miércoles, 29 de septiembre de 2021

La psicología tras la tragedia


 

Los habitantes de La Palma están sufriendo una situación de crisis que puede producir diferentes reacciones cognitivas y emocionales, desde estrés agudo a cuadros depresivos.

Escribe Don Jesús Miranda Paez sobre el reto de recuperar el control psicológico cuando la erupción se detenga.

El reto de recuperar el control psicológico cuando la erupción se detenga... Los habitantes de La Palma están sufriendo una situación de crisis que puede producir diferentes reacciones cognitivas y emocionales, desde estrés agudo a cuadros depresivos. La población de La Palma sufre desde hace más de una semana lo que los especialistas definimos como una situación de crisis. Es decir, una situación compleja, en parte inesperada (no se esperaba tan pronto, al menos), que repercute de forma grave sobre la vida y los bienes de las personas.

En otras palabras, hablamos de situación de crisis, desastre, catástrofe, etc. cuando se produce una desproporción, un desequilibrio, entre las necesidades que se generan y los medios disponibles con los recursos humanos y materiales en ese momento.

Cada persona es un mundo. Sea cual sea el detonante, este tipo de escenarios supone un cambio drástico que precisa un sobreesfuerzo de adaptación por parte del individuo. 

Partiendo de un factor común como es la erupción del volcán, en cada persona las reacciones y síntomas cursarán de forma particular en función de sus historias personales, su red de apoyo social, experiencias previas, antecedentes de trastornos, rasgos de personalidad y nivel de resiliencia, entendida ésta última como capacidad para afrontar y superar situaciones adversas.

Las reacciones que se dan a nivel cognitivo y emocional pueden ser muy variadas, desde desorientación hasta estrés agudo, reacciones depresivas o posibles trastornos disociativos. 

Si no son debidamente atendidos, estos síntomas echarán raíces dando paso a cuadros más crónicos a medio y largo plazo. Lo más normal en estos casos es que acaben reflejándose en trastornos de la conducta, a veces acompañados de trastornos depresivos. Incluso puede llegar a diagnosticarse un trastorno por estrés postraumático.

Por otro lado, no hay que perder de vista que, sobre todo en el comienzo de situaciones de emergencias y desastres, los comportamientos colectivos e individuales son gobernados en mayor medida más por las emociones que por la cognición.

En el caso de emociones fuertes, una de las estructuras más primitivas de nuestro sistema nervioso, la denominada amígdala, puede utilizar todos los recursos del cerebro para emitir una respuesta urgente, incluso antes de tener conciencia de lo que está haciendo. Lo que en la jerga se conoce como secuestro amígdalar.

Afortunadamente, disponemos de mecanismos que permiten en cierta medida inhibir la activación de la amígdala, modulando así la respuesta emocional. De ello se encarga la corteza prefrontal, que es la que nos permite mantener un comportamiento más racional dentro de unos márgenes.

Necesidades psicológicas y proceso de duelo. Muchos elementos importantes de la vida de las personas afectadas por la erupción de La Palma, que satisfacían en cierto modo sus necesidades psicológicas, han quedado destruidos estos días. Nos referimos tanto a sus viviendas como a recuerdos materiales relacionados con amigos, aficiones, seres queridos y vivencias de toda índole.

Además, la comparación entre cómo deberían ser las cosas y la nueva realidad que rodea a los afectados les genera una discrepancia.

Ante las pérdidas sufridas, lo esperable es que la persona pase por una serie de fases que conducen a un proceso de duelo:

1. Shock-incredulidad: la persona no se cree lo que está ocurriendo.

2. Resentimiento-cólera: se produce en las horas siguientes, con rabia ante la impotencia de no poder hacer nada para impedir lo que sucede.

