domingo, 8 de septiembre de 2024

Nacida llena de gracia



¿Cuál es el significado de la Natividad de María? El nacimiento de María se encuentra en la confluencia de los dos Testamentos, poniendo fin a la etapa de la expectativa y las promesas, e inaugurando la era de la gracia y la salvación en Jesucristo.

El nacimiento de María está ordenado en particular para su misión como Madre del Salvador. Su existencia está indisolublemente unida a la de Cristo: participa de un plan único de predestinación y gracia. El plan misterioso de Dios sobre la Encarnación del Verbo abarca también a la Virgen, que es su Madre. De esta manera, el Nacimiento de María, como su Divino Niño, se inserta en el corazón mismo de la Historia de la Salvación. Por eso es tan importante para la Iglesia el nacimiento de María, debido a su papel vital en la historia de la salvación.

En el calendario litúrgico de la iglesia, solo se celebran tres cumpleaños: la Natividad de Nuestro Señor (25 de diciembre), la Natividad de Su Precursor, Juan el Bautista (24 de junio) y la Natividad de Su Madre el 8 de septiembre. Por lo tanto, la Iglesia honra de manera única a las tres figuras principales relacionadas con la Encarnación y la Redención.

¿Por qué llamamos a María "llena de gracia"?   La gracia es una participación de la naturaleza de Dios en la creatura racional, que, entonces, vive de la vida de Dios es un don sobrenatural que, infundido por Dios en el alma, nos hace justos, agradables a Dios y amigos suyos, sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Virgen María, desde el principio de los tiempos, entra en el misterio de Dios, en sus maravillas, en su eterno designio de salvación oculto en el tiempo y revelado en Jesucristo. María colabora con fe obediente a la redención de los hombres. Toda su vida está orientada al misterio de Dios, guiada y transformada por el Espíritu de Dios. Por eso podemos decir que todo en ella es obra del Espíritu Santo. Preservada desde la eternidad de toda mancha de pecado aparece envuelta en el misterio de Dios acogiendo, por obra del Espíritu, al Hijo unigénito del Padre. Llena del amor del Padre la sombra del Espíritu la cubre y hace de ella la Madre del Hijo hecho hombre. La Trinidad está presente y envuelve todo el misterio de la encarnación y en él a María.

María, criatura perfecta, es una mujer singular. Sobre ella desciende la sombra del Espíritu evocando la primera creación, “cuando el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen 3, 15). Ella es la “sierva del Señor”, bienaventurada “porque has creído que se cumplirán las cosas que ha dicho el Señor”, la humilde en quien Dios se ha fijado para realizar su misterio, “bendita entre las mujeres” a quien “todas las generaciones llamarán bienaventurada”. María se dejó modelar por el Espíritu de Dios afirmando su “sí” en la anunciación. El Espíritu de Dios une el cielo y la tierra, lo divino y lo humano, lo temporal y lo eterno, llena la vida de los hombres con esa presencia de Dios en la Iglesia y en el corazón de los justos.

Todos los dones del Espíritu Santo se manifiestan en María: amor, alegría, paz, generosidad, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre... Ella es la llena de gracia, dignísima morada que Dios, por el Espíritu Santo, preparó para su Hijo. Toda la infinita capacidad de transformación que tienen el amor y la gracia de Dios se colma en la persona de María. El Espíritu Santo guía y fecunda su vida. María sobresale entre los humildes y pobres del Señor que esperan de él la salvación y la acogen. La intención, la convicción y la ilusión de María ha sido desde el principio hacer la voluntad de Dios.

No existe corazón más humano que el de una criatura que rebosa sentido sobrenatural. He aquí el Sagrado Corazón de la Virgen María, la llena de gracia, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo: en su Corazón cabe la humanidad entera sin diferencias ni discriminaciones.

María nos enseña el modelo de vida del discípulo. Ella, con su amor maternal y su valentía imparable, nos invita siempre a dejarnos llenar de la presencia de Dios. La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel.

La Virgen María, durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el cumplimiento de la Palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.

María, llena del Espíritu Santo, nos invita a alabar a Dios y ser testimonio de su obra en nosotros como ella lo proclama en el Magnificat:

“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora”. San Lucas 1, 46-48.

En María, el Espíritu Santo manifiesta al hijo del Padre hecho hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres y a las primicias de las naciones”.

Es en la Santísima Virgen María que podemos encontrar refugio, ella con su amor maternal nos cubre con su manto y nos lleva siempre al encuentro con nuestro Señor Jesucristo. Hoy, bajo la advocación de la Virgen del Pino, encomendemos nuestra vida, que ella sea la que camine y pelee junto a nosotros con aquello que no nos deja salir adelante. La Virgen del Pino es nuestra madre en la fe, es nuestra fuerza en la debilidad.  A ella acudimos buscando amparo. Es el faro que ilumina. Es esa Madre que calma, consuela, sosiega, anima y acompaña. Que la Santísima Virgen del Pino nos cuide y proteja y nos colme de bendiciones.

Elevemos una oración a María, nuestra madre y pidámosle que nos “Ayude a purificar el corazón”. Que la fe no decaiga para seguir haciendo camino, y que las fuerzas no flaqueen para que las circunstancias que estés viviendo no te alejen de la gracia de Dios.

¡Dios nos bendiga y que la Virgen Santísima sea nuestro refugio y amparo!


Fotografía: Internet


  

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