lunes, 5 de mayo de 2014

Trastornos políticos

Mujer en actitud arrogante y orgullosa.

Un trastorno de personalidad que afecta a gente con poder’… Con este título explicaban hace unos meses en un medio digital, el subidón de personalidad de los personajes políticos. Dice así:
Un trastorno de personalidad que afecta a individuos con poder se refleja en el habla. Un nuevo estudio ha encontrado que los primeros ministros británicos Tony Blair y Margaret Thatcher usaron un lenguaje hubrístico (arrogante) durante sus respectivos períodos en el cargo.
Siempre se ha pensado que varios primeros ministros podrían haber desarrollado un trastorno de personalidad conocido como síndrome de hibris, hybris o hubris, mientras estaban en el poder. Investigadores de St. George, la escuela médica de la Universidad de Londres, han descubierto que este cambio de personalidad se reflejó en el uso del lenguaje tanto de Blair como de Thatcher, informa Tendencias 21.
La hibris se asocia con una pérdida de contacto con la realidad y una sobreestimación de la propia competencia de uno, los logros o capacidades. Los investigadores pensaban que el uso frecuente de ciertas palabras o frases, como ‘seguro’ y ‘confiado’, el uso del plural mayestático ‘nosotros’ para referirse a sí mismo, o referencias a Dios o la historia, podrían aparecer durante los períodos de hibris.
Descubrieron que ‘mí’ y ‘yo’ y la palabra ‘seguro’ aparecían muy a menudo en el discurso de Tony Blair, cuyo uso de la palabra ‘importante’ también aumentó con el tiempo. Los autores descubrieron asimismo que su lenguaje y el de Thatcher, se hacía más complejo y menos predecible durante los períodos arrogantes.
Estos patrones lingüísticos no se reflejaron en el lenguaje de John Major. La frecuencia relativa del plural mayestático ‘nosotros’ en comparación con ‘yo’ fue claramente más alta durante los mandatos de Thatcher y Blair que en cualquier momento del mandato de Major.

Este estudio habla de los británicos. Y ¿qué me dicen de los españoles? En los españoles el trastorno es generalizado, porque han perdido el contacto con la realidad y no hablan más que de ellos, de lo buenos que son y de lo bien que lo hacen, y ahora te piden el voto porque ‘yo, mí, me, sintigo’ (contigo nada) necesito seguir alimentando mi ‘yo’.

A los españoles nos han dado por todos lados y nos han recortado todos nuestros derechos mientras ellos no se privan de nada; sus abusivas prebendas siguen marcando la diferencia. Los españoles no tenemos los mismos derechos y las injusticias han hecho que aflore la ira y el desafecto hacía los oportunistas de turno.

La indignación está en la calle, y los medios se hacen eco de los atropellos y de la impunidad que campa entre los sobreestimados.
‘Saturados de injusticias’ es el título de otro artículo de indignación:
Indignados y tocados, así nos sentimos muchos ante la corrupción, la codicia, los recortes, los desahucios… En un semanario sobre este tema, Rosa Montero confesaba que, pese a que siempre intenta ser mesurada a la hora de escribir, había llamado criminales a los parlamentarios contrarios a la iniciativa legislativa popular que pide la dación en pago en los desahucios. Y, lejos de retirar sus palabras, reafirmaba que lo seguía pensando. Su ira es representativa del sentimiento de muchos ciudadanos. Multiplicada a extremos insufribles en aquellos que se encuentran directamente afectados.

Frente a los casos de corrupción tan cotidianos, uno puede decir: «Yo, gracias a Dios, estoy bien, pero cuando pienso en todas las personas que no tienen nada y veo cómo algunos dirigentes estafan esas cantidades de dinero, entendería que alguna persona desesperada cometiera cualquier tipo de barbaridad». Ante tanto abuso, hierve por dentro la indignación y la impotencia te enerva…

Para ayudarnos mentalmente: Motivación y emoción, son dos palabras que los psicólogos asocian. Son dos conceptos que se solapan, que se entrelazan con fuerza.
Podríamos decir que la emoción nos activa y la motivación nos dirige. A los humanos, esta combinación nos ha permitido durante miles de años adaptarnos al medio. Las emociones negativas, como el miedo o la ira, activan una serie de procesos fisiológicos que nos permiten protegernos y defendernos. Esto es, la emoción supone una activación fisiológica que nos motiva o nos empuja a realizar una acción. «Me dio tanta rabia, que no pude más y se lo dije; probablemente si no me hubiera enfadado, no lo habría hecho», «me calentó y estallé», «si me enfrío, ya sé que no voy a hacer nada». A veces necesitamos la rabia para movernos, pero ¿es una condición indispensable?

