sábado, 23 de agosto de 2025

Corregir al que yerra

 


Corregir al que se comporta mal... "Corregir al que yerra": Tercera obra de misericordia espiritual. Las tres primeras obras de Misericordia espirituales guardan una relación muy íntima entre sí. Tanto que hasta podría confundirse “enseñar”, “aconsejar” y “corregir”. Pero cada una de ellas tiene su fin propio.

¿Qué es específicamente corregir? Esta palabra viene del latín “corrigere” que significa “enderezar completamente”: poner derecho, dirigir, gobernar.

“¡Tened cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. (Lc. 17,3).

“Podrás ciertamente reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él”. (Lev 19,17).

En el Nuevo Testamento nuestro Señor nos manda practicar esta obra: “Si tu hermano ha pecado contra ti, ve y corrígelo a solas. Si te escucha habrás ganado a tu hermano.” (Mt. 18, 15 ss).

Después Pablo le dice a Timoteo “predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción”. (2 Tim 4,2).

Y a la comunidad de Galacia: “Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. (Gal 6,1).

“Hermanos míos, si alguno de entre vosotros se extravía de la verdad y alguno le hace volver, sepa que el que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados”. (St 5,19-20).

En el año 2014 el Papa Francisco en una homilía, hablaba de la verdadera corrección fraterna: “La verdadera corrección fraterna es dolorosa porque se hace con amor, verdad y humildad”. “Si sentimos placer por corregir, esto no viene de Dios”.

“No se puede corregir a una persona sin amor ni sin caridad. No se puede hacer una intervención quirúrgica sin anestesia: no se puede, porque el enfermo moriría de dolor. Y la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la cura y a aceptar la corrección. Llamarlo personalmente, con mansedumbre, con amor y hablarle”.

En segundo lugar: “No decir algo que no es verdadero. Cuántas veces, malintencionadamente, se dicen cosas de otra persona que no son verdaderas: son calumnias. O si son verdaderas, se quita la fama de aquella persona”. “Las habladurías — reafirmó el Papa — hieren; las habladurías son bofetadas contra la fama de una persona, son bofetadas contra el corazón de una persona”.

A veces “cuando te dicen las verdades a la cara no es lindo escucharla, pero si es dicha con caridad y con amor es más fácil aceptarla”. Por eso hay que corregir con humildad.

“En el Señor siempre está la cruz, la dificultad de hacer una cosa buena… Necesitamos la mansedumbre, no ser juez. Nosotros, los cristianos, tenemos la tentación de hacer como los doctores de la ley: ponernos fuera del juego del pecado como si fuéramos ángeles”.

Indicarle a alguien una falta, una debilidad, una equivocación y hasta un pecado, la Iglesia lo ha entendido como un derecho y también un deber. Los que somos padres de familia entendemos las consecuencias de corregir apropiada y oportunamente a nuestros hijos. Gran parte de la crisis de la familia puede deberse al incumplimiento de este deber. Es más cómodo no tener conflictos, pero, los hijos sienten como indiferencia de los padres que no les corrige.

No corregir, a veces puede ser falta de compromiso con la visión que inspira el ministerio que cada uno ha recibido del Señor. Así como necesitamos lo que en psicología se llaman “caricias positivas”, también cuando es debido, necesitamos recibir y dar una amorosa corrección. Bien realizada y sin confundirla con un juicio, la corrección es signo de verdadero amor fraternal que nos lleva a la salvación.

El refrán dice “lo cortés no quita lo valiente”. Para corregir hay que usar ambas: la valentía y la ternura. De otra manera podríamos hacernos cómplices de alguna tiniebla. Jesús enseña la compasión a la hora de corregir. A la adúltera le hace sentir la libertad de corregirse de “auto-gobernarse” con su conciencia (Jn 8,11). Imitemos al Señor.

