No hace mucho leí un artículo en abc.es, sobre los avances de un estudio confirmando que puedes morir si te rompen el corazón. Sentir la ausencia, la pérdida, la soledad, a veces duele tanto que tienes la sensación de que vas a morir.
Si es posible morir si te rompen el corazón, de hecho, el sufrimiento por la muerte de un ser querido puede desencadenar un latido irregular de este órgano, un desajuste que sería potencialmente peligroso y aumenta el riesgo de muerte.
En ese estudio de investigación pudieron constatar que el riesgo es más alto entre los 8 y 14 días después de la pérdida, tras lo cual disminuye gradualmente, pero el riesgo real puede durar hasta un año. Más allá de lo que podría pensarse, estos riesgos se dan más en las personas menores de 60 años los que tienen más probabilidades de sucumbir al exceso del ritmo de un corazón roto, al sufrir la pérdida de un ser querido.
Nadie mejor que las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido pueden hablar sobre el dolor desgarrador que se siente y como consecuencia se les rompe el corazón. Yo puede entender que la intensidad del dolor lleve directamente a la muerte o a enfermar y la enfermedad te lleva a la muerte. Verdaderamente…«No hay medicamento que cure el dolor del corazón… Solo hay un anestésico llamado tiempo, que te enseña a no sentir dolor aunque la herida perdure».
Tras los corazones rotos se esconden historias de personas en cuyos rostros se refleja su alma… Esta es la historia de una mujer irrepetible, madre de familia numerosa, era fuerte y gozaba de buena salud; algún catarro en los fríos inviernos y tan solo guardaba cama tras los partos. Aunque en su adolescencia tuvo un problema de pleura que sanó con reposo.
La muerte de sus abuelos la llenaron de pena, pero la primera vez que se sintió rota fue con la muerte de su pequeña hija, aunque tenía pocos días y hacía el número diez fue doloroso, pero su tristeza se agravó cuando cuatro meses más tarde murió su querido padre, ahí se sintió morir, tanto que enfermó. Su corazón se resintió y la depresión la sumió en un sin vivir durante casi un año, pero gracias al cariño y la paciencia del marido pudo salir. Se desvivía por ella y pensó que le vendría bien estar un tiempo tranquila junto a su madre, así fue, él se quedó a cargo de los hijos, la casa y las tareas del campo, y a ella el mes de reposo le sentó tan bien que volvió con más peso y más alegre.
El tiempo pasa sin hacer preguntas, la vida sigue con sus alegrías y penas y los acontecimientos se suceden sin pedir permiso, por eso los zarpazos siempre nos cogen desprevenidos. Un aciago día el marido salió de la casa lleno de vida y ya no regresó. El destino lo llamó inesperadamente. A la mujer el mundo se le cayó encima y su corazón se rompió en mil pedazos. Su vida se derrumbó, todo a su alrededor quedó a oscuras y no encontraba salida a su desgracia. Su compañero era la columna donde apoyarse para afrontar juntos la vida y los desatinos de tantos hijos. La casa aunque llena de hijos sus hijos no estaban en conexión con la madre. A los mayores solo les movía su propio interés y los menores se preparaban para afrontar su futuro, esa responsabilidad que era compartida de pronto recayó toda sobre sus espaldas, pero no iba a estar sola porque su hija Flor ya casada y que también estaba desgarrada de dolor por la pérdida de su padre, no la iba a dejar abandonada a su suerte, estaría a su lado arropándola para que no decayera. Con su cariño y compañía le ayudaba a levantar el ánimo y emocionalmente estaban muy compenetradas. Flor se ocupaba y preocupaba por que estuviera bien. Se interesaba por cómo se sentía por lo que necesitaba y por lo que le gustaba, además siempre estaba pronta para resolver todas las contingencias que se presentaban, pero la pena que albergaba el corazón de su madre pudo más y resintió su salud.
