Estamos todavía con la resaca del Festival de Eurovisión, un Festival que ha ido a menos, a menos calidad artística y a más esperpento. Hubo un tiempo que las mejores voces se reunían en el Festival. Los Países mandaban a sus mejores artistas para que le representaran, ahora es otra cosa, más que Festival de Eurovisión debiera llamarse ‘Festival del Carnaval’, o ‘Espectáculo Escenográfico’ porque lo que prima es, luces, movimientos, disfraces y vestimenta estrafalaria.
Al último ganador me remito, ‘la mujer barbuda’. Ante todo quiero dejar bien claro que yo no me meto en la vida de nadie, cada uno hace con su vida lo que le da la gana. Me da igual la inclinación sexual de cada uno, eso es privado y no hay que hacerlo público.
Si un varón quiere compartir su vida con otro varón, o una mujer con otra mujer, en su vida y en su casa manda cada cual. Yo no veo a los heterosexuales alardeando de sus convivencias, pues igual les pido a los homosexuales, la normalidad la obtienen con su discreción. Hoy muchos piden respeto para su vida pero, ellos mismos alardeando, la exponen a bombo y platillo y luego exigen respeto.
Volviendo al Festival y en concreto a su ganador ‘la mujer barbuda’.
A los medios le va el sensacionalismo y esta es una buena ocasión.
La ganadora del festival de este año es un travesti con barba, Conchita Wurst, representando a Austria, que en sus tres últimas ediciones obtuvo unos pobres resultados (en la anterior edición su representante no llegó a la final) decidió por el extravagante artista para llamar la atención de Europa, y lo consiguió. Este personaje, Conchita Wurst es muy conocido en las redes sociales donde, además de un humor ácido y sarcástico, hace gala de la lucha por los derechos de las minorías sexuales, el respeto y la tolerancia.
Esta Conchita Wurst (traducido, Conchita salchicha) no es Conchita, se llama Thomas Neuwirth. Las previsiones ya apuntaban a que sería la reina de la noche, porque su actuación era impecable y la artista desplegó sus alas como el ave Fénix de su canción para conquistar a los más de 170 millones de espectadores («¡tolerantes!») que vieron la gala.
Nunca los medios han hablado tanto de quién gana Eurovisión, en este caso, las noticias son intencionadas y van encaminadas a que sean aceptadas sin más, pero yo acepto o no acepto, porque yo tengo mi propia opinión sobre todo lo que me rodea y en el Festival, nuestra representante española, Ruth Lorenzo estuvo más artista, desplegó su arte y derrochó más voz que la estática ‘Conchita’, pero el mundo se apunta a tolerante y eligen, no enjuiciando lo que toca: letra, música e interpretación, sino un aspecto o un espectro. ¡Esto no es serio…!
La noticia «la barba se lleva» y todo este personaje ridiculizándonos, a mí como mujer me ofende. Para empezar no es una mujer. Las mujeres no tenemos barba, si alguna hubiere es por algún problema individual, pero estéticamente a la cara de este ‘figura’ le sobra algo, o el maquillaje o la barba. Hay que tener mucha cara para presentarse al mundo con esa pinta sin estar en carnavales. Por si fuera poco, este muchacho se encasqueta una peluca acartonada y para poner la guinda, este grotesco ‘héroe’ se viste de mujer, pues esa impactante puesta en escena, es una humillación a la mujer.
Yo soy tolerante pero esa caricatura es una burla grosera, y ninguna mujer tenemos que aguantar este desplante. ¿Dónde están las feministas defensoras de la mujer? Ni una ha alzado la voz, ni siquiera Elena Valenciano del PSOE, que está en campaña y tiene una buena oportunidad para protestar y defender la dignidad de la mujer. Esto viene a dejar claro que su feminismo trasnochado es oportunista, solo levanta la voz cuando la algarada esta agitada.
A los medios de comunicación les rogaría más rigor, las noticias deben ser veraces. El sensacionalismo y la manipulación van directo a distorsionar y confundir para aborregar y domeñar.
Un Festival donde las buenas canciones, las grandes voces y la elegancia son ignoradas, y donde se vota a monigotes, ya no es lugar para presentarse los buenos artistas con buenas canciones, habría que crear un nuevo Festival. Ya dijo Edmund Burke que «Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud».
Fotografía: Albin Olsson, cc.
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