Con el título: «Shakespeare, Cervantes y el error del Día del Libro», publica el ABC, el origen de la efeméride.
Un valenciano, el impulsor de todo. El «Día del Libro» partió de un humilde escritor y editor valenciano, Vicente Clavel Andrés, poco después de que fuera elegido, en 1923, vicepresidente de la Cámara Oficial del Libro en Barcelona, a donde había llegado tres años antes.
Clavel tuvo claro que la fecha tendría que ver irremediablemente con la vida del autor de «Don Quijote», teniendo en cuenta que dirigió la Editorial Cervantes hasta su muerte en 1967. Así que se decidió por el día de su nacimiento, que situó de una manera aproximada en el 7 de octubre. Sin embargo, esa fecha no consta en ningún documento, pero sí la de su bautizo, que fue el día 9 de octubre de 1547. Y como era normal en España que los recién nacidos recibieran las aguas bautismales poco después de nacer, algunos autores propusieron el 7 de octubre como la del nacimiento de Cervantes. Y así lo aceptó también Vicente Clavel.
Tuvieron que pasar tres años para que nuestro escritor viera cumplido su sueño, tras el Real Decreto de Alfonso XIII en 1926. Nacía la «Fiesta del Libro Español», en plena dictadura de Primo de Rivera. «Había que dedicar este día a enaltecer y difundir el libro, básicamente con el aliciente de su venta en la calle, con el descuento del 10%, y ofreciendo protección oficial y económica a la creación de bibliotecas populares», aseguraba el ministro de Trabajo, Comercio e Industria, Eduard Aunós, que trató de establecer que ese día en todas las escuelas, incluso las militares, se dedicara una hora a la lectura de obras literarias que exaltaran «la Patria y el libro español», que se crearan premios de mil pesetas a los mejores artículos periodísticos en español o que los municipios destinaran hasta el 3% de sus presupuestos a la creación de bibliotecas.
No se consiguió nada de eso, pero sí que el día del libro quedara establecido para siempre. No hay que olvidar que tanto el rey Alfonso XIII como el general Primo de Rivera no contaban con muchas simpatías en los intelectuales y que la trayectoria republicana de Vicente Clavel no ayudó mucho, pero la celebración impulsada por un humilde escritor y editor valenciano en la dictadura de Primo de Rivera se extendió a todo el mundo para conmemorar la muerte de los dos escritores más grandes de la historia… que jamás fallecieron el 23 de abril.
Comenzaba 1616 sin que los dos escritores más grandes de la Historia Universal supieran que les quedaban unos meses de vida, ni tampoco que las fechas de sus muertes, situadas en las crónicas el mismo 23 de abril, servirían de inspiración para que se estableciera en todo el planeta, 510 años después, el «Día Internacional del Libro».
Sea como fuere, en 1995, la UNESCO instauró oficialmente el «Día Mundial del Libro y el Derecho de Autor». Lo que hoy nos parece importante es que el libro tenga el reconocimiento que merece, aunque sea un día al año podremos reflexionar sobre el papel valiosísimo de los libros.
Leer es un placer. Los libros están cargados de trazos de vida e historias. Son esos amigos silenciosos y pacientes, están ahí, esperando que tú los abras para desentrañar su misterio. En verso o en prosa te cuentan mil peripecias, unos te confortan, otros te aconsejan y otros te enseñan. Amigos que divierten y entretienen.
Actualidad en España, la situación literaria es noticia con motivo de algún premio, como es el caso del «Premio Cervantes» y alguno más, pero la obra más universal sigue siendo «El Quijote» de Miguel de Cervantes. El último galardonado con el «Premio Cervantes» ha sido el escritor José Manuel Caballero Bonald que ha dicho que el premio le ha deparado «la mayor satisfacción y un motivo de orgullo y un honor que va a acompañarme en este arrabal de senectud». En su discurso, Bonald ha defendido que «el pensamiento crítico prevalezca sobre todo lo que tiende a neutralizarlo y los métodos humanísticos de la razón, frente a un mundo que desprecia los derechos humanos» y añadió: «Quizás sea una utopía, pero una utopía es también una esperanza consecutivamente aplazada».