La hija estaba preocupada porque su madre le contaba que sentía un dolorcito en el costado izquierdo y que cuando más lo notaba era cuando se acostaba por ese lado, pero el médico la auscultaba y todo iba bien. La hija se acordó que de joven tuvo un problema de pulmón y a lo mejor podría ser algo parecido, pero no, la radiografía no acusaba nada, el electrocardiograma tampoco, pasó casi un año y el dolor permanecía. La hija quería llevarla a un médico particular y ella decía que para qué, si las pruebas no acusaban nada, pero el médico de cabecera cansado de que se quejara le dijo que no fuera más por la consulta que ella no tenía nada, y le recomendó que saliera de la casa para que cogiera aire que lo que tenía era depresión. A Flor le sentó mal esa actitud del médico y al día siguiente la acompañó a la consulta. El médico se quedó cortado cuando Flor le recordó que su tarea es la de curar y que su madre no se quejaba por gusto, algo debía de tener que no se había detectado porque ella era muy fuerte y no se queja por quejarse. Como si de una corazonada se tratara, Flor le pidió el Pase para el ginecólogo. Algo debió pasar por la cabeza del médico —¿arrepentimiento o haber obviado esa especialidad?—, que se levantó y despidió a las dos mujeres con un apretón de manos.
A los pocos días madre e hija van al especialista y éste al observa el pecho exclamó: «Señora, ¿cómo ha aguantado tanto?», y le explicó a Flor que su madre tenía un tumor retroactivo y había que actuar ¡ya! Flor temblaba pensando lo peor y comprendiendo que no había tiempo que perder le dijo al médico que tenían una hermana enfermera y que se pondría en contacto con él para que le informara también de la gravedad. Flor la llamó y le contó lo que pasaba, también llamó a un familiar cirujano y enseguida quiso ver a la madre y como la situación no admitía demora, rápidamente se puso en marcha toda la maquinaria burocrática para la operación.
Era el mes de marzo, el ingreso en el Hospital fue por la tarde, Flor llevó a su madre y anocheciendo la despidió para que descansara, ella tenía que organizar todo para el día siguiente. Bañó a su hijos les dio la cena y los acostó, preparó la comida para el almuerzo y se fue a la cama. Madrugó, a las seis despertó a los niños para dejarlos desayunados, aseados y con el uniforme del cole. A las siete y media Flor se fue al Hospital que estaba al lado de la casa, los niños con las normas a seguir, la mayor tenía diez años y estaría pendiente de la hora de salir al cole, cerrar bien la puerta, dejar al hermano de siete años en el Ala de los niños y ella se iría al de las niñas. A la salida recogería al hermano y si mamá no había llegado, esperarían sentados en la escalera delante de la puerta de la casa, porque como eran pequeños no llevaban llave.
Cuando Flor llegó al Hospital su madre ya estaba despierta, al verla se preocupó por los niños. Flor le dijo que estuviera tranquilita que todo estaba en orden y que ella quería y debía estar a su lado, tampoco había ningún otro hijo pendiente: Flor estaba sola y sola esperó impaciente las dos horas y media que duró la operación, el tiempo de espera se le hizo eterno. Cuando salió el cirujano a informarle sintió un gran alivio y más al saber que todo había salido bien. El médico era un familiar y llevó a Flor junto a su madre, ésta le sonrió diciéndole: «Mi hija…» y Flor la besó y le dijo que descansara que ella iba a estar a su lado y que las enfermeras estaban pendientes de todo. Debido a la anestesia sus ojos se cerraban y se durmió un ratito, se acercaban las doce, la hora de salir los niños del cole para comer y volver a las dos, pero Flor quería ver despertar a su madre y saber cómo se sentía antes de irse a su casa. Pasadas las doce se despertó muy animada y mandó a Flor con los niños, Flor le dijo que ella era lo primero y las enfermeras también dijeron que todo iba bien y que fuera atender a los niños.
