sábado, 7 de diciembre de 2013

Comportamiento inexplicable

Niño llorando sentado en el suelo.


El panorama de la sinrazón nos lo presenta el programa ‘Hermano Mayor’: inexplicable comportamiento de jóvenes fuera de sí para tener a sus padres atemorizados y bajo su control.

Hermano mayor es el primogénito, aquel que nace en primer lugar, pero esa denominación toma fuerza cuando se ejerce. Se ejerce cuando fallecido el padre, toma las riendas del cabeza de familia, pero también lleva parejo ser ‘hijo mayor’. Cuando falta el padre, el hijo mayor se responsabiliza y se une a su madre, preocupándose de ayudar en la tarea de cuidar de los hermanos pequeños y contribuyendo con las cargas del hogar; ese es el bien proceder del buen hermano mayor. Lo contrario es abominable. Pasar de la madre sin conmoverse ni comprometerse con las necesidades familiares, más bien, ver en la figura de la madre a ‘alguien’ que lava. ¿Y los afectos? Ciertas actitudes evidencian la falta de sentimientos y de empatía, por tanto, en ningún momento esa persona tiene la catadura moral para ir de ‘hermano mayor’ e imponer su ‘justicia particular’ sobre ningún hermano.

‘Hermano Mayor’ es el título de un programa que pone los pelos de punta. Increíbles episodios familiares que impactan por la descarga de tanta violencia. No crees que pueda ser realidad la agresividad que demuestran los hijos contra sus padres, pero a la vez se puede comprobar las demoledoras consecuencias y la tragedia que supone ciertos comportamientos inexplicables.

El medallista olímpico Pedro García Aguado se enfrenta a los casos más complejos. Jóvenes insolentes, déspotas, soberbios y prepotentes que no respetan a sus padres. Se comportan como tiranos caprichosos que hacen lo que se les antoja y convierten su casa en un lugar imposible para la convivencia. Pedro tiene que esforzarse al máximo para lograr un cambio en esos jóvenes indomables.

Tras un periodo de observación, el ‘Hermano Mayor’ comienza el trabajo: agresividad, pequeños hurtos, drogas o baja autoestima son los principales problemas con los que se enfrenta y tendrá que restablecer la autoridad y las reglas en unos hogares en los que la convivencia se ha convertido en un infierno. Pedro dice que es importante, que si los hijos viven bajo tu techo, acepte las normas o limitaciones que tú le impongas.

El coach se enfrenta a casos realmente complicados. Su primer trabajo es dejar clara su posición durante la terapia y restablecer el respeto con los adultos de la casa, hacerles ver a esos adolescentes que sus modos y maneras no son las convenientes y que ciertos comportamientos tienen consecuencias correctoras. Los programas duran dos semanas y en ese tiempo logra reconducir la situación. Pedro en el programa no ayuda a la rehabilitación, sino a la reconciliación familiar.

Se podría pensar que ciertos comportamientos irascibles se dan en familias con un nivel cultural bajo. Nada que ver. Sorprende que estos comportamientos inadecuados se dan en las familias de clase media alta y, por lo general, estos chicos fueron niños aparentemente felices, criados en un ambiente sosegado, tranquilo y alegre, lo adecuado y propio para un niño. No se entiende el por qué un joven siente la necesidad de rebelarse contra sus padres, que les han cuidado con cariño y se han esforzado para que vivan y gocen como niños. Pero surge la pregunta: ¿será que no les daban cariño? Ese es el argumento de estos chavales para justificarse, porque quieren justificar sus ‘pataletas’. Estos jóvenes quieren aterrorizar a sus padres y a través del miedo los tienen bajo su voluntad y control, para hacer lo que les viene en gana sin dar explicaciones.

Hablamos de padres, los padres siempre cuidan a sus hijos con cariño. Sus desvelos van encaminados a proporcionar a sus hijos la seguridad y el bienestar para su buen desarrollo personal y emocional. Los padres tienen el deber y la obligación de ocuparse del cuidado y educación de sus hijos, y orientarles en la vida con amor y disciplina, orden y respeto. Ese es el deber del buen padre: criar educando en valores, pero muchos jóvenes son injustos con sus padres. Caprichosamente se rebelan, rebeldía que surge de una insatisfacción o frustración personal, por algo que no han logrado conseguir o porque les queda grande el haber crecido. No podemos culpar a los padres de nuestras limitaciones y miedos, justificándonos diciendo que no se han ganado nuestra confianza y privándoles, a continuación, de compartir con ellos nuestras inquietudes, deseos y temores.

