Temor es igual a miedo, emoción primaria donde se manifiesta lo desagradable, un sentimiento provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, en el presente y que se cuela hacia el futuro y que posiblemente viene del pasado, bien porque hayamos sido sometidos a terrores o porque nuestra forma de proceder y actuar hayan sido terroríficas, por el dolor y sufrimiento que hayamos ocasionado, tanto por el cómo, el por qué y a quienes hayamos sometido a nuestros despropósitos y maldades.
El miedo es el terror, ese mecanismo que se desata en el cerebro y se manifiesta tanto en los animales como en las personas.
Desde el punto de vista biológico, los miedos son un mecanismo de supervivencia y de defensa. Eso permite al individuo responder ante situaciones adversas con cierta rapidez y eficacia. Incluso durante el sueño. Ese sistema revisa constantemente toda la información que se recibe a través de todos los sentidos, para regular todas las funciones de conservación del individuo y de su especie. Desde esa parte del cerebro se controlan las emociones básicas como el miedo y el afecto, y se encarga de localizar la fuente del peligro, y como respuesta para evitar el dolor se activa la huida, el enfrentamiento o la paralización.
El miedo puede formar parte del carácter de las personas desde el punto de vista social y cultural, aunque psicológicamente es un estado emocional necesario para la correcta adaptación del organismo al medio, que provoca angustia e inseguridad.
Para algunos, el miedo como reacción de alerta no guarda ninguna relación fisiológica sino que es producto de la consciencia desde el nivel de nuestro conocimiento.
Se puede aprender a temer y también se puede aprender a no temer. Los miedos, o nuestros propios miedos, se relacionan de manera compleja con otras emociones (miedo al miedo, miedo al ridículo, miedo a la muerte) y guarda estrecha relación con diversos elementos de la cultura de cada lugar.
Quienes expresan abiertamente sus miedos son los bebes. Desde la cuna mostramos temor a quedarnos solos, a que apaguen la luz… El miedo se comunica a los demás a través del rostro y los niños lo reflejan frente a algo inesperado o desconocido, por eso creo que el miedo no es algo aprendido o transmitido, que también, sino que ya es parte de nuestro paquete de herramientas para afrontar los avatares de la vida.
Creo que miedo como en estos tiempos en que vivimos no se ha dado en épocas pasadas. Las ciudades se han convertido en junglas de asfalto donde el peligro acecha en cada esquina y no te puedes fiar ni de tu sombra. Son tantos los temores y los miedos de la sociedad de hoy en día, que han arraigado en el tejido social.
Si preguntamos a cualquier persona por sus mayores temores y sus miedos, se repiten en los más temibles: miedo a no tener que comer, a la enfermedad, a la muerte, a no encontrar trabajo, a quedarse sin el trabajo que tiene, a no poder pagar la hipoteca, a la soledad…
Después están los miedos al engaño, a la mentira y a la maldad. A los falsos amigos, a la traición. Miedo a que te asalten y te roben. Miedo a la guerra, a la opresión y al terrorismo…
También existen los miedos de la sobreabundancia, miedo a engordar. A envejecer. A no ir a la última y a no poder vivir a todo tren… En estos últimos miedos se refleja la banalidad.
Aunque el miedo nos acompaña durante toda nuestra vida, yo quiero ser valiente para poder crecer controlando los miedos que pudieran dominar a mis emociones y limitar mi campo de libertad. Para ello deseo, día a día, sentirme fortalecida y renovada interiormente…
«Uno crece cuando se es fuerte por carácter, sostenido por formación, sensible por temperamento… ¡Y humano por nacimiento!»
Fotografía: Kai C. Schwarzer, cc.
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