Flor se encontró a sus hijos sentados en las escaleras como les había ordenado, ni siquiera pasaron a casa de la vecina que les tenía su puerta abierta. Los niños comprendiendo que era un momento difícil para la abuela, estaban apenados y dándole fuerzas a Flor, su madre. Tan pronto atendió a los niños estaba lista para volver al Hospital. Su madre estaba más despabilada y la pasaron a la habitación. A media tarde tuvo la visita de la hija más vieja, y fue quien la acompañó la primera noche. Cinco días hospitalizada y ya en casa, guardó poco reposo porque sus obligaciones la empujaban. A las tres semanas del alta, Flor se presentó en la consulta del médico de cabecera con la intensión de decirle, que por su negligencia su madre sufría una grave enfermedad y tenía que pasar por un largo calvario, pero se encontró con que ya no ocupaba la plaza, había sido destinado a otra isla.
El tratamiento de Radioterapia y Quimioterapia duró seis meses en sesiones alternas. Las consultas y las pruebas se sucedían, así durante cinco años y Flor a su lado, aunque echaba en falta que sus ocho hermanos se implicaran, no para acompañarla a las consultas, sino para compartir el dolor de saber que la enfermedad no daba tregua y se nos iba, aunque por su aparente fortaleza no lo parecía. Es muy doloroso escuchar una y otra vez al oncólogo que te dice, que no sabía cómo tu madre podía estar viva, y a ti se te cae el alma al suelo y se te pone un nudo en la garganta que te dan ganas de gritar y tienes que aguantarte y hacerte la fuerte para que ella no te vea abatida, y cuando llegas a tu casa lloras desesperadamente para desahogarte. Se hace muy duro no contar con el apoyo de los hijos de la mujer que está gravemente enferma y que le queda poco tiempo de vida, esos hijos que son tus hermanos pasan de su madre, y a ti te duele tu madre y te duele la indiferencia de sus hijos. Para implicarlos, Flor les informaba de que tenían consulta en una fecha y llegada la fecha nadie preguntaba. Ahí compruebas que poco les importa que la enfermedad esté devorando a su madre.
Compruebas la indiferencia cuando, un día llena de pena, le cuentas a tu hermano Chanito que el médico te ha dicho que no sabe cómo tu madre está viva y que le queda poco tiempo de vida. Sientes un dolor en el pecho y un nudo que te asfixia y, aunque no se inmute, al parecer se lo toma como que se le quiere perturbar, y como si de un chisme se tratara va y se lo cuenta a la hermana más vieja y a ésta también le sienta mal que Flor esté preocupando a Chanito, y se lo reprocha. Esta secuencia dice mucho del poco cariño hacia la madre, porque lo propio sería hacer piña para confortarse los hermanos y unidos volcarse por hacerle la vida más confortable a su madre, mimándola y demostrándole todo el cariño del mundo. Te preguntas el por qué de esa indiferencia, es como si no fuera con ellos, y sientes el dolor de la soledad y del abandono. Flor no era alarmista ni hace de algo tan grave un chisme, Flor sufría porque su madre sufría y no podía hacer nada por evitar lo que se avecinaba. Fue la que se ocupó y preocupó de su madre, que era también la tuya, pero a ustedes poco les importó su enfermedad ni su sufrimiento… ¡Qué pocos solícitos fueron con tu madre enferma!
Es muy duro verte en una situación tan desesperante y los hermanos que no hagan piña para apoyarse y darse fuerzas en esos momentos tan dramáticos y sobre todo, para entre todos hacerle a su madre la vida más agradable el poco tiempo que le quedaba. Mientras el tiempo pasaba la madre y la hija estrechaban sus lazos de amor y cariño. Siempre estuvo pendiente de su estado físico y emocional y de sus pensamientos y deseos: «¿Mamá, cómo está?» «¿Cómo se siente» «¿Qué necesita?» Ella no hacía nada que no supiera la hija, quería su opinión y aprobación para todo. La hija le decía: «Mamá, haga usted lo que quiera», y ella le decía: «Sí, yo hago lo que quiero, pero me gusta contar contigo».
