«Cuando hayáis cometido un error, no mintáis para negarlo o
atenuarlo. La mentira es una torpe debilidad. Acepta que te has equivocado; en
ello hay magnanimidad». Silvio Pellico.
Pilatos plantea la pregunta romana por la verdad: ¿qué es la verdad? La respuesta silente de Jesús es el amor de caridad (agape), el cual traduce la verdad bíblica como fidelidad interpersonal (emeth). Ahora la verdad es la bondad, la apertura trascendental e inmanental al otro, interpersonalismo: lo demás es mentira o falsedad.
La auténtica verdad dice entonces doble apertura: apertura
trascendental al otro y apertura inmanental a lo otro (alétheia): apertura de
lo real a su sentido (humano). Así que entre la verdad unívoca y la mentira
equívoca se sitúa medialmente el sentido análógico o simbólico (humano).
En este artículo el catedrático de Antropología Andrés
Ortiz-Osés, pone frente a frente a la verdad y la mentira y nos ayuda a
entender los entresijos entre la verdad de la mentira y la mentira de la
verdad.
Verdad y Mentira como formas de existencia. Verdad y mentira
son conceptos entrelazados, de modo que la verdad se destaca de la mentira como
su contrapunto. La verdad se define en contraposición a la mentira como lo
adecuado y correcto, mientras que la mentira se redefine respecto a la verdad
como lo inadecuado o incorrecto. La verdad es lo auténtico frente a lo falso o
falseado, la luz frente a su sombra. En este texto planteamos primero la
cuestión de la verdad y la mentira en la tradición clásica ortodoxa, para
replantearla después en nuestra actualidad crítica heterodoxa. Finalmente
tratamos de conjugar ambas perspectivas en un diálogo hermenéutico con el
Instituto E. Mounier.
«Con el cebo de una mentira se pesca
una carpa de verdad». William Shakespeare.
La auténtica verdad os hará libres, es decir, os liberará. Y el sentido –que es la verdad encarnada– os librará de la verdad inauténtica, abstracta o desencarnada, inhumana o pura, purista o puritana. En consecuencia, la mentira, la falsedad o el error lo son humanamente respecto a la verdad-sentido, que es la verdad humanada. La verdad dice logos (adecuación) y el sentido dice sensus o eros (amor): el amor a la verdad (filosofía) culmina en la verdad del amor, que es la auténtica sabiduría (sofofilía).
En la tradición clásica ortodoxa gana la verdad del ser
trascendental, sea platónico, idealista o incluso heideggeriano: aunque en
Heidegger se inicia ya el giro hermenéutico de inspiración cristiana; en esta
tradición se gana el ser, pero se pierde el ente meramente inmanente, es decir,
la realidad del mundo. Inversamente en la postura nietzscheana de signo
materialista y nihilista, gana la falsía del ser por cuanto carente de verdad y
vacío de sentido (materialismo nihilista), y pierde la verdad del ser. Finalmente,
en nuestra posición hermenéutica de carácter medial, gana el ser y el ente o
realidad, y por tanto la verdad y la no-verdad, la trascendencia y la
inmanencia, la mediación de los contrarios a través de su relación de
implicación simbólica.
La hermenéutica representa un realismo simbólico, frente al
idealismo trascendental clásico y al realismo materialista o nihilista de signo
inmanental. Este realismo hermenéutico mantiene la tensión trágica, como la
llamaba E. Mounier, entre el ser y el ente real, la verdad y la no-verdad, el
sentido y el sinsentido, a favor de su re-mediación simbólica y real; y esta
re-mediación funciona como la asunción del negativo para su positivación. El
hombre se sitúa así entre la pura verdad propia del Dios y la impura mentira
propia del diablo: el mundo del hombre es el escenario de este diálogo polémico
entre la verdad y la mentira, llámese falsedad o corrupción, pero también error
o equivocación.
El propio Mounier habla de un afrontamiento religioso o religador, y no de un enfrentamiento irreligioso o irreligador. Por supuesto que, en este afrontamiento de los contrarios, la verdad y la no-verdad, el baremo es la verdad encarnada y evolutiva o en evolución, o sea, la verdad-sentido en apertura: aquella que asume y redime, revela y trasfigura dinámicamente la mentira y la falsedad estáticas. Pero se trata de una verdad encarnada y no encaramada, de una verdad humanada como amor de caridad, a la búsqueda de una identidad que asume la diferencia y la disidencia, de una apertura existencial que abre toda cerrazón, de una trascendencia que asume la inmanencia para su trasfiguración.
Entonces tendríamos que revisar la verdad y la mentira o
falsedad. Porque hay verdades mentirosas y mentiras verdaderas, luz que ciega y
oscuridad que acoge, dioses malévolos y démones benévolos. El propio Jesús vino
a salvar a pecadores y mentirosos, de ahí la verdad en correspondencia con la
bondad que practica, y de ahí la positivación de lo negativo en san Agustín.
