sábado, 6 de septiembre de 2025

El sentido de la vida

 


Viktor Frankl, filósofo y psiquiatra, sobre el sentido de la vida: "Aquellos que tienen un ‘por qué’ para vivir, pueden soportar casi cualquier ‘cómo’”.

Viktor Frankl, filósofo y psicoterapeuta, afirmó que incluso en medio de las dificultades más extremas, la vida siempre tiene sentido. Para Frankl, la búsqueda de significado es una necesidad humana fundamental, y esta búsqueda puede llevar a encontrar un propósito que nos permita trascender el sufrimiento.

¿Cómo puede alguien mantenerse en pie cuando todo a su alrededor se derrumba? Pues, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl, transformó su experiencia en una propuesta que sigue inspirando a millones de personas en todo el mundo.

¿Por qué estamos aquí? ¿Para qué sirve vivir cuando todo duele? Estas preguntas, que han acompañado a la humanidad desde tiempos remotos, encontraron una respuesta poderosa en Viktor Frankl, un psiquiatra y filósofo austríaco que sobrevivió a Auschwitz y convirtió su dolor en una revolución humanista. Su propuesta, la logoterapia, no solo es una corriente psicoterapéutica, sino un manifiesto existencial para quienes se sienten perdidos.

A diferencia de Freud, que apostó por el placer, o Adler, que defendía la lucha por el poder como motores de la vida, Frankl proclamó que el ser humano se mueve por la necesidad de encontrar un propósito. "La voluntad de sentido", la llamó. Esta búsqueda no es un lujo reservado a tiempos felices, sino una necesidad que se agudiza precisamente cuando la vida se vuelve insoportable. En sus propias palabras, “el sentido es algo que debemos descubrir a lo largo de nuestras vidas, eligiendo cómo responder a las circunstancias que enfrentamos”.

Frankl desarrolló su filosofía no desde la comodidad de un despacho, sino entre la muerte, el hambre y la humillación de los campos de concentración nazis. Allí observó cómo quienes lograban dar sentido a su sufrimiento sobrevivían con mayor entereza que quienes lo vivían como absurdo. De esta experiencia extrajo tres vías esenciales para encontrar sentido en la vida: la primera, a través del trabajo y la creación. No importa si se trata de pintar, escribir, enseñar o construir. Lo importante es comprometerse con algo más allá de uno mismo. Según Frankl, “al concentrarse en algo externo a uno mismo, la persona se conecta con un propósito más grande”.

La segunda vía es el amor y las relaciones humanas. Para él, el amor no era solo una emoción, sino un acto profundo de reconocimiento. Contó cómo la imagen de su esposa le sostuvo durante la desesperación del cautiverio: “el amor permite ver el potencial de los demás y de nosotros mismos”. Y la tercera es el sufrimiento como vía de crecimiento. Una idea provocadora. Frankl no romantizaba el dolor, pero defendía que, si este no puede evitarse, siempre queda la libertad de elegir cómo enfrentarlo. “El sufrimiento puede ser una oportunidad para alcanzar un nivel más alto de crecimiento personal”, defendía.

Para Frankl, el sentido no es universal ni fijo. Cambia con el tiempo, depende de las circunstancias, pero siempre está ahí, esperando ser hallado. Su mensaje resuena con fuerza en un mundo saturado de ruido, de prisas, de exigencias externas: “Aunque la vida esté llena de dificultades, siempre hay algo más grande por lo que vivir”.

Frankl lo dijo con claridad: la vida nunca es completamente significativa de manera absoluta y predefinida. El sentido debe ser buscado activamente. Su legado es una invitación a mirar hacia dentro, a redefinir nuestras prioridades y a buscar, incluso en la oscuridad, esa chispa que nos mantenga en pie. Porque a veces, lo único que necesitamos para seguir adelante… es saber por qué hacerlo.

Está claro que, frente a las dificultades, saber gestionar las emociones nos ayuda a sobrevivir. El resentimiento solo te hace daño a ti misma. Aprender a ver lo mejor en los demás, nos explica Viktor Frankl, es lo que realmente dota de sentido a nuestra existencia.

Dice una frase: “perdono, pero no olvido”. Qué gran error. Quien mejor lo sabía era Viktor Frankl. Lo que él perdonó no fue una chiquillada, una traición entre amigos o un malentendido. No. Frankl que fue superviviente de Auschwitz, dijo: “No me olvido de ninguna buena acción que me hayan hecho, y no guardo rencor por una mala”. La suya, es una lección de perdón y propósito.

Una decisión valiente. Además de dejar atrás el rencor, lo que Frankl nos propone es recordar lo bueno que hay en los demás. Una forma poderosa de resistencia interna, esencial en tiempos crueles. No se trata de idealizar al otro ni de negar las heridas propias. Es, sencillamente, cuestión de mirar con generosidad.

Lo más asombroso no es que sobreviviera, que superase haber perdido a sus padres, a su hermano y a su mujer en aquel lugar tan terrible y aun así tuviese fuerzas para escribir y transmitir un mensaje a la humanidad. Lo verdaderamente asombroso, es que Viktor Frankl perdonó. Entendió, como solo pueden hacer las grandes mentes, que aferrarse al rencor solo lo mantenía prisionero de un dolor que no podía cambiar.

La postura de Frankl no solo es efectiva desde el punto de vista psicológico (era, al fin y al cabo, un excelente psiquiatra), sino que también tiene un punto profundo y trascendental. Una vez dijo, “al ser humano se le puede arrebatar todo, salvo una cosa. La libertad de elegir su actitud ante cualquier circunstancia de la vida”. Y es cierto.

“Nuestro cerebro es el simulador más sofisticado que se haya inventado jamás”, explicaba el gran profesor de Harvard, Tal Ben-Shahar, en una entrevista. Lo que recordamos, al igual que lo que imaginamos, moldea nuestra realidad. La frase de Frankl, por tanto, no es solo una declaración moral. Es una poderosa estrategia psicológica.

La ciencia confirma su intuición. La psicóloga Emily Esfahani Smith, en su libro The Power of Meaning, ha demostrado que las personas que encuentran sentido en sus experiencias, incluso en las más duras, son más resilientes, tienen relaciones más profundas y viven con mayor bienestar emocional. El rencor te envenena. El perdón te salva.

Esa libertad es nuestra última frontera. Elegir ver lo bueno, aunque lo malo exista. Elegir no odiar, aunque duela. Elegir recordar con gratitud, aunque tengamos heridas. En eso, precisamente, se encuentra escondido el sentido de la vida.


Fotografía: Internet


 

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