Sabiduría de los tres monos sabios: ver, oír y callar. A veces, mejor no ver, mejor no escuchar, mejor no decir...
Oír, ver y callar, recias cosas son de obrar. Aconseja poner mucho cuidado en estas tres cosas, por lo difícil que resulta hacerlo. En la actualidad, se dice sólo la primera parte “Oír, ver y callar” figuras que transmiten valores a modo de normas de conducta.
Esa figura se llama ‘San Saru’ en la que aparecen tres monitos: Mizaru tapándose los
ojos, Kikazaru tapándose los oídos e Izawaru tapándose la boca. El símbolo de
los tres monos sabios también es conocido como “los tres monos místicos”.
Estas acciones provienen de una representación simbólica
esculpida en madera en lejano Japón, donde nace el Sol, están representados en
un madero de Hidari Jingorō (1594-1634), situada sobre los establos sagrados
del santuario de Toshogu (1636), construido en honor de Tokugawa Ieyasu, en
Nikko, al norte de Tokio (Japón).
Decirles que los nombres japoneses de los tres monos —Mizaru,
Kikazaru, Iwazaru— significan «no ver, no oír, no decir», sin especificar lo
que los monos no ven, oyen o dicen. Esos animalistos, si, como lo leyó,
animalistos, también son conocidos como “Los tres monos místicos”.
Tradicionalmente se ha entendido como «No ver el Mal. No escuchar el Mal y No
decir el Mal». El dicho tuvo su origen en la traducción del código moral chino
del santai, la filosofía que promulgaba el uso de los tres sentidos en la
observación cercana del mundo observable. Posteriormente este código moral se
vinculó con los tres monos; dicha asociación se atribuye a Denkyō Daishi
(conocido también como Saichō) (767-822), fundador de la Tendaishū, la rama
japonesa de la Escuela Budista del Tiantai durante el periodo Heian (794-1185).
Se dice que el significado de los tres monos sabios proviene
de un proverbio de las escrituras de Confucio, que dice: “no ver el mal, no
escuchar el mal y no decir el mal”. Sin embargo, la primera representación con
los monitos fue en 1636, en el santuario de Toshogu, en Nikko, un pueblo de
montaña al norte de Tokio. La historia de este símbolo transmite un significado que
perdura en el tiempo, ha cruzado fronteras, vencido al tiempo y ha resistido a muchas culturas.
No ver, no oír, no decir. La enseñanza de los tres monos sabios nos ayuda a crecer como
personas, a entender que nosotros controlamos lo que queremos ver y escuchar, y
aquello que queremos decir, así que nos recomienda, fijarnos solo en lo bueno,
escuchar las palabras positivas y hablar a las otras personas con respeto.
El mono Izawaru es el que se tapa la boca. No digas todo lo que sabes. Nos dice que no
hay que hablar mal de las otras personas, hay que evitar decir comentarios que
puedan herir a otras personas, hay que saber expresar lo que sentimos con amor
y sin pisar a los demás.
El mono Mizaru es el que se tapa los ojos. No creas todo lo que ves. Nos dice que no
hay que mirar o prestar atención a aquello que no es útil ni bueno para
nosotros. Cada día nos encontramos con cosas positivas y negativas, Mizaru nos
enseña que debemos fijarnos solo en la parte positiva de las cosas.
El mono Kikazaru es el que se tapa los oídos. No escuches todo lo que dicen. No hay que
hacer caso a los comentarios que difaman que nos hundan y nos lleven a un estado negativo.
Debemos escuchar y poner atención a los mensajes que realmente nos aporten algo bueno para la vida, que
nos ayuden a progresar y crecer como personas.
Si quisiéramos podríamos ver en todo la parte positiva, dándole la vuelta al
concepto le daríamos un toque más personal para poder discernir racionalmente: “ver lo bueno, escuchar lo bueno y
decir lo bueno”. Si convertimos este concepto en la base de nuestros valores,
todas las acciones las haremos bajo esta premisa. Esforcémonos pues, por ver siempre
la parte positiva ante cualquier situación, porque así, cuando nos encontremos
ante cualquier imprevisto, veremos el lado positivo y visualizaremos desde el
positivismo y optimismo para comprender y aceptar situaciones inesperadas.
Hay que soñar en grande, poniendo intención en lo que deseas y
desearlo con sentimiento, corazón y alma, solo con pensamientos positivos, para
que todo fluya y consigas lo que te propongas. Aunque a veces se hace necesario
hacer un alto en el camino para poder tener una introspección y hablar con
nosotros mismos. Y es ese resquicio de intimidar con nuestro propio ser, cuando descubrimos que podemos ser creadores
de grandes cambios en positivo con la ayuda de nuestros tres grandes aliados:
inteligencia, voluntad y afectividad (compuesta a su vez por sus tres grados
que son emoción, sentimiento y pasión), elementos básicos y esenciales que
marcan un antes y un después en la creación del universo. Nos queda claro, que aunando a nuestros tres aliados: inteligencia, voluntad y
afectividad, podremos alcanzar un nivel de excelencia, siendo seres gratos y
amables los unos para con los otros. Por tanto, obraremos en función de la
filosofía del: Ver, Oír y Callar.
Si fuéramos conscientes del ver, oír y callar, sabríamos analizar lo que
vemos, entender lo que oímos y reflexionar sobre lo que callamos. Abriríamos sabiamente nuestra mente al pensar más y mejor: seríamos más comprensivos, entenderíamos
más fácilmente, tomaríamos mejores decisiones, nuestras acciones tendrían un
mejor resultado, no juzgaríamos a la ligera, seríamos más prudentes, más
humildes, más generosos, amaríamos y perdonaríamos más, porque entenderíamos
más y mejor a los demás.
Tenemos unos sentidos que utilizamos sin sentido. Siempre deberíamos ver más allá de lo que vemos o de lo que creemos ver, y así disfrutaríamos más de las cosas bellas y apartaríamos de nosotros toda imagen que distorsione o confunda la realidad. Pero el problema es que no sabemos ver, no sabemos oír, no sabemos callar. Nuestras carencias nos confunden y nos llevan a cultivar emociones insanas que dificultan la convivencia: maldad, indiferencia, egoísmo, falta de humildad, de empatía, de generosidad, de amor; estos no son excusas, son los motivos que llevan a crear conflictos.
Tenemos que aprender a ver, ver todo lo que nos rodea, entrar en la imagen, entrar en lo que proyecta, abriendo nuestro corazón a lo bueno y desterrando lo malo. Como dice el papa Francisco: Saber mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura.
Mirando al mundo con ternura, podemos ver la belleza de lo que nos rodea, ver la luz que brilla y nos orienta,
ver con comprensión las debilidades para estar prestos a ayudar y perdonar. Tener una amplia visión de los hechos, mirar más allá,
descubrir el sentido. Ver para examinar, reflexionar y quedarnos con lo bueno de las experiencias, con lo positivo de las enseñanzas de la vida, con lo que nos enriquece personalmente para poder convivir unidos en sintonía. Ver sin distraerse con el ruido mundano. Descubrir con una mirada limpia, lo importante, lo que trasciende, para captar la realidad con los ojos del alma, porque hay mucho más de lo que el ojo
percibe. Y cuando dejamos que actúe la nobleza de nuestro corazón, todo tendrá un sentido y nos sentiremos parte de una felicidad compartida.
Ver, Oír y Callar, es el arte de vivir en armonía, con las debilidades de los demás y con las debilidades y virtudes individuales.
Fotografía: Internet
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