Había una vez dos amigos llamados Juan y José que se querían muchísimo. Desde pequeños iban juntos a todas partes. Les encantaba correr, jugar al escondite y observar a los insectos. Cuando sentían hambre se sentaban en cualquier sitio y entre risas compartían su merienda. Juan solía comer pan con chocolate y le daba la mitad a José. A cambio él le daba galletas y zumo de naranja. Estaban muy compenetrados y nunca se peleaban.
Pasaron los años y se hicieron mayores, pero la amistad no se rompió. Al contrario, cada día se sentían más unidos. Como eran adultos ya no jugaban a cosas de niños, pero seguían reuniéndose para echar partidas de ajedrez, cenar juntos y contarse sus cosas. Eran tan inseparables que hasta construyeron sus casas una junto a la otra.
Una noche de invierno, Juan se despertó sobresaltado. Se puso el abrigo de lana, se calzó unos zapatos y llamó a la puerta de su amigo y vecino. Con insistencia llamó y llamó hasta que José le abrió. Al verle se asustó.
—¡Juan! ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? ¿Te pasa algo?
Juan iba a responder, pero José preocupado le hacía preguntas…
—¿Han entrado a tu casa a robar en plena noche? ¿Te has puesto enfermo y necesitas que te lleve al médico? ¿Le ha pasado algo a tu familia? …¡Dímelo, por favor, que me estoy poniendo muy nervioso y ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea!
Su amigo Juan le miró fijamente a los ojos y tranquilizándole, le dijo:
—¡Oh, amigo, no es nada de eso! Estaba durmiendo y soñé que hoy estabas triste y preocupado por algo. Sentí que tenía que venir para comprobar que sólo era un sueño y que en realidad te encuentras bien. Dime… ¿Cómo estás?
José sonrió y miró a Juan con ternura.
—Gracias amigo por preocuparte por mí. Me siento feliz y nada me preocupa, pero, dame un abrazo.
José estaba emocionado. Su amigo había ido en plena noche a su casa sólo para asegurarse de que se encontraba bien y ofrecerle ayuda por si la necesitaba. No había duda de que la amistad que tenían era de verdad. Tanta emoción les quitó el sueño, así que se prepararon un buen chocolate y disfrutaron de sus animadas conversaciones hasta el amanecer.
No hay nada como tener a alguien que te quiera. Si no tienes hermanos tendrás amigos que serán más que hermanos.
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