3. Desorganización generalizada: puede durar horas o días, consecuente con el caos personal que la situación le genera.

4. Reorganización: se extenderá durante semanas o meses, seguidas de las fases del duelo.

Lo que hacemos (nuestra conducta), lo que pensamos (nuestra cognición), lo que sentimos y nuestra fisiología son cuatro elementos inseparables del todo en constante búsqueda de equilibrio que conforma nuestro comportamiento. No nos ceguemos en atender sólo a la fisiología, en un bienintencionado intento de «calmar» a la persona.

Desde el punto de vista del sentido evolutivo, parece lógico pensar que las necesidades psicológicas quedan subordinadas a la necesidad básica de supervivencia. Pero no siempre es así. El mejor ejemplo lo encontramos en los trastornos de la conducta alimentaria: conseguir la imagen ideal de delgadez nos puede costar la vida. Por no hablar de la conducta suicida.

Cuando todo acabe… empieza lo importante. Algunos habitantes de La Palma en estos momentos prácticamente se enfrentan a una nueva identidad y a un nuevo hábitat. Manejarse en esta nueva situación precisará aprendizajes y reaprendizajes. No sólo deberíamos preocuparnos por el riesgo de que sufran estrés como respuesta al hecho traumático. También hay que asesorarles desde el punto de vista psicológico sobre este proceso de aprendizaje y adaptación a su nueva situación.

Cuando finalice esta emergencia comenzará realmente ese delicado camino en el que las personas afectadas necesitarán apoyo y orientación.

Se trata de un proceso de orientación y asesoramiento psicológico que persigue mejorar la capacidad de autoayuda y autocontrol, provocar la reflexión adecuada para la toma de decisiones y conseguir un cambio en el comportamiento que permita un ajuste óptimo al entorno (con sus novedades).

En esta labor es muy importante entender y respetar el punto de vista único y particular de cada persona, atendiendo a los esquemas y valores personales con los que evalúan la realidad.

Aquí no es efectivo el «café para todos»: hay que llegar al prisma con que cada individuo evalúa sus opciones, invitándole a hacer autoevaluación para que tome conciencia de las consecuencias más previsibles de lo que elija hacer, para que preste atención a que cada elección lleva asociada una determinada consecuencia. Y, en base en ello, pueda decidir si es realmente lo que quiere.

La importancia de recuperar el control. Por otro lado, es muy importante ayudar a las personas afectadas a que recuperen su capacidad de control. Que sean conscientes de que en cada momento están decidiendo. Aun cuando las opciones parecen todas malas, siempre hay alguna mejor que otra.

Tengamos en cuenta que, ante un desastre por riesgo natural como la erupción de un volcán, experimentamos una falta de control sobre los acontecimientos muy intensa. Por ello, es importante interiorizar que seguimos controlando nuestra conducta, que podemos elegir entre varias posibles opciones y, por ende, elegimos indirectamente unos sentimientos y unas emociones asociados.

La cuestión que subyace al proceso de autoevaluación es: «Si sigo haciendo lo que estoy haciendo, ¿qué me seguirá ocurriendo? ¿Cómo me sentiré? ¿Estoy dispuesto a elegir otra opción cuyas consecuencias sean menos malas o mejores para mí?».

La administración debe estar ahora muy atenta a la post-emergencia psicológica y facilitar el acceso a un servicio de psicología con continuidad, por vía de la seguridad social o mediante conciertos con seguros privados.

Una vez más, se constata la necesidad de tener a los profesionales de la psicología incorporados en el esquema de la Atención Primaria. Que no quede ningún habitante de La Palma sin la oportunidad de recibir orientación y apoyo.

 

Escrito por Don Jesús Miranda Paez, Director de la Cátedra de Seguridad, Emergencias y Catástrofes, Universidad de Málaga.

Este interesante punto de vista nos ayuda a comprender el estrés traumático que sufren aquellas personas que han vivido alguna tragedia, y el daño emocional y psicológico que arrastrarán por siempre.

Este artículo ha sido publicado en ‘Canairas7’ transcrito de ' The Conversation'.


Fotografía: Internet

 

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