martes, 27 de octubre de 2015

El mal de Caín

Una mujer observa en la oscuridad.


«La envidia es un buitre que se alimenta de sus propias entrañas». Ignacio Manuel Altamirano.

La envidia es la peor lacra que se puede padecer. Es tan devastadora que su mal deja heridas irreparables. Pero sufrir sus consecuencias es lo más doloroso que te puede pasar.

Hoy toca hablar de nuevo sobre la envidia cochina, esa que arrasa con todo lo bueno y mata como Caín, pero para hablar de la envidia nadie mejor que los psiquiatras y psicólogos que han estudiado los entresijos del cerebro y sus comportamiento.

Y sobre ese tema, el pasado día 19 en el digital elmundo.es, los psicólogos, Isabel Serrano Rosa y Jesús María Martínez de Salazar, bajo el título «Arrincone la envidia, ese mal tan español», nos hablan sobre la envidia y los envidiosos, y dan pautas para salir de esa espiral destructiva. Transcribo textualmente:

«La envidia es tan flaca y amarilla porque muerde y no come», decía Quevedo. Envidiar es desear lo que el otro tiene. Un sentimiento de frustración que emerge de la comparación con nuestros semejantes. Suerte, excelencia, triunfo, belleza, da igual. Sentir envidia está en todo ser humano pero no por eso nos convertimos en envidiosos. El verdadero envidioso siente que sale perdiendo, nunca tendrá lo que el otro posee, pero atribuye su desventaja a una injusticia, a algo externo que no tiene que ver con él. Si sientes que puedes conseguir lo que el otro posee, ¿tendrías envidia?

Marcos, de cuatro años, juega con su coche teledirigido. A su lado ve llegar a otro niño que intenta lanzar una peonza ante el alborozo de sus progenitores. Marcos deja el coche de lado. «¡Quiero eso!», exclama enfadado. Su padre en un intento de hacerle caso, levanta los ojos del periódico, pero no consigue comprender por qué el pequeño se queda amargado por no tener una humilde peonza en lugar de jugar con su coche. Quizás la peonza tiene menos protagonismo del que parece y lo que envidia Marcos es la alegría familiar compartida.

El envidioso se queda a merced de la queja y la rabia por su sensación de inferioridad. No sabemos si España es ese país de envidiosos que dicen. Desde luego, un buen índice para medirlo sería ver el nivel de sarcasmo, crítica o queja que producen los logros ajenos. La envidia genera sentimientos de soledad porque daña la capacidad de disfrutar con los demás. No tiene sexo, ni religión, ni edad, ni clase social, sólo dice, si yo no puedo, tú tampoco.

Envidiar es una celda que nos quita energía personal y nos desenfoca de nuestros objetivos para idealizar las características o logros del envidiado. Es un sentimiento que nos hace creer que si fuéramos más jóvenes o tuviéramos más dinero o éxito social seríamos personas más satisfechas. De esta forma ponemos la llave de la felicidad en circunstancias externas que pueden no estar presentes en nuestra realidad actual a la vez que dejamos de ver todo lo que sí podemos gozar.

Es difícil reconocer la envidia en uno mismo porque va asociada al deseo de arrebatar o destruir lo bueno que el envidiado tiene y eso es moralmente reprobable. Sin embargo, todos podemos recordar las rivalidades entre hermanos y las envidias que despertaban desde bien pequeños. Y es que esta emoción se da con más frecuencia entre personas próximas, familiares, amigos, compañeros de profesión, vecinos. La envidia destruye la autenticidad de las relaciones. En vez de fomentar la cooperación y la gratitud incrementa el resentimiento.

Afrontar la envidia… Ante todo, reflexionar sobre nuestros sentimientos y aceptar la envidia. Deja a un lado las comparaciones que nunca ayudan y comienza a perseguir tu objetivo centrado en tus habilidades y capacidades, eso hará que olvides el sentimiento de inferioridad y desarrolles tu autoestima. Es importante huir de la victimización, valorando quienes somos ahora y lo que tenemos ya en nuestras vidas. Esta es una de las claves de la felicidad.

Lo contrario de la envidia es la admiración, el sentimiento de valoración y respeto por el otro que puede impulsar a la acción. Valora cómo lo consiguió y si puedes, mejóralo. Te darás cuenta de que lo que las otras personas tienen no es producto de la suerte sino de la acción, la perseverancia y casi siempre del esfuerzo. La envidia significa enfado; la admiración es motivación. «Si miras mi éxito mira mi sacrificio», afirma un proverbio.
Y al envidioso… Cuando superas la envidia desarrollas tu inteligencia social, te vuelves más agradecido y eres capaz de compartir y cooperar con los demás.

Si alguien de tu entorno intenta estropear tu ilusión, te roba el mérito, te critica y juzga en público, quiere quitarte lo que has logrado, obstaculiza tus objetivos, boicotea tus éxitos, necesita sentirse más que tú e incluso notas sus deseos de venganza, estás en presencia de un envidioso activo. Acéptalo, si prosperas o mejoras siempre habrá alguien envidiándote, pero no tiene que ver contigo, tiene que ver con él. Si puedes ser empático mucho mejor, ¿por qué esta persona se está comportando así? Habla con el interesado, la comunicación establece puentes de entendimiento que debilitan la envidia. Si finalmente nada funciona o es alguien que no nos interesa lo mejor es evitarle. Miguel de Unamuno decía: «La envidia es mil veces más terrible que el hambre porque es hambre espiritual».
Isabel Serrano Rosa y Jesús M. Prada Martínez de Salazar son psicólogos de enpositivosi.com.

Por el mundo hay muchos envidiosos como Caín, que aún con la quijada en la mano le preguntan el porqué ha dañado a su hermano y te contestan: «¿Quién, yo? ¿Yo a mi hermano… A mi hermano le voy hacer eso?»
Son tan sínicos, que aún con las manos manchadas de sangre van diciendo que no saben lo que le pasa a su hermano. El envidioso cree tener éxito porque sus mentiras son creídas, pero, más tarde o más temprano la verdad saldrá a la luz y quedará a descubierto. Que no se olviden de que Dios sí que lo sabe todo y ha visto sus malas acciones, y a Él tendrán que dar cuenta.

Fotografía: CarlosMDSilva, cc.

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