La tarde está desapacible y fría, y la familia se quedó en casa. Reunida en el salón, pasaban el tiempo entretenidos en sus aficiones: mientras los padres leen los tres hijos juegan y corren.
La madre a pesar de estar disfrutando de la lectura, también está pendiente de los niños, que a cada momento se acercan a preguntar y a contar sus ocurrencias. Ella en toda ocasión interrumpe la lectura para atenderles con cariño, acariciándolos y sonriéndoles.
El mayor de los niños reflexiona sobre el comportamiento y se lo hace saber a los demás:
—¿Sabes de qué me he dado cuenta?, que corremos y gritamos y no hemos respetado que mamá y papá están leyendo.
Contestó el menor:
—Es verdad y en lugar de enfadarse nos sonríe con cariño.
—Es porque tienen mucha paciencia —dijo el mediano.
—He descubierto que en la paciencia hay mucho amor —añadió el mayor.
A lo que el mediano contestó:
—Creo que si no hay amor, no puede haber paciencia…
Los tres corren hacia los padres y les piden disculpas por su mal comportamiento:
—¡Gracias mamá y papá, por tener tanta paciencia con nosotros, pero con vuestra paciencia nos han demostrado todo su amor y cariño! No olvidaremos esta gran lección.
Fotografía: Oleg Green, cc.
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