Había una vez un niño muy estudioso que guardaba un secreto. Era como un tesoro muy valioso. Ni siquiera su madre, a la que él quería muchísimo, lo sabía.
Le apasionaba escribir poesía y las guardaba para que nadie las viera. Tenía una hermanita de dos años que siempre buscaba su compañía. A él le gustaba recitarle poesía y la niña se quedaba rápidamente dormida. Su madre, sorprendida por la facilidad que tenía el niño para dormir a su hermanita, decide averiguar cómo lo conseguía y se puso a observar a escondidas, hasta que descubre el secreto: su hijo era poeta y a la niña le encantaba escuchar las poesías. Entonces, se da cuenta del por qué su niña siempre buscaba la compañía de su hermano. Era una niña feliz, nunca lloraba.
La madre pone mucha atención para escuchar los versos:
A una niña de ojos azules,
sus sueños protege los ángeles.
Ella duerme contenta y feliz
y despierta con cara sonriente.
La madre no pudo contenerse y fue corriendo a abrazar a su niño para llenarlo de besos.
El niño pregunta:
—Mamá, ¿por qué lloras?
Y la madre contesta:
—Estoy emocionada porque te he oído recitar. Yo no sabía que eres poeta. Sé que eres estudioso, obediente y educado, que respetas a las personas y cuidas de la naturaleza… Me siento muy contenta y orgullosa de ti. Para mí es una sorpresa muy agradable descubrir en mi niño a un poeta y, lo más hermoso, es que a través de tus versos se puede ver tu gran corazón y tus buenos sentimientos.
Dice el niño:
—Mamá, no te lo había dicho porque quería tener muchas poesías para ofrecértelas como regalo.
—¡Gracias hijo! —Contesta la madre.
Entonces, el niño fue corriendo y le trajo un cuaderno muy gordo lleno de poesías y se lo entregó a la madre. La madre lo toma en sus manos, lo acaricia y temblorosa empieza a leer. A medida que iba pasando las hojas a la madre le caían lágrimas de felicidad.
Quiero a mi madre del alma.
Más que a mi vida y a mi alma, la quiero.
Es mi cálido y dulce cobijo.
Sin sus besos y cariño me muero.
La madre seguía leyendo llena de emoción. En cada verso descubría el inmenso tesoro de su hijo, que no eran las poesías, sino su gran corazón.
Descubro en el vuelo del pájaro
el viento que mueve las hojas.
Sus trinos alegran mi alma.
Los sueños traen la aurora.
La madre le dio un abrazo muy fuerte y lo felicitó por el trabajo tan hermoso que había hecho.
Cuando llegó el papá del trabajo la mamá le cuenta todo lo que había pasado esa tarde y el papá se puso muy contento.
A partir de entonces el niño recitaba sus poesías a la familia, en el colegio y poco a poco se fue dando a conocer.
En todo el pueblo se hablaba del niño prodigio y llegó a oídos de las autoridades del lugar que se interesaron por conocerlo y al poco tiempo los poemas del niño se publicaron en un precioso libro que todo el mundo quería comprar para leer y releer los poemas.
Los niños, en lugar de llevar en sus manos una maquinita ‘come-coco’ de esas ‘mata-marcianitos’, llevaban un libro y a partir de entonces las niñas y niños se aficionaron a la lectura. Descubrieron que con la lectura se aprende mucho y se llega a ser más inteligentes.
Al niño poeta se sumaron más niñas y niños escritores: narrativa, cuentos y poesía se hizo presente en el círculo infantil y los mayores también se fueron contagiando del entusiasmo de los niños.
El niño poeta estaba muy feliz porque su tesoro estaba sirviendo para que los demás niños descubrieran que la lectura enriquece y nos ayuda a cambiar hábitos de conductas y a crecer como persona.
Los ojos de los niños
por las letras se pasean.
Los libros, blanca paloma
con sus hojas, aletean.
Fotografía: New York Public Library.
No hay comentarios :
Publicar un comentario