El detonante que ya hizo saltar todas las alarmas, en palabras del médico, fue un bulto en la axila izquierda. Estaba de viaje en casa de una de las hijas y todos los días llamaba a Flor para contarle sus cosas, pero un día no había pasado una hora de haber hablado y sonó de nuevo el teléfono y era ella. Flor se sorprendió pero al escuchar el tono de su voz se preocupó. Le contó que acababa de bañarse y había notado un bultito y que quería venirse a casa, pero no quería decírselo a la hija con la que estaba. Flor le dijo que tranquila que ella se ocuparía de todo. Llamó a la hermana y le dijo lo que pasaba, la hermana se preguntaba el por qué no se lo había dicho a ella, pero Flor le advirtió de que no estuviera interrogándola, que fuera a cambiar el billete para que regresara en el primer vuelo. Así fue, a los dos días estaba de vuelta, y ya Flor había hablado con el oncólogo que pidió verla nada más llegar.
Ese fue el principio del fin. El sistema linfático estalló y el bulto se hinchaba y su cuerpo se consumía. La Unidad del Dolor hacía lo único que ya se podía hacer, aumentar la dosis de morfina. La psicóloga la motivaba para que hablara y se desahogara, ella le contaba su vida, sus anhelos y sus sueños rotos. Flor tenía que hacer un esfuerzo para no llorar, aunque a veces no aguantaba. Le contaba como echaba en falta al marido que se fue sin avisar de una forma trágica y la dejó sola con tantos problemas. «Tengo nueve hijos y gracias a esta hija que está a mi lado, he podido salir adelante».
Ese día la madre y la hija lloraron desconsoladamente y la psicóloga dejó que lloraran lo que quisieron. Fueron cuatro las terapias donde la madre iba desgranando su sentir y padecer, los sacrificios para criar a sus hijos y lo mucho que había trabajado en el campo. Cómo sus hijos se habían ido por derroteros fuera de sus enseñanzas y por su culpa sufría mucho… «Me han hecho derramar lágrimas de sangre». También que llevaba diez años cuidando nietos, y que los cuidaba de dos en dos. Sobre la vida decía que tenía conciencia que esta vida se acaba y esperaba gozar de la vida eterna.
La psicóloga le recomendó que escribiera todo lo que sintiera, y así lo hizo, a Flor le entregó varios folios donde relataba toda su vida y sus sufrimientos por la mala cabeza de sus hijos. También escribía en trozos de papel y los dejaba por todas partes. A los dos días de dejar la vida de los mortales, estaban en su alcoba Flor y otras dos hermanas, Lita mirando en el armario de la madre encontró varias notas donde decía lo mucho que lloraba por culpa de Soya —Soya vivía con ella—, entonces Chela cogió las notas y las estrujó para que no las viera Soya, con eso daba a entender que las lágrimas de su madre le importaba un rábano, porque lo que tenía que haber hecho era pedirle cuenta a Soya y, Flor con el corazón roto guardaba silencio, porque ella sí que sabía mucho de todo.
