En un supermercado estaba una madre con su niño pequeño y un señor se acercó sonriente y le dijo:
—La felicito, tiene un niño muy hermoso; se parece a uno de los míos.
—¿Cuántos tiene? —preguntó la joven madre.
—Cuatro —respondió satisfecho el caballero.
—¿Cuatro? ¡Uy! Yo no sabría cómo dividir el amor que le tengo a mi hijo con otros tres.
—Tranquila señora, la vida le enseñará que el amor nunca se divide; el amor se multiplica.
Sí, esa es la riqueza del amor, que suma y multiplica, en lugar de restar y dividir como el odio.
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