Los habitantes de La Palma están sufriendo una situación de
crisis que puede producir diferentes reacciones cognitivas y emocionales, desde
estrés agudo a cuadros depresivos.
Escribe Don Jesús Miranda Paez sobre el reto de recuperar el
control psicológico cuando la erupción se detenga.
El reto de recuperar el control psicológico cuando la erupción se detenga... Los habitantes de La Palma están sufriendo una situación de crisis que puede producir diferentes reacciones cognitivas y emocionales, desde estrés agudo a cuadros depresivos. La población de La Palma sufre desde hace más de una semana lo que los especialistas definimos como una situación de crisis. Es decir, una situación compleja, en parte inesperada (no se esperaba tan pronto, al menos), que repercute de forma grave sobre la vida y los bienes de las personas.
En otras palabras, hablamos de situación de crisis, desastre,
catástrofe, etc. cuando se produce una desproporción, un desequilibrio, entre
las necesidades que se generan y los medios disponibles con los recursos
humanos y materiales en ese momento.
Cada persona es un mundo. Sea cual sea el detonante, este tipo de escenarios supone un cambio drástico que precisa un sobreesfuerzo de adaptación por parte del individuo.
Partiendo de un factor común como es la erupción del volcán, en cada persona las reacciones y síntomas cursarán de forma particular en función de sus historias personales, su red de apoyo social, experiencias previas, antecedentes de trastornos, rasgos de personalidad y nivel de resiliencia, entendida ésta última como capacidad para afrontar y superar situaciones adversas.
Las reacciones que se dan a nivel cognitivo y emocional pueden ser muy variadas, desde desorientación hasta estrés agudo, reacciones depresivas o posibles trastornos disociativos.
Si no son debidamente atendidos, estos síntomas echarán raíces dando paso a cuadros más crónicos a medio y largo plazo. Lo más normal en estos casos es que acaben reflejándose en trastornos de la conducta, a veces acompañados de trastornos depresivos. Incluso puede llegar a diagnosticarse un trastorno por estrés postraumático.
Por otro lado, no hay que perder de vista que, sobre todo en el comienzo de situaciones de emergencias y desastres, los comportamientos colectivos e individuales son gobernados en mayor medida más por las emociones que por la cognición.
En el caso de emociones fuertes, una de las estructuras más
primitivas de nuestro sistema nervioso, la denominada amígdala, puede utilizar
todos los recursos del cerebro para emitir una respuesta urgente, incluso antes
de tener conciencia de lo que está haciendo. Lo que en la jerga se conoce como
secuestro amígdalar.
Afortunadamente, disponemos de mecanismos que permiten en
cierta medida inhibir la activación de la amígdala, modulando así la respuesta
emocional. De ello se encarga la corteza prefrontal, que es la que nos permite
mantener un comportamiento más racional dentro de unos márgenes.
Necesidades psicológicas y proceso de duelo. Muchos elementos
importantes de la vida de las personas afectadas por la erupción de La Palma,
que satisfacían en cierto modo sus necesidades psicológicas, han quedado
destruidos estos días. Nos referimos tanto a sus viviendas como a recuerdos
materiales relacionados con amigos, aficiones, seres queridos y vivencias de
toda índole.
Además, la comparación entre cómo deberían ser las cosas y la
nueva realidad que rodea a los afectados les genera una discrepancia.
Ante las pérdidas sufridas, lo esperable es que la persona pase
por una serie de fases que conducen a un proceso de duelo:
1. Shock-incredulidad: la persona no se cree lo que está
ocurriendo.
2. Resentimiento-cólera: se produce en las horas siguientes,
con rabia ante la impotencia de no poder hacer nada para impedir lo que sucede.
3. Desorganización generalizada: puede durar horas o días,
consecuente con el caos personal que la situación le genera.
4. Reorganización: se extenderá durante semanas o meses,
seguidas de las fases del duelo.