Sobre el oficio de escritor, destacó Bonald que comenzó a adiestrarse hace ya dos tercios de siglo. Bromeando añadió que «quizá merezca un premio a la constancia», e insistiendo en la importancia de la lectura informó que si se hizo escritor fue porque antes había leído a escritores que le abrieron una puerta y que enriquecieron su sensibilidad para aprender a descifrar la vida; sin esa enseñanza previa, no habría sido premiado. También dijo: «Mi biografía literaria depende tanto de los libros que he escrito como de los que he leído».
Y en el día a día, ¿cuál es la situación de los libros o de los escritores? Lo primero que se percibe es lo poco que se valoran las ‘artes’. La cultura está muy denostada por los Organismo Oficiales, precisamente por quienes son los encargados de preservar, conservar y difundir, que paradójicamente cuentan con áreas de cultura. El fracaso cultural, que es igual al fracaso en educación, puede ser debido a que frente a los departamentos de cultura se nombran a personas ‘incultas’ o que poco les importa la cultura, porque de lo contrario, en cada pueblo la cultura estuviera más presente, más latente y viva. No hay que traer de fuera a nadie con renombre, en cada pueblo existen personas con nombre que aportan a la cultura su faceta artística y la brindan gustosamente para que sea gozada.
¿A dónde irán los libros? ¡Difícil mundo la profesión de escritor! Escritor es aquel que sabe escribir, tiene algo que decir y sabe cómo decirlo, pero eso no basta, porque entre los escritores, unos se creen con más derecho por el hecho de ser licenciado, otorgándose a sí mismos el título de intelectual; a los demás que osan irrumpir en ese mundo los ven como intrusos.
Otra mirada la presenta el lector, ese es el que te anima a seguir haciendo tu trabajo y te lo demanda, y tú se lo ofreces, a pesar de no tener ningún apoyo. Aunque los responsables de cultura actúan sin responsabilidad existen muy buenos lectores y esos son los que van a la librería a comprar porque están a la última de autores y títulos, pero los que leen poco siempre son animados por propaganda o por amigos y se dejan llevar por la tendencia para poder estar al día y a la altura en las relaciones con ‘nivel intelectual’.
En todos los niveles la unión hace la fuerza pero entre los autores se ningunean y existe mucha competencia. Todos quieren ser el mejor y el más famoso, el más que publica, el más que vende… es bueno tener ilusión, pero sin obstaculizar a nadie. Algunos, para alimentar su ambición, se valen de relaciones políticas que les respalden y les impulsen con el fin de lograr sus objetivos personales. Las enemistades entre intelectuales es cosa de la rivalidad y, al parecer, es algo inevitable. De entre los clásicos ha trascendido la rivalidad-enemistad entre Cervantes y López de Vega, Galdós y Valle Inclán, Quevedo y Góngora…
Los libros están a nuestra disposición todos los días del año. Invito a que lean. La lectura es una herramienta que proporciona y desarrolla la capacidad de análisis, de juicio y de espíritu crítico. Crea hábitos de reflexión y concentración, igualmente ayuda al desarrollo y perfeccionamiento del lenguaje, enriquece la expresión oral y escrita, además crea lazos de afectos y empatía.
Dijo Paul Auster: «La literatura es una fuerza en el mundo y no me imagino la vida sin literatura. La vida sin arte es inimaginable, pero como todos saben, cada vez hay menos lectores. Cada vez la literatura tiene que competir con otras formas de ocio. Esto nunca me ha preocupado, porque los libros tienen algo que no tiene la música u otras formas de arte: los libros se leen individualmente. Aunque haya un lector o haya un millón, siempre hay un lector y un libro. Es una relación uno a uno, autor y lector colaborando juntos. Y en cierto sentido, es el único lugar del mundo donde dos extraños pueden conocerse y reunirse en términos de igualdad. La gente habla de la muerte de la literatura, pero yo creo que no se va a producir»... También lo creo yo.
Fotografía: amanda tipton, cc.
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