Un científico se pasaba las horas encerrado en su estudio, preocupado en resolver los problemas del mundo. Un día irrumpió su hijo, de 6 años, con la intención de ayudar a su papá en el trabajo. Tras intentar, sin resultado, que el pequeño volviese a su cuarto para entretenerse con sus juguetes, el científico pensó una estrategia para tenerlo distraído un largo rato. Así qué, arrancó un mapamundi de una revista y con una tijera lo cortó en muchos pedazos. Después se lo entregó junto con un rollo de cinta adhesiva, diciéndole:
—¿Te gustan los rompecabezas? Te daré el mundo para que lo arregles. ¡Está roto! A ver si puedes recomponerlo.
El científico creyó que tendría entretenido a su hijo toda la tarde, pero cuál fue su sorpresa cuando, en poco más de una hora, el niño ya había resuelto el reto a la perfección.
—Tú no habías visto jamás este mapa, hijo mío. Dime, ¿Cómo lograste colocar todas las piezas en su sitio? —le preguntó sin salir de su asombro.
—Es verdad papá, pero cuando arrancaste la hoja de la revista vi que por la otra cara había un hombre, que sí sé cómo es. Así encajé las piezas y al girar la hoja, había arreglado el mundo.
¡Como la vida misma! Gran realidad y verdad, la solución a todos los problemas del mundo está en el hombre.
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