Los desahucios, los sobres, la codicia, los recortes, los sueldos abultados de muchos políticos… se han convertido en una realidad irrespirable. La ira y el enfado que nos provocan nos empujan a luchar. Nos movilizamos, protestamos, nos manifestamos, surgen iniciativas populares para ayudarnos entre nosotros. Estas acciones tan necesarias están en muchos casos impulsadas por la furia, por ese resentimiento que sentimos por este vergonzoso panorama. ¿Qué pasará si esa serpiente que se enrosca en nuestro estómago sigue siendo la que motive nuestras acciones? Quizá nos comerá a nosotros antes de que podamos cambiar algo.

La vida no es justa y nunca lo ha sido. La falacia de justicia se considera una distorsión cognitiva dentro de la psicología. Una distorsión que se caracteriza por considerar injusto todo lo que no coincide con nuestras creencias o valores. Nos exasperamos y experimentamos arranques de venganza, cuando creemos que el mundo es injusto con nosotros. Es el típico razonamiento de ¿por qué a mí? Desgastamos la mente intentando entender las barbaridades que suceden a nuestro alrededor para digerirlas mejor.

Todo sería más fácil si aprendiéramos a admitir que el mundo está lleno de injusticias y que algunas nos pueden tocar a nosotros. Cargar la mente con porqués incontestables nos consume. Aceptar duele menos. Cuando atravesamos épocas duras y vemos quién nos ayuda y quién no, nos solemos llevar auténticas sorpresas.
Suele doler mucho cuando esperas algo de alguien y no ves movimiento alguno. Sin embargo, cuando recolocas a esa persona en otro sitio de tu cerebro, cuando ya sabes de qué palo va, pierde su capacidad de herirte. Si lográramos aceptar cómo es la naturaleza humana, quizá sería más fácil aceptar (que no resignarse) las injusticias. Solo podemos avanzar si sabemos dónde estamos y aceptamos la realidad tal cual es. Intentar ser activos desde la aceptación y no desde el resentimiento.

Cada día se escuchan más historias sobre cómo la dura situación por la que están atravesando muchísimas personas se traduce en un auténtico infierno doméstico. Dentro de las cuatro paredes donde se convive, gritos y menosprecios van golpeando a las parejas, a los niños, a los abuelos. Las emociones negativas se nos desparraman y ya lo están tiñendo todo. Somos animales. No podemos dejar de experimentar emociones.

¿Cómo manejar la rabia, la ira, el resentimiento que provocan las desigualdades que estamos viviendo? No todos controlamos igual las emociones. Algunas personas son capaces de ponerlas en un cajón, en una mochila, esto es, les dejan un espacio limitado. No las eliminan; muy al contrario, las reconocen, lloran si hace falta, las explican a algún amigo… Sienten la rabia, la pena… Las miran, no las evitan, no huyen. Los sentimientos que soslayamos se vuelven más borrosos y se desbocan con más facilidad. Si los observamos, sus contornos se van volviendo más nítidos, se concretan.

El resentimiento es una de las emociones más amargas; observarla de cerca para comprobar su inutilidad nos puede ayudar a dejarla atrás. Hay gente que vive muchos años con resentimiento, una corrosiva amargura por lo que le ha hecho un amigo, un hermano o una prima, hasta que un día te das cuenta que te estás consumiendo, ves que eso no tiene sentido y de repente, puedes pasar página con una facilidad venida del cielo, y te liberas…

El rencor contra los demás solo sirve para devorarnos por dentro, pero los otros se quedan igual. Como muy bien expresó William Shakespeare, «la ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro». Cuando tomamos conciencia y la certeza de la inutilidad de ese re-sentimiento, desaparece el odio incrustado.

Los trastornos políticos son fruto de la prepotencia de la persona y las injusticias acaban por trastornar a una sociedad pacífica, arrastrándola a los designios de la ira. La rabia e indefensión en quien las sufre en sus carnes nos cargan de energía contaminante. Si queremos cambiar el mundo, mejor que nos recarguemos con la energía que proviene de las pequeñas alegrías que nos regala el día. Aunque ahora parecen estar muy escondidas, siguen ahí. Necesitamos conciencia moral. Los sentimientos, mejor dicho, los resentimientos dañan y enferman el alma. Palabras de sabios…

«No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores. Recordad que a lo largo de la historia siempre ha habido tiranos y asesinos, y por un tiempo han parecido invencibles. Pero siempre han acabado cayendo. Siempre.»
Mahatma Gandhi.

«Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo para odiar a alguien. Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad, y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas.»
Martin Luter King.

Fotografía: lamazone, cc.

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