Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.
Una mujer que siendo joven tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.
Una mujer que por instinto descubre todos los secretos de la vida con más acierto que un sabio y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños.
Una mujer que siendo pobre se satisface con la felicidad de los que ama y siendo rica daría con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida del desprecio.
Una mujer que siendo vigorosa se estremece con el gemido de un niño y siendo débil se reviste con la bravura del león.
Una mujer que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero cuando se nos va para siempre daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por verla de nuevo, aunque fuera un solo instante para darle los abrazos que no le dimos y escuchar su voz y ver la sonrisa en sus labios.
De esa mujer no me exijan el nombre, porque mis lágrimas siguen empapando el camino que ahora ando sola, pero mi mano aún tiene el calor de la suya y mi camino está lleno de sus huellas… La sueño y la siento a mi lado y eso me da las fuerzas para avanzar hacia su encuentro.
Madre, te echo tanto de menos, pero no quiero que mi pena te aflija. Yo me siento orgullosa de haber nacido de tus entrañas y no podría tener otra madre que no fueras tú.
¡Te quiero mucho, mamá!
No hay comentarios :
Publicar un comentario