Había un rey que pasaba sus días reflexionando sobre tres preguntas de suma importancia. En este mundo, ¿qué persona es la más importante?, ¿qué cosa es la más importante? y ¿cuál es el momento crucial para actuar?
Ninguno de sus consejeros era capaz de respondérselas. Hasta que un día en uno de sus paseos de incógnito llegó a un lugar alejado y buscó albergue en la casa de un venerable anciano para pasar la noche.
Un ruido lo despertó de madrugada y vio que un hombre cubierto de sangre irrumpía en la casa del anciano. El hombre dijo:
—Me vienen siguiendo.
El anciano respondió:
—Será mejor que entres y te escondas.
Al rato llegaron los soldados perseguidores y preguntaron al anciano:
—¿Has visto a un hombre que pasaba corriendo?
A lo que el anciano contestó que no sabía y los soldados siguieron el camino.
Poco después el hombre perseguido dijo unas palabras de agradecimiento y se marchó.
A la mañana siguiente, el rey le preguntó:
—¿Es que no temes que caiga sobre ti alguna desgracia? ¿Cómo te atreviste a dejar entrar a aquel hombre del que nada sabías?
El anciano respondió sin inmutarse:
—Es que no hay en el mundo persona más importante que la que en este preciso instante necesita ayuda. No hay cosa más importante que prestar esa ayuda de inmediato. No hay momento más importante que este momento.
Y las tres preguntas del rey quedaron contestadas.
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