En el tiempo de la enfermedad, sólo en dos ocasiones por tener el coche en el taller, pidió Flor a un hermano que las llevara al médico. Una fue el hermano más pequeño, que por su forma de conducir Flor tuvo que pedirle que parara porque su madre estaba mareada, y la otra fue la hermana más vieja. Sobre las ocho y media de la mañana llegaron las dos hermanas a casa de la madre y se la encontraron desayunando en bata. La mayor con un tono severo y sin compasión le reprochó que no estuviera arreglada, a la madre que ya estaba sin muchas fuerzas, le corrió una lágrima, pero Flor no iba a permitir más reprimenda, le dio tanta pena de su madre que sus ojos se le nublaron, acariciando la cabecita de su madre y con voz cariñosa le dijo: «Vaya mi niña, coma tranquilita que yo la arreglo», estaba presenta una tía que vivía en el mismo edificio y la nuera que se acercaron a curiosear. También se dio el caso que Lita que vivía en otro lugar distante, por motivos personales se vino a casa de la madre y una vez las acompañó. Ese día tenía la cita temprana y pasaba el tiempo y no llamaban, y la madre estaba agotadita, Flor preguntó a los que esperaban por su hora de cita y todos la tenían más tarde. Cuando salió la enfermera Flor se levantó y le dijo que estaba llamando a la gente con la cita posterior a su madre, y su madre pasaba o se iban porque estaba mejor en su cama. Ella dijo que se lo iba a decir al médico y al rato pasaron. El Médico mandó a la enfermera a que se la llevara a otra sala a pesarla y les dijo a las dos hermanas que su madre ya se iba. Flor llena de dolor le dijo: «He sufrido mucho por su culpa, eso me lo viene diciendo usted desde hace tres años, ahora ya yo veo que se me va y no hace falta que usted me lo diga». También le pidió al médico explicación por el tiempo de espera y éste dijo, que lo hacía para que ella pensara que todo estaba bajo control, y Flor le dijo que ya no la llevaría más a su consulta, que la Unidad del Dolor era todo lo que necesitaba. Por tanto que la hizo llorar, Flor nunca podrá olvidar la cara de ese médico.
Lo que sí hizo Flor fue prepararle un viaje a otra isla con la escusa de que viera la nueva casa de un hijo y con la intensión de que se distrajera, pero el hijo no fue capaz de mostrarle cariño ni atención… «La muerte es la forma natural de cerrar el ciclo de la vida», pero a Flor se le rompió el alma. Sucedió que aquel fatídico fin de semana todos estaban en casa de la madre, porque Flor se había encargado de llamarlos para decirles que la madre se iba y que vinieran los que vivían distantes para que pudieran despedirse y pasó que, el sábado por la mañana, la madre de Flor fue a ver a su anciana madre que vivía en el mismo edificio con otra hija y se le reventó la bolsa que se le había formado en la axila y ya en la madrugada del domingo hubo que ingresarla en la Unidad del Dolor para irle administrando el medicamento sedante.
En aquella habitación, blanca, pobre, limpia y fresca se respira tristeza. Al mediodía Flor fue a la Capilla y pidió al Señor Cura que le administrara los Santos óleos, la cama fue rodeado por todos sus hijos y sus parejas. Allí reinaba el silencio. La habitación daba a una amplia terraza abierta a un gran jardín, unos entraban y otros salían mientras pasaban las horas. El médico pedía que no le hablaran ni la tocaran para no estimularla y dejarla ir tranquila, pero al caer la tarde estando Flor con su madre entró Soya y Flor sabiendo lo que sabía y pensando que quisiera hablar con la madre, le dijo que hablara con ella y que le pidiera perdón por tanto daño que le había hecho, que seguro que la escuchaba. Flor se quedó en la puerta para que nadie pasara, cuando salió Soya secándose los ojos entró de nuevo Flor y cerró la puerta, sentadas junto a la puerta estaba la hermana más vieja con la mujer del hermano Chanito que miraban con atención. Flor rota de dolor le acarició el pelo y cogió su mano fría muy fría y le dijo:
«Mamá, tengo el corazón roto. Desearía que no me dejaras, pero su cuerpo no aguanta más y tiene que marcharse. No sé si podré vivir sin su compañía, lo que sí sé es que nunca la voy a olvidar, porque ha sido la mejor madre del mundo. Aunque no puedo resistir el dolor le digo que se vaya tranquila y en paz, porque nos ha dado todo lo mejor, sus enseñanzas y valores siempre los tendré presente. Sé que papá la está esperando y juntos serán eternamente felices. Nunca la olvidaré y le juro que siempre la defenderé y nadie se reirá de su dolor. ¡Adiós, mamá!»
