Lo dijo George Orwell en su novela 1984: «La libertad es el derecho de decir a la gente aquello que no quiere oír».
Por tanto, contar lo que se quiere oír y callar lo que molesta es sencillamente censura, autoimpuesta en ocasiones y muchas veces exigida por las mentalidades meapilísticas imperantes.
Te digo lo que no quieres oír... No es lícito exigir
"espacios seguros" porque sencillamente no existen, la vida es una
zona donde todo el mundo tiene derecho a transitar y de hecho así sucede,
incluso para el que piensa alocadamente y diverge puede y debe explicar sus
criterios y no está justificada la exclusión y el insulto de los que opinan
amparados en el pensamiento imperante.
Nuestra sociedad es cada vez más simplona, menos complicada y
por tanto infantilona. Como resultado de estas variables, se ha favorecido el
caldo de cultivo eficaz para que lo políticamente correcto avance imparable como correcto.
Nos tratan como a niños y se nos dice mediante organizaciones, aplicaciones y
medios lo que es cierto o falso, bueno o malo, adecuado e inapropiado. De esta
manera, la represión se extiende como el agujero de ozono sobre la atmósfera
prohibiendo actitudes, palabras, términos, partidos, dirigentes y funcionando
efectivamente como la cruel policía del pensamiento que terminará teniendo
incluso un ministerio; "El Ministerio de la Verdad"; es tal el convencimiento de que llamándole de "la verdad" ya nadie lo pone en duda, y no se le ocurre pensar que esa "verdad" encierra solo falsedad.
Qué lástima que no
exista el Ministerio del Tiempo porque cogería la puerta del Siglo de Oro
Español y me iría con Quevedo a componer sonetos. Seguro que el poeta me
explicaría que no todo el mundo opina lo mismo ni posee igual sensibilidad. Que
es imposible separar lo ofensivo de lo inocuo porque sencillamente cada cual se
ofende según sus gónadas y las hormonas son imprevisibles. Que la ofensa no
está en el emisor, sino que depende fundamentalmente del receptor.
Lo políticamente correcto se esfuerza en hacernos sentir
cómodos y seguros a salvo de todo mal. Para conseguir esto hay que sacrificar
la credibilidad y el rigor del discurso intelectual, elegir emoción y no
lógica, hablar de sentimientos en contraposición a hechos y así llegar a
cambiar razón por ignorancia. Pero aun así todo este esfuerzo es ineficaz
porque no resuelve los problemas que pretende; maldad, injusticia,
discriminación... Todo este montaje es la respuesta fácil de mentes
superficiales que, ante el trabajo, estudio y seriedades necesarias para cambiar
el mundo eligen simplemente crear nuevos términos, llamar a las cosas de otra
forma y censurar los mínimos atisbos de inteligencia, cultura y ciencia.
Aunque nos prometan mil veces que si cerramos los ojos los
monstruos desaparecen, no les crean. Aunque nos obliguen a repudiar palabras,
utilizar otras e incluso aprender neologismos inventados para nombrar lo que
molesta, no les hagan caso, sean libres y sigan llamando a las cosas por su
nombre, porque a las personas malintencionadas les molesta la verdad, por eso quieren
ahogar tu voz para que solo se escuchen sus falacias. El problema no son las
palabras son lo que representan en una mente retorcida.
Aunque no lo queramos oír, vivir es saber que el mal existe, encajar el sufrimiento y la contrariedad, obviar el cuento de hadas que nos repiten y es falsario, reconocer la verdad de los hechos, situaciones y personas y la profundidad del lenguaje sin intermediarios ni traductores oficiales. Si somos capaces de hacer esto, indefectiblemente aprenderemos a rebatir los criterios opuestos con naturalidad y sobre todo sin miedo porque nadie tendrá derecho a censurar y decir lo que hay que hacer o pensar. Simplemente seremos libres.
PD: El término "políticamente correcto" se usó de manera despectiva, para referirse a alguien cuya lealtad a la línea de Partido Comunista anuló la compasión y condijo a malas políticas.
Fotografía: Internet

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