lunes, 23 de enero de 2012

La decencia

Pareja sentada en un banco de un parque.


La decencia es el valor que nos hace conscientes de la propia dignidad humana. Posiblemente uno de los valores que habla más de una persona es la decencia y se manifiesta en la educación, compostura, recato, respeto por sí mismo y los demás, pero es muy notable la delicadeza con respecto a la sexualidad: se guarda de no exponer el propio cuerpo a la morbosidad y al uso promiscuo del sexo. Este valor se inculca en la familia desde niños haciéndoles saber los límites donde lo decente pasa a ser indecente y poco conveniente y se les ayuda a descubrir que la verdadera realización personal no se alcanza con la satisfacción de los placeres sino a través del desarrollo emocional del ser y el saber, conjuntamente con el equilibrio ético y moral.

No basta ser decente, es necesario actuar como tal, de ahí la importancia de la educación en un ambiente de respeto y de integridad deontológica. El valor de la decencia parece estar muy vinculado a lo cristiano, que también, pero va más allá. Es un valor universal de relación y convivencia. La pureza es una opción personal, cada cual debe actuar en consecuente libertad. Hemos pasado de todo ser motivo de pecado al desenfreno más desaforado y permisivo, en medio de un ambiente que rechaza las buenas costumbres y se empeña en cerrarse a toda norma que indique mejores modos y modales.

Mi madre me enseñó lo que era la decencia y sus enseñanzas siguen vigentes en mi vida, porque todo lo que encierra ser decente también conlleva ser honrada, honesta, fiel, leal, sincera… En mis tiempos, en la decencia de una joven estaba todo su prestigio y eso se veía en su forma de vestir, hablar, andar, sentarse. Tampoco era bien visto estar callejeando, ni salir sola, ni estar con chicos, ni llegar a casa más tarde de las ocho de la noche. Las exigencias han sido siempre requisito para las chicas, los chicos han tenido manga ancha… «¡son hombres!».
Ni tanto ni tan poco. Si antes las chicas estábamos oprimidas, las de hoy revindicando igualdad y libertad se han pasado y están perdidas, y de tanta indecencia se han quemado ¡qué pena! Tal vez mencionar la decencia sea motivo de burla, pero la persona decente hace valer la integridad de su comportamiento, y cuidándose de interpretaciones equivocada elige a las personas adecuadas y compatibles con la integridad de su conducta. Respeta para que se le respete.

Tiempo atrás por hacer valer la decencia se llegaba a la locura. Muchas mujeres por quedar embarazadas fueron encerradas, desterradas, repudiadas y para la familia eso era un estigma imborrable que quedaba marcado de por vida. Y mira que a los novios se lo ponían difícil, con vigilancia familiar y muebles de por medio, pero no llegaba a impedir el drama y la tragedia. Según se contaba, era tal la deshonra familiar por causa de un embarazo, que hubo padres que se llevaba a su hija embarazada a lugares escarpados para que sufrieran un accidente y se matara, porque si había más hijas ya nadie las quería para casarse. Eso tremendo, por una acción indecente cometían una acción indigna, horrenda y atroz.

Era una época donde el pundonor era una exigencia, (y sigue teniendo vigencia) tanto desde el punto de vista cristiano, como social. Muchos buenos padres y buenos cristianos que transmitieron a sus hijos todos los valores y las mejores enseñanzas de conducta y comportamiento, sufrieron la humillación de las irresponsabilidades de sus hijos. Se sentían desgraciados y avergonzados y sufrían amargamente su castigo.

Hace treinta o cuarenta años, hubo jóvenes que vivieron rompiendo con todo a pesar de sus padres y de las críticas. La decencia les importó poco y el sufrimiento de sus padres todavía menos.
Hay muchas historias, historias increíbles como la de una muchacha —ligera de cascos— que se escribía con un muchacho que había visto un par de horas. El muchacho se fue a su tierra, cruzando el mar y por carta se hicieron novios. La muchacha preparaba la boda y los padres, viendo que no se conocían, le dijo que se lo pensara bien, que era precipitado y que esperaran a conocerse mejor… Ella sigue con su plan de boda a la par que salía con otro. Cuando iba a invitar un mes antes de la boda, le dice al joven con el que salía que se iba a casar, el pobre no se lo podía creer… ¡Oh! Pero cuando llegó el ‘novio real’ para casarse, días antes de la boda, sintió asco de él y ya no quería casarse.

La hermana más vieja muy preocupada, le decía que no podía hacer eso, que tenía que casarse porque entonces le perjudicaría y ella no encontraría novio para casarse.
Pues, hubo boda y a la madre la felicitaban por haberse librado de una cabra… Y la hermana más vieja —que aparentaba ser decente— al tiempo se soltó la melena (nunca mejor dicho), perdió el pudor y la vergüenza: posó desnuda para que la fotografiaran, se fue de la casa, se juntó con uno y se embarazó…

Tiempos tremendos marcados por el ‘miedo al que dirán’, donde el sueño, la meta y el descanso de los padres era ver casadas a sus hijas: «Mis hijas están todas amparaditas», decían. Cuántas muchachas, después de años de noviazgo fueron dejadas por sus novios y ya nadie más las quería (‘solteronas para vestir santos’). Mujeres buenas y decentes que sufrieron el dolor del desamor y el abandono por culpa de un novio miserable y por el estigma de una sociedad machista y puritana, que a quien señalaba con el dedo ya no levantaba cabeza.

Doy gracias porque ese tiempo implacable pasó, pero nada me gusta este tiempo actual, donde la decencia brilla por su ausencia. Yo ya tengo la personalidad forjada, pero el ambiente no es el adecuado para formar a los hijos porque no puedes combatir frente a una sociedad alocada que se niega a pensar en los «pros y los contra» de sus actos, pero los padres conscientes debemos cumplir con nuestro deber y obligación: corregir y advertir a nuestros hijos de los peligros. Ahora, que tanto los padres de ayer, de hoy y mañana, tendremos que tragar con lo que nos echen… pero a los niños siempre hay que educarlos en valores.

La decencia fue, es y será, un valor que dignifica a la persona. Los libertinos dirán que el recato es de retrógradas, pues allá cada cual con su libertad. Yo templo mi carácter, lo fortifico y ennoblezco y mi dignidad se honra con mi decencia, mi honestidad con mi sinceridad, y por principios quiero ser fiel a mí misma con autenticidad y verdad.

Dicen que la decencia no está de moda, que todo vale… No, todo no vale. Recuperemos la decencia y los valores humanos, la dignidad, el honor, la nobleza… Ética y moral engrandece al hombre. Vivir alegre y feliz no está reñido con los valores: canta, baila, ríe, viaja, disfruta de la vida, ¡diviértete!, pero se persona.

Fotografía: MFer Photography, cc.

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