La besó en la frente fría, era un frío que quemaba, y salió a la terraza. Entraron las dos que estaban sentadas delante de la puerta y al acercarse a la cama exhaló el último suspiro. Eran las siete de la tarde de aquella noche de hoguera y llanto.
¡Qué dolor! Pero era inevitable. En el duelo sucedió algo increíble aunque Flor se enteró después y no estaba para entender ciertas cosas, y es que las personas tienen que tener capacidad para según qué cosas. El marido de Lita se presentó y fue echado del lugar. Esta pareja era de idas y venidas y Lita hacía casi dos meses que estaba en casa de su madre y él la llamaba aunque ella le decía que no la estuviera llamando. No hacía una semana que estando Flor presente llamó y Lita le pasó con la madre y se saludaron y la suegra le dio consejos. Él a su suegra la apreciaba y la respetaba, por eso cogió un avión y se presentó en su duelo y no era momento ni lugar para que los cuñados lo rodearan y pedirle que se fuera. ¡Qué cosas! Ni viviéndolas las puedes creer.
La casa quedó fría y vacía y Flor no podía estar allí, porque por todos los rincones esperaba ver a su madre y la pena la ahogaba. Al principio Flor fue el nexo de unión entre los hermanos, era quién iba organizando y resolviendo asuntos como venía haciendo hasta entonces y todos parecían concentrar la imagen de la madre en ella. Hay que reconocer que Flor se esforzó por unirlos y siempre estaba pendientes de todos, llamando a unos y a otros, interesándose por sus vidas y recordando fechas de cumpleaños para que se pusieran en contacto y no romper los vínculos.
También fue cumpliendo las promesas que hizo a su madre, eran asuntos que por una u otra razón estaban pendientes de resolver. Uno era llevar los Restos de su padre al pueblo donde nació, cosa que en el momento que se pretendía hacer no se culminó por lo costoso de los trámites, pero con la promesa de que más adelante Flor cumpliría el deseo de su madre, porque su madre sabía que el deseo de su marido era no haber salido nunca de su pueblo. También era deseo de la madre y de la hija ser enterradas en su pueblo.
La casa de los padres es el punto de encuentro de los hermanos, pero cuando fallecen cada uno va por su lado, o no. En este caso, una mala sombra enturbiaba la relación de los hermanos con Flor, aunque Flor es de firmes convicciones, crearon una falsa imagen para propagarla y desprestigiarla, como queriendo descargar su conciencia contra ella. Flor era humillada por sus hermanas y también los hermanos se sumaron cuando las mujeres lograron, a través de mentiras cambiarles el «chip». La relación entre ellos era eufórica, no se reprochaban ni lo horrendo ni lo malo que hacían, es más, se protegían y se bendecían unos a otros. Solo desdeñaban a Flor por ser diferente con diferencia. Hay comportamientos inexplicables que en psicología tienen explicación.
El luto es algo personal, se lleva en el alma y también en la ropa. Si Flor vestía de negro era cuenta suya, ella no se metía con las hermanas, sin embargo Marisa la humilló recriminándole que iba de negro para llamar la atención. También Chanito queriendo defender lo que trataban en sus reuniones, un día le dijo a Flor que la hermana más vieja siempre acompañaba a su madre al médico, Flor le recordó que solo una vez. Otra cosa es, que en el Hospital donde ella trabajaba era donde le hacían la gammagrafía, una prueba que llevaba mucho tiempo de espera y ella se acercaba y acompañaba a ratos. Es triste ver como tus hermanos han urdido una conspiración, y para que sean creídos sus argumentos tachaban a Flor de loca, los únicos cuerdo eran ellos, y eso que a ellos siempre les ayudaba sin pedirle cuentas de nada. Es triste descubrir que te tienen en el punto de mira y con mentiras y falsos testimonios han hecho de ti otra persona. Una persona creada a su imagen con el mal que llevan dentro, con la finalidad de que sea digna del desprecio, es su manera de hacer méritos para ser admirados. Sabemos que levantar falsos testimonios contra alguien, por mucho que los repitas no se convierten en verdad, pero sí que siembran la duda. Flor guardaba silencio y su silencio lo aprovecharon para ultrajarla. «La verdad la sabe Dios, lo que piensan lo que sienten, si dicen verdad o mienten, la verdad la sabe Dios».
