Uno de los principales motivos por los que duele la verdad,
es porque desafía la percepción que tenemos de nosotros mismos. Cuando alguien
nos señala un error o nos enfrenta a una realidad que preferimos ignorar,
nuestro ego puede verse afectado.
¿Por qué duele la verdad? Muchas veces
preferimos culpar a otros para evitar el dolor de ser sinceros con nosotros
mismos, y porque queremos ocultar ese lado oscuro del que no nos sentimos orgullosos.
Aunque conscientemente se suele afirmar que no soportan la mentira, en muchos casos la admiten, porque es menos doloroso estar viviendo con un cierto engaño. Confrontarte con la verdad puede ser realmente incómodo, por eso se acuñó la atinada frase de «la verdad no peca; pero incomoda».
Hay muchos tipos de engaños, unos más inocentes que otros, hay engaños creados para anular la verdad y poder dañar al que con la verdad los pueda descubrir. El drama tiene que ver con una tendencia mental a no querer admitir las cosas como son, a querer seguir viviendo con la fantasía o la creencia que nos hemos construido y no estamos dispuestos a cuestionarla. El gran filósofo Platón solía decir, que él era más amigo de la verdad que de ninguna otra persona. Llamar a las cosas por su nombre sin aparentar o maquillar la verdad, es dejar de fingir y auto-engañarse. Admitir los errores y abanderar la verdad es dejar de ser hipócritas.
Jesús habló, en distintas ocasiones, sobre la hipocresía por
pretender algo que no se es realmente, en particular cuando se trataba de
asuntos relacionados con la religión o la moral. Fue el caso de cuando condenó a los escribas
y fariseos, quienes se presentaban con apariencia de piedad y cumplimiento de
las leyes; pero que en realidad carecían de verdadera sinceridad y amor. Por
eso les llamó «sepulcros blanqueados». (Mateo 23, 27).
«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su represión. ¿Qué padre no reprende a su hijo? Ninguna corrección resulta agradable en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia».
Necesitamos ser más sinceros y coherentes con todo lo que hacemos y dar un verdadero testimonio de aquello en lo que decimos que creemos y la fe que tenemos. Peor aún, es cuando en público y frente a los demás te comportas de una manera y ya en lo privado lo haces de aquella forma. Llegando, incluso, a «ser candil de la calle y oscuridad de tu casa». Muchas veces se actúa motivado por mantener las apariencias y recibir un reconocimiento. La honestidad y la autenticidad forma parte del ser, no se puede fingir. Hay que dejar de fingir ser quien no eres, esos es incongruencia entre ser o no ser.
Enfrenta la verdad, no trates de engañar a nadie con medias
verdades. Las dificultades y problemas de la vida, se enfrentan como vienen y
se les trata de dar una solución inteligente, sincera, valiente y sin
hipocresías.
Deja de darle tantas vueltas a lo que sientes o piensas, acéptate
y comienza por ser capaz de expresar la verdad que ocultas, sin lastimar ni
ofender a nadie; pero tampoco a ti mismo, sé sincera y expresa lo que realmente
piensas o sientes, y que no te atreves ni siquiera a reconocer para aparentar
ser quien finges ser.
Uno de los más grandes pasos que podemos dar en la vida es
dejar de ser hipócritas y ser más amigos de la verdad y de la congruencia. Te sentirás con tranquilidad y paz, ya
descubrirás la alegría que se siente al vivir con las cosas como son.
Es curioso cómo nos pasamos la vida buscando la verdad.
Decimos que la queremos, que preferimos la crudeza de lo real a la suavidad de
una mentira piadosa, pero cuando finalmente la tenemos de frente, cuando
alguien nos la lanza sin anestesia, entendemos que la verdad no siempre libera.
“La verdad duele, pero la mentira destruye. Quien te hiere
con la verdad valora tu fortaleza, mientras quien te miente por lástima
subestima tu capacidad de enfrentar la realidad. ¿Qué prefieres: una herida que
sana o una máscara que te engaña?”.
A veces, la mentira es un refugio, una manera de mantenernos
en pie cuando no estamos listos para afrontar el derrumbe. No somos cobardes
por no querer la verdad todo el tiempo, somos tan solo seres humanos. Pero
tarde o temprano, la verdad llega, y cuando lo hace, duele más que cualquier
mentira que nos hayan contado. Porque nos obliga a ver lo que no queríamos
mirar, a aceptarlo, a cambiar.
Así que, si estás enfrentando una verdad incómoda, no huyas.
Tiembla si hace falta, llora, mírala de frente, quédate en silencio y acógela y
acéptala, pero no te cierres, ni te abstraigas ni mires para otro lado, porque,
aunque duela, te aseguro que también sana. No es ni consuelo, ni paz inmediata,
sino claridad, y libertad —y con suerte—, crecimiento personal.
Fotografía: Internet
No hay comentarios :
Publicar un comentario