidad de Navarra Alejando Navas advierte de un «asilvestramiento» de las nuevas generaciones de españoles. Lo atribuye a múltiples factores, y el tipo de educación es uno fundamental. Según Navas, se aprecian los ecos de la pedagogía «antiautoritaria y emancipadora» que se impuso en Europa en los 60 y 70, y que en España se sumó a partir de 1975 al ansia de dejar atrás el espíritu de obediencia del franquismo. La sociedad se hizo refractaria a las normas o pautas y, en la educación, desde el jardín de infancia se abogaba por «la espontaneidad» del niño y por prescindir de programas y materias fijos. «Muchos padres educados de forma autoritaria querían para sus hijos otra cosa», explica. Pero eso ha llevado a cierta «inseguridad» de los progenitores al educar a sus vástagos y, al privarles de pautas por las que regirse, les han causado «desorientación». «No se atreven a imponerles nada» y los jóvenes acaban creciendo «sin normas ni modales», advierte.
«No se puede vivir en la pura espontaneidad trasgresora». La falta de referencias hace que muchos no sepan cómo comportarse en sociedad y que en las ciudades se hayan tenido que aprobar ordenanzas cívicas que prohíban algo tan básico como orinar en la calle. «Una vida social sin pautas de comportamiento es insoportable», señala el sociólogo de la Universidad de Navarra, que advierte: «La jungla no es un entorno para una vida social viable; no se puede vivir en la pura espontaneidad transgresora, hay que adoptar pautas».
El experto en protocolo Gerardo Correas, por su parte, no cree que los españoles sean «ni más ni menos» educados que décadas atrás; son «distintos», afirma. Los cambios de costumbres hacen que «aumente la sensación de que el pasado siempre fue mejor», pero muchas de las buenas maneras que se han perdido están más bien «relacionadas con la sociedad feudal», sostiene. De hecho, destaca que el nivel cultural ha mejorado mucho en los últimos 50 años y eso hace que estemos «mejor educados». Pero no duda del cambio de hábitos. Como ejemplo, apunta que «en los 50 se trataba de usted a los padres, cosa impensable hoy». «Hay que saber adaptarse a los tiempos», señala Correas, presidente del Grupo Escuela Internacional de Protocolo.
También en la vestimenta ha habido transformaciones. «A la universidad en los años 50 se iba con corbata», recuerda, mientras que hoy incluso «se aconseja no acudir a la oficina con corbata para ahorrar aire acondicionado y crear un ambiente distendido». Pero sí defiende que haya «determinadas formas de vestir en determinados sitios». En este sentido, a Gerardo Correas le parece tan «fuera de lugar» que en 2004 los sindicalistas no fueran en chaqué a la boda de los entonces Príncipes de Asturias «como ir a un mitin de la UGT en esmoquin».
También, la popularización en las últimas décadas de nuevas herramientas de comunicación, como los teléfonos móviles y las redes sociales, ha revolucionado las costumbres. «Mucha gente está ahora inmersa en el mundo digital, entre auriculares y pantallas, y pierde facilidad en el trato cara a cara», señala Alejandro Navas. De hecho, cita un congreso de psiquiatría en EE.UU. en el que se puso de manifiesto cómo «los jóvenes se han vuelto inhábiles para el cortejo, para el ligue, porque les falta vocabulario». Además, las comunicaciones a través de internet permiten estar «a cubierto», mientras que en el cara a cara es «más arriesgado». Incluso se pueden «fingir identidades».
«No es culpa de las redes sociales sino de las personas». El presidente de la Escuela internacional de Protocolo reconoce que las nuevas tecnologías generan «total desconcierto e incertidumbre». «De todos es conocido que no podemos sacar un móvil en una comida, a no ser que esperemos una llamada urgente y no hayamos avisado. Sin embargo, pasamos por alto la exigencia de una respuesta inmediata ante un e-mail o whatsapp», señala. «La misma libertad que tiene alguien para llamarte a la hora que quiera es la libertad que tú tienes para responderle». Asimismo, cree que si alguien hace mal uso de las redes sociales y pierde las formas «no es culpa de las redes, sino de la persona».
Falta de vida familiar. Antes se consideraba una falta de respeto llamar a una casa a la hora de comer. Pero ahora se llama al móvil a cualquier hora. El problema, para Alejandro Navas, es que «ya no se come ni se cena en familia», algo «grave», puesto que la familia es «la primera instancia socializadora». La mesa es donde los niños «aprenden modales, a compartir y respetar, se fijan en los mayores, cómo se tratan y hablan entre sí, es decir, es donde aprenden criterio. Si eso no se da, salen con un déficit tremendo», explica.