Corregir al que yerra. Sabemos por experiencia que una buena corrección ayuda a purificar el alma y las actitudes negativas que residen en ella. En el refranero se suele decir que ‘quien bien te quiere, te hará llorar’. Este sentimiento que está en lo más profundo de la sabiduría popular concuerda con lo que en moral se llama la ‘corrección fraterna’ y se entiende por tal la amonestación hecha al prójimo culpable, en privado y por pura caridad para apartarle del pecado o de un camino errado.

La amonestación, ejercida sobre una persona, para que cambie su modo de proceder o sus inclinaciones nada ejemplares ayuda a la madurez no sólo cristiana sino también humana. Toda corrección debe ir acompañada por una gran dosis de educación y por un gran sentido de caridad. La corrección que se hace por despecho o por desprecio no es auténtica. Muchas veces los resortes interiores pueden jugarnos malas pasadas si no sabemos armonizar bien los sentimientos. De ahí que la corrección comporta un modo de amar al prójimo con la pedagogía serena que nace de un corazón sencillo y bien templado. La corrección no sólo se debe someter a pronunciar palabras, puesto que cualquier gesto puede llegar a ser luz para dar pistas de orientación al corregido, que valen mucho más que ‘mil palabras’. Un silencio a través del tiempo, hasta que se serene la situación, puede llegar a ser un buen método que dará frutos abundantes en el momento de la corrección.

Para corregir al que yerra se exigen unas condiciones que son comunes en la moral evangélica y que siempre la Iglesia, como Madre y Maestra, nos ha enseñado. Antes de corregir lo primero que hemos de tener presente es que haya materia cierta, no imaginaria, puesto que se pueden dar indicios que no son verídicos. La sospecha nunca es buen camino para llegar al que se desea ayudar con la corrección. Debe ser algo necesario y siempre buscando la idónea capacidad del que corrige para que el prójimo no se sienta rechazado y marginado.

La corrección ha de ser útil, es decir, que haya fundada esperanza de éxito. Si se prevé que será contraproducente como es provocando la ira o induciéndole a mayores males o pecados, debe omitirse. Como dice Santo Tomás, si se duda del éxito inmediato, pero no del remoto, debe hacerse. Y si se duda seriamente si aprovechará o dañará, debe omitirse; porque el precepto de no dañar al prójimo es más grave que el de beneficiarle, a no ser que de su omisión se teman males mayores como son escándalos o corrupción de otros.

En general hay que conjugar con la caridad y la justicia la benignidad, la humildad y la prudencia, recordando las palabras de San Pablo: “Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, que tenéis el Espíritu, corregidlo con espíritu de mansedumbre. Y no te descuides tú mismo, que también tú puedes ser puesto a prueba” (Gal 6,1). Hay que procurar, además, salvar la fama del corregido y para ello debe observarse el orden establecido por Jesucristo en el Evangelio. De suerte que primero se haga la corrección en privado; luego, con uno o dos testigos, y, finalmente –si todo lo anterior ha fallado-, recurriendo al superior (Cfr. Mt 18,15-17). Cuando la situación es muy grave debe hacerse presente inmediatamente a la autoridad competente con el fin de que la misma no se empeore. Nunca un buen ciudadano o un buen cristiano puede quedarse con los ‘brazos cruzados’ ante momentos que pueden perjudicar a terceras personas y si esto es grave debe comunicarse, cuánto antes, a quien esté revestido de la autoridad.  La corrección si se hace bien reporta paz a la persona y a la sociedad.

La práctica de la corrección fraterna contribuye a que las personas, y por tanto, la sociedad crezca en el bien y sean más gratas a Dios. A la vez, se evitan críticas y murmuraciones, que quitan la paz en el alma y se habrán vivido otras muchas virtudes (fortaleza, humildad, comprensión…) a quien ejercita esta práctica del Evangelio.

Si la ejercitamos con rectitud y desde la humildad y la compresión, tras haber hecho un discernimiento, esta Obra de misericordia dará como fruto la paz en el corazón y la bendición sobre el que la ejerce y el que la recibe.


Fotografía: Internet


 

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