Lo que hacemos (nuestra conducta), lo que pensamos (nuestra
cognición), lo que sentimos y nuestra fisiología son cuatro elementos
inseparables del todo en constante búsqueda de equilibrio que conforma nuestro
comportamiento. No nos ceguemos en atender sólo a la fisiología, en un bienintencionado
intento de «calmar» a la persona.
Desde el punto de vista del sentido evolutivo, parece lógico
pensar que las necesidades psicológicas quedan subordinadas a la necesidad
básica de supervivencia. Pero no siempre es así. El mejor ejemplo lo encontramos
en los trastornos de la conducta alimentaria: conseguir la imagen ideal de delgadez
nos puede costar la vida. Por no hablar de la conducta suicida.
Cuando todo acabe… empieza lo importante. Algunos habitantes
de La Palma en estos momentos prácticamente se enfrentan a una nueva identidad
y a un nuevo hábitat. Manejarse en esta nueva situación precisará aprendizajes
y reaprendizajes. No sólo deberíamos preocuparnos por el riesgo de que sufran
estrés como respuesta al hecho traumático. También hay que asesorarles desde el
punto de vista psicológico sobre este proceso de aprendizaje y adaptación a su
nueva situación.
Cuando finalice esta emergencia comenzará realmente ese
delicado camino en el que las personas afectadas necesitarán apoyo y
orientación.
Se trata de un proceso de orientación y asesoramiento
psicológico que persigue mejorar la capacidad de autoayuda y autocontrol,
provocar la reflexión adecuada para la toma de decisiones y conseguir un cambio
en el comportamiento que permita un ajuste óptimo al entorno (con sus
novedades).
En esta labor es muy importante entender y respetar el punto
de vista único y particular de cada persona, atendiendo a los esquemas y
valores personales con los que evalúan la realidad.
Aquí no es efectivo el «café para todos»: hay que llegar al
prisma con que cada individuo evalúa sus opciones, invitándole a hacer
autoevaluación para que tome conciencia de las consecuencias más previsibles de
lo que elija hacer, para que preste atención a que cada elección lleva asociada
una determinada consecuencia. Y, en base en ello, pueda decidir si es realmente
lo que quiere.
La importancia de recuperar el control. Por otro lado, es muy importante ayudar a las personas afectadas a que recuperen su capacidad de control. Que sean conscientes de que en cada momento están decidiendo. Aun cuando las opciones parecen todas malas, siempre hay alguna mejor que otra.
Tengamos en cuenta que, ante un desastre por riesgo natural
como la erupción de un volcán, experimentamos una falta de control sobre los
acontecimientos muy intensa. Por ello, es importante interiorizar que seguimos
controlando nuestra conducta, que podemos elegir entre varias posibles opciones
y, por ende, elegimos indirectamente unos sentimientos y unas emociones
asociados.
La cuestión que subyace al proceso de autoevaluación es: «Si
sigo haciendo lo que estoy haciendo, ¿qué me seguirá ocurriendo? ¿Cómo me
sentiré? ¿Estoy dispuesto a elegir otra opción cuyas consecuencias sean menos
malas o mejores para mí?».
La administración debe estar ahora muy atenta a la
post-emergencia psicológica y facilitar el acceso a un servicio de psicología
con continuidad, por vía de la seguridad social o mediante conciertos con
seguros privados.
Una vez más, se constata la necesidad de tener a los profesionales
de la psicología incorporados en el esquema de la Atención Primaria. Que no
quede ningún habitante de La Palma sin la oportunidad de recibir orientación y
apoyo.
Escrito por Don Jesús Miranda Paez, Director de la Cátedra de
Seguridad, Emergencias y Catástrofes, Universidad de Málaga.
Este interesante punto de vista nos ayuda a comprender el estrés
traumático que sufren aquellas personas que han vivido alguna tragedia, y el
daño emocional y psicológico que arrastrarán por siempre.
Este artículo ha sido publicado en ‘Canairas7’ transcrito de '
The Conversation'.
Fotografía: Internet
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