lunes, 21 de septiembre de 2015

Historia de una princesa

Una princesa inteligente y hermosa, hija única del Emperador de China, vivía en el palacio real rodeada de una corte espléndida. Cuando le tocó casarse, de acuerdo con su padre decidió escoger esposo entre todos los jóvenes súbditos del imperio. Quería el hombre más hermoso, más valiente y más extraordinario de todo el imperio.
Se enviaron mensajeros a todos los rincones del país. Los jóvenes que creían reunir las cualidades requeridas deberían presentarse en el palacio en un día señalado.
En una lejana provincia del imperio vivía un hombre muy hábil; no era hermoso, sus rasgos duros revelaban claramente que era cruel y malvado, desconfiado y calculador. Era efectivamente un ladrón y asesino mas quería a toda costa someterse a la selección y se le ocurrió una idea para poder participar. Encargó al mejor fabricante de máscaras de China, una que expresara la máxima belleza.
En aquellos tiempos el arte de hacer máscaras estaba en su apogeo y el mismo ladrón quedó asombrado del resultado. En vez del rostro cruel y duro, sus rasgos eran gracias a la máscara, los de un hombre a la vez dulce y noble. Expresaban poder y dignidad, fortaleza y honradez, amor y servicio, ternura y alegría, así que no le resultó difícil quedar seleccionado.
Al verlo la princesa quedó impresionada, sin dudarlo lo escogió. Pero delicada como era, no quería obligar a nadie a ser su esposo a la fuerza. Lo llamó aparte. Nuestro hombre enmascarado se encontró frente a un dilema: ¿qué hacer?, decir que no a la princesa era denunciarse a sí mismo y ser ejecutado. Si se casaba sucedería lo mismo. Maldijo el día en que se le ocurrió lo de la máscara y se sintió confuso y entristecido. Pero un día le vino a la mente una idea: pedirle el plazo de un año para reflexionar. A la princesa esto le agradó sobremanera y aceptó. Aquel hombre demostraba prudencia e inteligencia. ¡Qué situación la de aquel hombre! No podía escapar.
Conocido en todas partes como el hombre más hermoso del imperio le tocó representar su personaje. Debía de ser valiente y cuidar cada palabra que pronunciara, mostrarse lleno de elegancia y delicadeza. Aprendió la bondad y generosidad que todos leían en su rostro. Comenzó a ser compasivo y piadoso, ayudaba y consolaba a los tristes, pero veía bien clara la diferencia entre su máscara y su corazón… ¡Imposible olvidar quién era! ¡Cuánta lucha… Cuánta tensión. Cuánta energía tenía que desplegar para desempeñar su papel de impostor! Su corazón se consumía. Cuando la gente agradecía su proceder o le hacían alabanzas se sentía muy incómodo. Se horrorizaba de lo fácil que resultaba engañar a la gente, en aparentar sin ser.
El peor momento fue el de volver a ver a la princesa, su prometida. Decidió decirle toda la verdad y asumir las consecuencias, las que fuesen. Arrepentido se echó por tierra y lloró contándole su engaño:
—Soy un bandido y me hice esta máscara con la intención de pasear por el interior de este palacio y para contemplar a la princesa más famosa entre todas las mujeres del imperio. ¡Cuánto siento haber retrasado, durante un año, sus planes de matrimonio!
La princesa se enfadó mucho pero, se sintió picada por la curiosidad: «¿Qué tipo de hombre se ocultaba bajo aquella máscara?» Y le dijo entonces:
—Me engañaste, pero te pediré un favor y luego te dejaré marchar… ¡Quítate la máscara para poder ver tu verdadero rostro y después, desapareces!
Temblando de miedo el hombre se fue quitando la máscara. Los ojos de la princesa estaban fijos y expectantes al asombro. De pronto, con voz segura sin ocultar su enojo le dijo:
—¿Por qué me has engañado? ¿Por qué llevas una máscara que reproduce exactamente tu verdadero rostro?
El impostor, confuso y aturdido negaba con la cabeza, pues de su boca no lograba salir ni una palabra. La princesa mandó acercarle un espejo. ¡Era cierto! Su rostro había cambiado. Llevaba un año entero luchando y sufriendo por ser como su máscara, pero sin darse cuento lo había conseguido y se había transfigurado.
Su rostro se había identificado con su máscara y había llegado a convertirse en lo que intentaba ser. Y aquel hombre transformado, fue el mejor esposo y el mejor Emperador de la China que los siglos conocieron.

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