«De nada vale la escuela si no se corresponde con la familia». La presidenta de la institución de enseñanza SEK, Nieves Segovia, señala que la sociedad «ha externalizado» en el sistema educativo la formación cívica, cuando debería ser cuestión de la familia y del resto de la sociedad. «Poco puede hacer la escuela si luego lo destroza la televisión o no se corresponde con la familia», opina. Segovia piensa que «no se puede dar clase de valores, eso es absurdo». En su opinión, la escuela ha de «asumir y representar» esos valores, como el respeto. No obstante, la profesora y coordinadora de los programas internacionales en la Universidad Camilo José Cela, Ángeles Bueno, destaca que hay procedimientos educativos para «fomentar en la persona un desarrollo más global y cívico», como el aprendizaje cooperativo, que a través de la realización de tareas en grupo potencia su sentido de la responsabilidad y sus habilidades sociales, entre otras.
Sin cultura del esfuerzo. El profesor Navas alerta del «menosprecio del esfuerzo» que se ha instalado como otra de las causas del «asilvestramiento». Como ejemplo, comenta cómo los jóvenes con notas brillantes, cuando los periodistas les preguntan cuánto tiempo dedican al estudio, responden de forma invariable que no mucho, que la clave está en que se organizan bien. «Está mal visto estudiar mucho. No puede presumir de ello, tiene que esconderse, y eso es alarmante», subraya. En cambio, en el mundo asiático triunfar en el colegio es algo «importantísimo, una cuestión de orgullo para la familia». «Eso se ha perdido en Europa y, por supuesto, en España, donde ha habido un deterioro escolar, y eso se refleja en el resto de aspectos de la vida», lamenta.
En el lenguaje vulgar, Navas reconoce que hay una creciente tendencia al tuteo. Aunque considera positivo rechazar el autoritarismo y el exceso de formalismo hueco, cree que otra cosa es el «coleguismo» y la supresión de todo tipo de diferencias, porque «sigue habiendo jerarquías». Además, el discurso público «se vulgariza» y «es lamentable el griterío, los insultos, la falta de rigor» en los debates en los medios de comunicación.
El tuteo está relacionado con otro rasgo de la cultura moderna: la exaltación de la juventud. En la sociedad tradicional se valoraba a los ancianos y se desconfiaba de la novedad, pero el mundo moderno occidental ha cambiado ese paradigma y ahora «mira al futuro y desconfía del pasado», de modo que se impugnan las tradiciones y «se privilegia al joven», fomentándose la rebeldía, la autonomía y la transgresión, señala Navas. Y esto es algo que se puede ver también estos días en el mundo de la política. «Se abusa del tuteo», coincide Gerardo Correas, aunque en su opinión «responde a una mayor naturalidad y una mejora de la comunicación, sin que eso suponga una pérdida de respeto ni de modales».
Igualdad o descortesía. El afán por respetar la igualdad de sexos también ha alterado las costumbres y ha sembrado ciertas dudas en el trato con las mujeres. «Ahora uno no sabe cómo hacer: si le cedo la puerta a una mujer o pago yo, puede ser considerado machista. Pero si no lo hago, puedo ser poco caballeroso. Es un momento de cambio cultural que provoca inseguridad», señala.
En comparación con otros países europeos, estaríamos en un punto medio entre el civismo extremo de los países escandinavos, donde «da reparo tirar un hueso de cereza no ya en la calle, sino en el campo», y ciudades mediterráneas como Nápoles o Atenas, que son un «caos». España está bien porque la vida, aunque no sea «tan perfecta» como en los países nórdicos, está bien resuelta al tiempo que «se mantiene la humanidad». «Tenemos un nivel de vida aceptable y alegría de vivir. De hecho, Madrid es el destino número uno para los corresponsales extranjeros y los diplomáticos».
Digo yo que, comparando a España con otros países, con unos estará atrasada y con muchos súper adelantada, y en lo del ‘adelanto’ van los pros y los contras de la mal entendida democracia, ya que muchos políticos se han valido de la democracia, incluso, para llevar a cabo actuaciones delictivas, y por eso la sociedad ha perdido la confianza en sus gobernantes que se apoderan de los poderes —Ejecutivo, Legislativo y Judicial— y éstos no actúan con independencia. Los pilares de la democracia deben ser velados por la Justicia, pero cuando la Justicia está politizada el Estado de Derecho no funciona y la democracia es una falacia, un seudo que baila al son de quienes gobiernen.
La democracia es el único sistema posible para salvaguarda la dignidad humana. En la igualdad y la solidaridad están las fórmulas de convivencia de paz y libertad. ¡Viva la Democracia!
Fotografía: Archivo gráfico de Carta de España. Autor: Cifra Gráfica.
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