Pasados unos años sin la madre, Flor le confesó a los hermanos —que sabían poco de los deseos de sus padres— que quería cumplir la promesa que le hizo a su madre pero tenía que tener el consentimiento de todos, porque se necesitaba la firma de todos. Al principio parecía que no iba a haber problemas pero se ve que por detrás se llenaban la cabeza unos a otros y los que no ponían impedimentos después titubeaban: «Es que fulanito dice que no, y yo hago lo que hace él. Es que tú quieres llamar la atención. Es que eso sale caro». Con tanta excusa se pospuso, ahora que cuando la hermana más vieja acusó a Flor de querer «profanar tumbas» ahí Flor le contestó: «Yo no profano tumbas, yo cumplo promesas, tú a tus padres los profanaste en vida». Al año siguiente todos firmaron, y el día que se llevó las cenizas al pueblo, hubo muchos aspavientos: una que ella no iba a formar parte de un espectáculo; otro que no iban porque no sabía nada; otro porque pasaba; otra para ir se bebió una botella; la otra porque decía que a ella nadie le preguntará nada y sin embargo se metió entre la gente a contarlo todo, porque habla más que piensa. También quedaron que los gastos se compartían y tres no pagaron, cosa que a Flor nada le importa.
El padre de Flor se fue unos diez años antes que la madre, y ella se ocupó de poner flores todos los domingos durante muchos años. La madre le decía que no hacía falta ir todos los domingos, pero Flor necesitaba dejarle las flores, hasta que fue sosegando esa necesidad y fue distanciando las visitas al cementerio. Las flores se secan de un día para otro, hasta que pensó que las artificiales adornan más tiempo, aunque la más valiosa flor es la oración.
Los hermanos pocas flores han llevado a la tumba de sus padres, pero hace unos tres años que Soya va el Día de todos los Santos y le parece que ha sido la única. Lo peor es que vaya y quite las flores que acabas de poner tú para poner las que lleva ella, y las de Flor las ponen en el nicho de al lado. ¡Qué cosas!
Para Flor sus padres siempre están presentes en su mente y en su corazón, pero pensando en el tiempo transcurrido sin la presencia física de su madre le confesaba: «Mamá, que duro han sido estos años sin ti, pero mejor así, porque si estuvieras entre tus hijos no cesarían los sufrimientos y volverías a morir de dolor. Hoy puede ver lo que hay en el corazón de cada uno y seguro que no puede creer que sus hijos alberguen tanto rencor. Por mí no se preocupe, que aunque sus hijos no me quieran, gracias a Dios, sigo avanzando. Al despreciarme se desprecian a ellos mismos. Me duele más lo que le hicieron a usted que lo que hagan conmigo». Y recordando también a su padre les decía: «Cada día doy gracias a Dios por haberme dado los mejores padres, personas de bien, buenos, honrados, honestos y serviciales… Por su bondad y generosidad, siempre estaré orgullosa de mis padres».
Veinticinco años pueden no ser muchos, pero son una eternidad cuando no tienes a tu lado a quien quieres y te quiere. Flor conservaba el amor de sus padres y ese cariño le daba las fuerzas para afrontar las dificultades que sus propios hermanos se encargaron de ponerle.
«El tiempo es muy lento para los que esperan. Muy rápido para los que temen. Muy largo para los que sufren. Muy corto para los que gozan; pero para quienes aman el tiempo es eterno».
William Shakespeare.
Fotografía: Send me adrift, cc.
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