Muchas veces, los jóvenes enjuician sus propios comportamientos y los ocultan porque saben que no está bien lo que hacen y no van a tener la aprobación de sus padres, pero arremeten diciendo que no se les puede contar nada, porque no son sus amigos. Un padre no es un amigo. El padre debe ejercer, siempre, como padre. Creo que son estrategias juveniles para ocultar lo que a sus padres no les va a llenar de orgullo. Por lo general, los hijos culpan a los padres, pero son ellos los que ponen las barreras, los apartan sistemáticamente y les acusan de no preocuparse de sus vidas.

Se dice que los hijos hacen lo que ven hacer a sus padres, o no. Hay padres que han educado e instruido a sus hijos en valores y sus hijos van a su bola, como si las vivencias compartidas no hubieran hecho mella. En las personas existe un potencial intrínseco que se refleja en el comportamiento con más fuerza que lo aprendido. Hay padres que no reconocen a sus hijos en sus acciones y reacciones, y piensan que es rebeldía, pero sorprende que la genética tenga mucho que decir. Aunque los padres en la crianza educan e inculcan valores, puede que no se refleje en los hijos porque en el ADN va impreso el carácter indomable o sumiso… La genética conforma determinadas formas de ser y padecer muy particulares, como las obsesivas manías, la intolerancia, el narcisismo, los celos y el rencor que no perdona agravios. También las malas amistades arrastran con fuerza.

El niño o niña interior representa todas aquellas necesidades emocionales y afectivas que no fueron satisfechas en nuestra niñez, o sí, pero creemos que no y buscamos desesperadamente alguien que nos cuide, nos proteja, nos de cariño y nos quiera.
Las mismas necesidades o quizás un poco más acentuadas están en los niños de nuestros padres y abuelos. Esas necesidades sin satisfacer nos han convertido en ‘niños adultos’. El niño que ha sido herido o cree que fue herido, sigue contaminando su vida con rabietas, reacciones exageradas y hace imposible toda relación, tanto de familia como de pareja, pero culpa a los demás de sus problemas. En las relaciones hay que asumir las responsabilidad de nuestros actos para que estos no sean perjudiciales y dolorosos porque, injustamente, nuestros malos modos se hacen presentes en los momentos más inadecuados y de manera espontánea con la persona que más amamos.

Las sensaciones de la dependencia afectiva y emocional… ¿Vivimos nuestra vida o vivimos nuestra vida a través de la vida de los demás? Muchas veces vivimos separados de nosotros mismos, buscando fuera alguien o algo que nos haga felices. Solo cuando tomamos las riendas de nuestra vida, empezamos a sentir que nuestra vida cobra sentido: nos hacemos responsables de nuestros sentimientos y emociones y descubrimos que podemos darnos a nosotros lo que buscamos desesperadamente que nos den los demás, evitando las adicciones y la violencia. Empezamos a respetarnos, a poner límites, a decir sí o no, cuando así se siente… Se trata de acompañar a los demás sin cargar con sus vidas, sin asfixiarnos, pero sí, compartiendo, desde la comunicación clara y respetuosa.

Lo dijo Platón: «Dos excesos deben evitarse en la juventud, demasiada severidad, y demasiada dulzura».
Los padres cometen la equivocación de querer facilitarles la vida a sus hijos, le ponen todo en sus manos sin el menor esfuerzo. ¡Hay que ser responsables! Es erróneo ese pensamiento tan ‘manío’, «quiero que mis hijos disfruten de lo que yo no tuve», pero entre más les compras más vacíos están. A decir verdad, los padres compran a sus hijos para, a través de ellos, satisfacerse a sí mismos y no tanto para que sus hijos tengan. Así les demuestran su poder adquisitivo, convirtiéndose en tiranos déspotas y desagradecidos.

Fotografía: Jessica Lucia, cc.

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