En el encarnacionismo cristiano el mundo y la carne es el
quicio de la salvación (caro cardo salutis), y el propio pecado es el eje de la
redención (o felix culpa), de modo que la mentira y la falsedad no constituyen
el eje o vértice del mal, como quiere todo dualismo más o menos maniqueo, sino
el vórtice u ocasión (kairós) siquiera turbulenta del bien y la verdad. En el Libro
del buen amor, Juan Ruiz el arcipreste de Hita nos avisa de que cuidemos con la
mentira, porque a veces dice la verdad: “Do coidares que miente, dize mayor
verdat”.
«Lo peor de los
malos es que nos hacen dudar de los buenos y lo peor de los impostores es que
ponen la verdad bajo sospecha».
Hay una especie de analogía perversa o corrosiva, heterodoxa,
entre la verdad y la mentira o falsedad: pues la verdad lo es en relación a una
mentira o falsedad que trasciende o traspasa, sublima o trasfigura; mientras
que a su vez la mentira o falsedad lo es respecto a una verdad que inmanentiza
o abaja contingentemente, relativizando su presunta absolutez. Esta correlación
entre la trascendencia de la verdad y la inmanencia de la mentira o falsedad,
expresa la correlación entre trascendencia e inmanencia, arriba y abajo,
positivo y negativo.
Pero esta correlación no expone un nuevo dualismo sino una
coimplicación, ya que no hay verdad sin mentira, ni mentira sin verdad. Su
mutua complicidad evita el dualismo tanto tradicional como moderno, puesto que
se exige unir y diferenciar los contrarios, una operación de carácter
hermenéutico-lingüístico o simbólico. En efecto, donde no hay mentira no puede
haber verdad, de modo que aniquilar fundamentalistamente la mentira sería
aniquilar también la verdad. De aquí se sigue el correspondiente tratamiento de
la verdad y de la mentira: abajando la verdad hasta su encarnación, y elevando
la mentira o falsedad hasta su apertura.
Así que sin la contraposición del diablo no hay Dios, y
viceversa. Sin el contrapunto de la mentira no hay verdad, y viceversa. Sin el
contrapunto del pecado no hay redención, y viceversa. Y sin la muerte no hay
vida, y viceversa. Este es el campo interrelacional de operaciones del hombre
en el mundo, situado entre lo divino y lo diablesco, un campo de lucha
dialéctica entre los opuestos en vistas a su re-mediación. La cual consiste en
la tarea inacabable de inmanentizar o encarnar el bien, así como de trascender
o sobrepasar el mal. El cual no puede superarse heroicamente, sino solo
supurarse antiheroicamente; el método no consiste entonces en el aniquilamiento
o denegación (imposible) del mal, la mentira o la falsedad, sino en la
positivación de su negatividad, a través de una asunción crítica y traspositiva
del mal, la mentira o la falsedad.
El caso es que una verdad pura exenta de toda impureza o
mentira es la mayor de las mentiras y estafas, porque se piensa como absoluta o
divina. Y una mentira impura exenta de toda verdad es una demonización que absolutiza
paradójicamente la mera relatividad (como en Nietzsche). Así pues, la verdad
sin mezcla de mentira no es humana sino sobrehumana, y la mentira sin mezcla de
verdad no es humana sino infrahumana. Pero la auténtica vida humana es verdad y
mentira, verdad mentirosa y mentira verdadera, dialéctica de verdad y mentira,
coimplicación de luz y oscuridad, sentido y sinsentido, positividad y
negatividad.
Digamos que hay una verdad de la mentira, la cual está en su
exposición de la real contingencia. Y también hay una mentira de la verdad, la
cual está en la exposición de nuestra incontingencia. Por ello asumir la mentira
es tener en cuenta nuestra inmanencia y no engañarnos al respecto, así como
afirmar la verdad es coafirmar la apertura radical o trascendental frente a
toda cerrazón en falso o falsía. En este contexto, suele colocarse la verdad en
la vida como apertura y la mentira en la muerte como oclusión: pero yo hablaría
de dualéctica de los contrarios, ya que nuestra vida es perecedera y nuestra
muerte nos abre paradójicamente a lo imperecedero.
«Es tanta la fuerza de la repetición que todos creen que algo pasó. Pero que lo crean todos no significa que exista o haya ocurrido; en un tiempo todos creían que la tierra era plana». Fernando de la Rúa.
La mentira es una estafa y se utiliza para hacer daño, por eso pienso, que al conocer las verdaderas intenciones que se esconden tras "las mentiras de su verdad", podemos comprender mejor el por qué mienten las personas; así será posible evitar el dolor que
produce enterarnos que hemos sido víctimas de engaños y calumnias. Está claro que cuando alguien se empeña en divulgar lo contrario de lo real, es que en la comparativa real ve una amenaza personal, o también pudiera ser que se ha trazado un plan con el fin de distorsionar la imagen o la idea de alguien o algo con el fin de perjudicar la realidad. Hay quienes utilizan la mentira para ensuciar la verdad, pero la única suciedad está en esas farsantes personas.
Fotografía: Internet
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