Había una vez un león que nunca se había distinguido por su buen carácter, pero un día se encontró con un zorrino pendenciero y maligno, este alardeaba de que nunca había perdido una disputa con ningún animal del bosque, ni lobos, ni osos, ni leones le asustaban en lo más mínimo. En realidad se había vuelto tan temerario e insolente que vagabundeaba por los bosques buscando pelea.
El día en que se encontró con el león, sólo habían intercambiado tres frases cuando ambos perdieron los estribos. Entonces el león, sin pensarlo dos veces, alzó la pata para golpear al mal educado zorrino, pero no alcanzó a golpearlo.
Antes de que el rey de la selva pudiera ponerle la zarpa encima, contraatacando, el zorrino le lanzó su pestilencia. Ese líquido apestoso quedó impregnado en el león y nadie podía soportar estar a su lado. Empapado de mal olor el león se alejó enfurecido.
Estaba tan avergonzado de sí mismo que no fue a su casa durante tres días y, aún así, resultó demasiado pronto, porque ese día su compañera soportó aquel olor todo lo posible, pero sin poder aguantar más, tapándose la nariz con una pata, se desahogó.
—¿Por qué no vas a cazar o a visitar a tu madre? Todo el cubil huele horriblemente. Además, te he dicho que no debes pelear con zorrinos, sabes que nunca has podido con ellos…
El león meneó furiosamente la cola, y le dijo:
—Yo, soy el Rey de los animales y nadie me puede doblegar.
Resoplando y rugiendo muy enojado dejó a su compañera y se fue a coger aire.
El león siempre que estaba en dificultades acostumbraba visitar a tres animales para pedirles consejo. Esta vez, llamó al oso, al lobo y al zorro. Primero preguntó al oso.
—Amigo Oso ¿Te parece que huelo de manera desagradable?
Como suponía que el león quería una respuesta franca, el oso dijo lo que le parecía cierto:
—Amigo León, me duele tener que decírtelo pero, el caso es que, realmente hueles muy mal…
El oso no pudo terminar la frase, porque el león enfurecido se abalanzó sobre él y lo destrozó.
—¿Y tú, amigo Lobo que tienes muy buen olfato, ¿qué opinas?
El lobo que estaba seguro de saber lo que quería oír el león no se cortó en su discurso.
—¡Majestad! —comenzó con tono almibarado.— Cuando estoy parado cerca de ti, pienso en las madreselvas y las rosas. Si no fuera por tu delicada fragancia, seguramente que no podrías seguir reinando.
El león no pudo soportar su burla y mató al lobo en el acto, porque comprendió que era un estúpido adulador.
Sólo quedaba el zorro y el león mirándolo con aire sombrío, preguntó por tercera vez:
—Habla amigo Zorro, ¿hay un olor desagradable a mi alrededor?
Un repentino acceso de tos le impidió al zorro contestar inmediatamente. Luego, después de carraspear, contestó con voz ronca:
—Es una lástima que yo no pueda ayudarte —dijo—. Lo cierto es que estoy tan resfriado que no logro oler nada.
Sabia decisión… Cuando es peligroso hablar, lo más prudente es callar.
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