Un día llegó a un pueblo un viajero que, cansado y hambriento, pidió por las casas algo para comer. Pero todos le decían que no tenían nada. Entonces, el hombre fue a la plaza, sacó de su mochila unas piedras y dijo:
—Si tuviera una olla prepararía una sopa de piedras.
Todos empezaron a reírse, pero como sentían mucha curiosidad, le trajeron la olla más grande que encontraron y la pusieron en medio de la plaza. El viajero encendió un fuego, llenó el recipiente de agua y cuando empezó a hervir, puso las piedras. Tomó una cuchara de madera y la probó:
—¡Deliciosa! pero estaría más sabrosa si tuviera unas patatas —dijo.
Un anciano le trajo unas de su casa. El hombre probó de nuevo la sopa:
—Muy rica, pero si le echara un poco de carne, hasta los ángeles se chuparían los dedos —aseguró.
Una mujer corrió a su casa a buscarla. Y así se repitió con otros ingredientes, como verduras y sal.
Al cabo de un rato el viajero probó otra vez el caldo y exclamó:
—¡Creo que es la sopa de piedras más deliciosa que he probado en toda mi vida!
Entonces pidió platos y cucharas y todos los fueron a buscar a sus hogares y hasta trajeron pan y frutas. Luego se sentaron a disfrutar de la sopa. Habían entendido que con la cooperación, aunque sea a pequeña escala, se alcanzan resultados sorprendentes.
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